Cada acto creativo es antes uno de destrucción, es una de las máximas del pintor Pablo Picasso. En estricto sentido, no es raro que se destruya algo para construirle algo arriba. ¿Es esto crear algo nuevo o más bien un brutal ejercicio del olvido? Cuando fui a Berlín nos llevaron en un tour a donde se localizaba el búnker de Hitler. Sólo que ya no había ni búnker, ni ruinas ni nada que se le asemeje. Era ahora el estacionamiento de un complejo habitacional de departamentos. Sin nada de memorial ni de indicadores especiales, nada. Berlín, en general, es una de las ciudades que representan muy bien esta idea de creación después de la destrucción. Si algo tienen los alemanes es la capacidad para encarar su pasado y hacerse responsables por él. No se esconden ni echan el polvo abajo del tapete, la iglesia Kaiser Wilhelm es excelente ejemplo memorial. Sin embargo, en el caso del búnker prefirieron restarle relevancia a un lugar que potencialmente glorificaría a uno de los más nefastos personajes de la historia. En lo que fuera ese oscuro lugar, ahora juegan niños y las mamás salen con carreolas a pasear a sus bebés. ¡Qué manera de renovar! Algo bueno y nuevo fue creado, aún cuando requirió desechar un lugar que pudo haberse convertido con el tiempo, en una importante y tentadora atracción turística.





En la exitosa serie de Netflix del 2022 producida por Ryan Murphy, «Vigilante», se exponen las dos fuerzas opositoras que luchan en tantos ámbitos: el conservacionismo y la restauración. En la serie, una mansión de abolengo y con mucha historia es adquirida por nuevos vecinos que desean modificarla, por no decir modernizarla, más a su gusto y eliminar sin ningún miramiento varios de sus elementos antiguos mas no obstante, distintivos. Pronto encontrarán vecinos conservacionistas que se oponen; algunos de maneras no sólo anónimas, sino amenazantes. Es entonces que llega la pregunta, ¿quién tiene la razón? Aunque alguien sea el dueño de una vivienda considerada monumento histórico, ¿debería ser controlado sobre sus proyectos de remodelación? En algunos casos habrá alguna organización que obligue a hacerlo, pero por lo general sólo en fachadas.

Después de la Segunda Guerra Mundial, la Unesco tiene que ofrecer criterios de valoración que deben ser respetables para todos los países del mundo. Antes de eso, la arquitectura valorada era la neoclásica, la impulsada a partir del siglo XVIII para hacer los edificios del Estado, inspirada en Grecia, Roma y el Renacimiento. Contra esa arquitectura neoclásica reaccionó la racionalista, Le Corbusier, Mies van der Rohe, etcétera, a principios del siglo XX. Hay arquitectos que se formaron en la lucha contra lo neoclásico, contra la arquitectura servidora de las clases dominantes, pero no hay que dejar de lado que ya han pasado los años, el enemigo ha muerto y desapareció. Es acaso el consumismo lo que nos impulsa a mantener economías de constante crecimiento y abundancia y nos exige despedirnos de todo lo viejo, independientemente de su funcionalidad, renovándolo con olor a nuevo. Sin embargo, una vez que las ideologías evolucionan y los recursos se van agotando, el cambiar la mentalidad hacia economías de escasez parece exaltar la creatividad y el diseño cuando se trata de conservar. Nada de malo en eso, sobra decir.


Ahora sólo puedo más que recordar ciertos edificios y construcciones de mi ciudad que eran bellos en sí, pero que habían caído en el descuido y el vandalismo con los años. En lugar de restaurar y conservar, fueron demolidos y cambiados por construcciones insulsas (e.g. sucursales bancarias, Oxxo’s) en la mayoría de los casos. Ojalá hubiera podido haber pensado en el tema de esta entrada muchos años antes y habría documentado estos casos uno por uno. Aún hay tiempo para algunos. Me pregunto: así como edificaciones que desaparecieron para dar paso a lo nuevo, ¿no ha sucedido así con las formas sociales? ¿con los valores? ¿con los protocolos? ¿la buena educación y el civismo? ¿el buen decir y la elocuencia? El sólo escribirlo me hace pensar que desempolvo conceptos prehistóricos y casi fosilizados. Mucha gente «de cierta edad» practica aún estas costumbres y es aplanada por las nuevas generaciones. Es verdad que el sistema patriarcal permitía (y en muchos territorios mexicanos aún lo hace) que personas «de autoridad» se salieran con la suya por estar exentos de escrutinio, esto no era la generalidad. También había gente con nobleza y empuje, los cuales eran educados a respetar a su vez a la gente mayor y pasar el mensaje a la siguiente generación. Algo cambió recientemente y en muchos círculos, ahora se les trata como vestigios de un pasado ofensivo que se desea cancelar y renovar. Le daría un segundo pensamiento a este tipo de generalización y de alguna forma, de deseo de restauración. No olvidemos que muchas de las construcciones de antes estaban hechas con materiales más resistentes y perdurables que los de hoy.







