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EP117: El son del dinero

Como parte distintiva del espectro cultural de una nación, la música acapara una gran extensión de los elementos que componen la identidad de un pueblo: danza, ritmos, vestimenta, opinión social, por citar tan sólo unos cuantos.  Como historias contadas de abuelos a padres a hijos, la música trasciende generaciones y deja una huella del mensaje social del momento.  Así como resulta un gran tesoro de nostalgia, puede también convertirse en el código secreto de una revuelta social.  Minorías y macrosegmentos poblacionales se sienten representados por la música que parece escucharlos logrando una simbiosis única que, al alimentarse mutuamente produce un acto de magia que llamamos acervo.  Sin embargo, ¿hasta qué grado es el tejido social de una nación influido por la música que escucha? ¿Es la música un catalizador o acaso sólo un signo de los valores morales de una generación? ¿Es el gusto popular musical una consecuencia del crecimiento de un país?  

Las sociedades son dinámicas y conforme pasan los años, sus contemporáneos muestran nuevas narrativas en sus mensajes y proponen ritmos nuevos que a ratos se sofistican y a ratos regresan a tomar elementos del pasado para actualizarlos.  Recuerda un poco a la conducta humana que necesita evolucionar al tiempo que no olvida sus orígenes.  Por esta razón, es difícil determinar si es la música un reflejo de la sociedad o exacto lo opuesto.  La necesidad de producir nuevas canciones y crear nuevos versos cada día es tan inexplicable como el mismo deseo de los poetas de hace dos siglos: manifestar e influir.  La diferencia es que hoy se busca trascender el mensaje a través de popularidad masiva, la cual, surge de la necesidad de éxito comercial como un subproducto de la expresión artística.  La lucha entre la creación y la conservación de estos hilos culturales inherentes de la música popular se terminan manifestando en los valores y aspiraciones del público joven que conforma una nueva generación.  Sin enunciarlo, ellos mismos determinan la influencia que tienen sus raíces y sus valores en sus vidas una vez que toman agencia de sus actos.  El crear necesita con frecuencia destruir y conservar implica mantener intacto lo que se percibe como valioso y trascendente.  Este es el dilema de cada nueva generación y la música es un canal masivo de desahogo que une a los jóvenes dándoles un sentido de pertenencia al darse cuenta de que alguien más se siente y piensa igual en esta búsqueda interior de su identidad. 

Esta industria billonaria no pasa por alto los sucesos que forman el zeitgeist de una nación, lo que mueve a su gente, lo que le interesa a su gente, lo que le pasa a su gente.  El público reacciona de forma distinta a los portavoces musicales conocidos como “artistas” y a sus conductas y mensajes, lo cual desencadena una repercusión social y económica muy ramificada.  Desde un método para medir la energía social prevaleciente, hasta la derrama económica derivada de este arte en discos, mercancías, fashion, presentaciones en vivo y ceremonias de premiación televisadas.  Millones de personas en el mundo viven de esta industria y de dichas vertientes incluidas las agencias de RP, manejadoras de boletajes, apps de streaming, estudios de grabación, productores de instrumentos musicales, iluminación y equipo para conciertos masivos.  Si hay algo que el arte musical ofrece son carreras; para creativos, poetas, ingenieros, administradores, marketers, abogados, etc.  Pero la esencia del arte está en el mensaje y en el ritmo en el que viene comunicado.  ¿Es o no relevante? ¿Es o no contundente? ¿Es siquiera apasionado?  Hemos visto numerosos casos de artistas estudiados y con las bases para una prometedora carrera musical, sin embargo toda esta excelencia que para muchos constituye el talento, no se traduce necesariamente en éxito, y menos en trascendencia.  Porque de estos conceptos el mensajero no es dueño; es el público.  La forma en que a la gente le llega o percibe el mensaje del artista es lo que conforma el éxito.   

Reguetoneros de mayor ingreso

Los artistas exitosos son aquéllos cuyos mensajes en forma de canciones se escuchan por los demás con atención y mucha pasión. Más de una vez al día, por muchísimas semanas y hasta alcanzar años.  Es entonces que el mensaje deja de ser el único factor en la fórmula del éxito y entran a cuadro otros ingredientes que dan evidencia de que la forma en que se comunica dicho mensaje es tan importante (o incluso más) que el mensaje en cuestión.  La vestimenta del artista, su peinado, su estilo de vida percibido tanto en medios masivos como en redes sociales, su conducta, su filosofía y, sobre todo, su vida personal.  El conjunto de estos elementos puede lograr o derrotar el escurridizo concepto aspiracional que conocemos como éxito.   

Por esta razón, productores de hoy consideran que si bien es un mayor riesgo dejarlo todo en manos de un solista con auto dirección (e.g. Luis Miguel, Michael Jackson, Kanye West, Madonna), la dirección del éxito se asegura más cuando hay un equipo de expertos produciendo la carrera y los mensajes de los portavoces (e.g. BTS, Abba, Backstreet Boys, Justin Bieber, Drake). Lo importante es que millones de personas escuchen una y otra vez sus tracks.  La corriente musical del artista es el vehículo a través del cual el mensaje buscará llegar a un segmento de interés.  La atención de los productores y las marcas se centra en quiénes son los más escuchados de cada vertiente musical.  Este es el mercado masivo, el que representa a las mayorías y que genera dinero a través de su influencia en el público.  

¿Cuáles son los mercados meta? ¿Qué géneros se enfocan a ellos? Mientras que el Pop es el género que más dinero produce por la cantidad de subgéneros que engloba, es un hecho que hoy en día para los nuevos talentos puede ser un error firmar contratos precipitadamente con disqueras antes de explorar territorios en canales independientes.  No obstante, dado que actualmente existen casi cien millones de canciones en la nube y sesenta mil nuevas son añadidas cada día, al 99% de los cantantes aspirantes sólo les queda subir su música y rezar porque sea escuchada. 

Cada cierto tiempo, las nuevas generaciones en su eterna búsqueda de lo novedoso, encuentran su desfogue a través de un naciente estilo musical que llega como un venablo penetrante e hiriente a los gustos del establecimiento.  El rechazo del mainstream hacia la nueva tendencia flota en el aire mientras que la presencia del nuevo ritmo se vuelve cada vez más ubicua e irreverente.  Su éxito dispara esta animadversión a niveles tan altos que llegan a ofuscar el juicio crítico y logran crear un repudio ilógico e impulsivo.  Ejemplos de este fenómeno se pueden ver en corrientes como el punk, el grunge y más recientemente, el reguetón.  Estos tres géneros se manifestaron durante distintas épocas y sin embargo, comparten tres factores de resistencia en el mainstream

  1. El clasismo.  De acuerdo a Víctor Lenore (Indies, hípsters y gafapastas. Crónica de una dominación cultural) quienes escuchan estas corrientes musicales eran un público primordialmente de economía vulnerable, de barrios bajos y/o migrante.  De por sí la música firmada por artistas provenientes de entornos pobres es despreciada; si agregas que sea en español o diseñada para bailar, el escucha se puede volver casi un paria sólo por saberse los coros de alguna canción del nuevo género.  Adicionalmente y de acuerdo con algunos estudios,  el público con gusto por reguetón es vinculado con bajo coeficiente intelectual lo cual, resulta similar a la época del punk bandereado por el desaparecido grupo “Sex Pistols”.  Esto derivado más que por la música misma, por el extracto social marginado de los sectores meta, muchas veces sin acceso a una educación de mayor nivel. 
  2. El contenido abiertamente sexual o violento.  Si ya Elvis había causado conmoción con su pelvis desde los 50, ¿porqué es diferente con estos subgéneros? La respuesta yace en la misoginia y la incitación.  Los mensajes de la música controversial involucran letras con un alto contenido de exaltación sexual que denigra a la mujer y la vulnera, la cosifica tanto a su cuerpo como a su voluntad.  Más allá, en algunos casos, la misma música funciona como un aliciente de violencia sexual.  Sin embargo, la razón de ser de estos subgéneros se encuentra precisamente en estos mensajes, mismos que no deben parar si se desea catalogar la pieza musical dentro de ellos.  El mismo Bad Bunny, recién ganador del premio MTV a mejor artista, declaró a “El País” en 2021 que “no se va a superar nunca el rechazo al reguetón, es como el racismo o la homofobia”.  
  3. El efecto de la brecha generacional. Con la edad, el gusto musical se cierra a nuevos ritmos y corrientes y se activa el pensamiento de nostalgia, el que dice que cualquier tiempo pasado, en especial el de la propia juventud, fue mejor.  Por ello, este segmento se hace refractario a conductas nihilistas y letras dadaístas representadas por mensajes de bajo reto cognitivo. La desconexión musical humana no sólo se vuelve más fuerte, sino que se expande a otras áreas de pensamiento y apreciación cultural que terminan distanciando aún más a jóvenes de adultos, a padres de hijos.  Así que, si los amantes del jazz y del swing criticaron al rock, los anteriores repudiaron el heavy metal y el punk, y los anteriores el techno y ahora todos los anteriores detestan el reguetón, el trap y el urbano.  Parecería que el reloj del gusto musical se detuviera en la juventud y el relevo generacional no es apto en absoluto para respetarlo, más bien surge como rijoso y subversivo. 

Los sucesos del momento son los que influyen la creación y el mensaje, cuando hay depresión económica se destapan canciones de mensaje transgresores, surgen nuevos artistas y la influencia de su exposición modifican el status quo para así dejar la semilla que servirá de influencia para las siguientes bandas o solistas. 

En la tabla 1.1 se puede ver una relación de los eventos principales en encabezados de noticias en Estados Unidos durante los años que más cambio en el PIB se ha registrado en los últimos 53 años, ya sea en caída o en crecimiento.  Asimismo, se pueden apreciar los principales éxitos (mensajes) y los artistas de mayor influencia (portavoces).  En este último respecto se agregan sus contrapartes en el mercado latino en español.  No es raro que los cantantes que predominan en los momentos históricos de crisis muestren poco interés por la situación económica del país y que sobre todo en géneros como el Hip Hop y el R&B, la disparidad social se refleja en mensajes que guían a los menos favorecidos hacia un estilo de vida menos convencional e incluso de riesgos.  Estos géneros se originaron en los mismos años que la desigualdad social se hizo más obvia y generalizada en los Estados Unidos.  De esta forma, es interesante cómo de pronto aparecen ciertos movimientos que vale la pena resaltar: la predominancia negra en la música y luego la latina, el surgimiento del gangsta rap; en los últimos años aparece la figura de la Bad Bitch (e.g. Doja Cat, Cardi B) y también la inserción de los artistas auto-fabricados con su propio equipo de marketers expertos para diseñar su imagen, presencia y comunicación. 

Es innegable la asistencia de un público más exigente de agresividad y de sexualidad. Si no hay carne, no hay seguidores. Si no hay seguidores entonces no hay likes, por ende, no hay trascendencia. Ese es el nombre del juego ahora. En particular sobre este concepto del Bad Bitch, de alta fascinación en especial para las que lo adoptan más que para los que lo observan. El actual mainstream, afectado por movimientos como #metoo y #timesup, aportó este nuevo modelo a seguir, conformado por dos palabras de negativa connotación y paradójicamente, lo ha convertido en uno de los mejores cumplidos para una mujer americana.   El Diccionario Urbano la define como: «Una mujer que es segura de sí misma, independiente y se esfuerza por salir adelante. Una mujer que no necesita a nadie y que está en control de sus sentimientos. Esta mujer es también irresistible.» De manera que, para lograr el estereotipo es necesario que esa agresividad femenina sobre, ya que quedarse corta puede caer en el señalamiento de chica fácil. Hay que estar conectada con todo pero pegada a nada. De los mejores ejemplos y que representan los tótems sagrados del concepto Bad Bitch pueden mencionarse a Nicki Minaj, Doja Cat, Lizzo y Amber Rose (quien hasta un libro escribió con título conspicuo al respecto, «How to be a Bad Bitch»). 

En una luz positiva, el concepto Bad Bitch tiende a fomentar de alguna manera la idea en las chicas de que no tienen que ser la más bonita de la fiesta; es más, ni siquiera debería ser un factor ya que satisfacer las ideas de belleza de los hombres es un juego sin fin en el que siempre se termina perdiendo. Aquí se trata de restregar en la cara de los demás, en especial del sexo opuesto, que la belleza está en la actitud y que lo que la actitud refleja es poder, sobre sí misma y sobre su entorno. Que lo que las coloca en un plano distinto a las Basic Bitches es que ellas hablan de ideas y no de gente; que jamás piensan en lo que no tienen y no les importa un frijol lo que piensen de ellas. En resumen, ahora más que nunca, la actitud cuenta más que la música misma. 

Este mismo empoderamiento se puede ver en #blacklivesmatter, #asianpride y el movimiento latino que predomina por todo Iberoamérica y buena parte de Estados Unidos. El mensaje está siendo recibido como de aparentar poder, aunque no haya dinero para respaldarlo.  Así que mientras el discurso en momentos de bonanza económica (1969, 1973) consistía en la promoción del amor y la paz, tal y como quedó plasmado en el festival Woodstock de 1969, por ejemplo; las crisis de 2008-2009 y 2020-2021 han desencadenado una contraparte de agresividad en la música, no sólo en poder y ostentación, sino en alentar la violencia y el dominio sexual. El mensaje ha cambiado y el mensajero se ha vuelto más narcisista y aspira a que se trate de él; pero una vez que lo comunica, el público adopta la convicción de que la nueva tendencia radica en transmitir que el orgullo sólo puede aniquilarse con heridas autoinfligidas.  

El arribo de la juventud al mundo adulto plantea una lucha interna entre el sentir y el tener.  Esta división en los valores origina una polaridad social que refleja en sus canciones un anhelo de pertenencia al tiempo que arroja insultos al privilegio del establecimiento jerárquico.  Irónicamente, los jóvenes de hoy no saben bien a bien si desdeñarían  ese mismo privilegio dada la oportunidad de formar parte de él.  En un mundo en el que el idealismo se percibe más en las artes que en la realidad material, es vital mantener claridad en la noción de que no es lo mismo hacer música que hacer dinero.  Por ello, como respuesta a esta nueva tendencia urbana tan ubicua y decadente, la música debe recordar una regla de oro: que, si pasa de largo sus orígenes y los valores culturales de una nación, entonces el tiempo mismo la relevará y la distanciará de los clásicos delatándola como un anodino conjunto de beats confeccionados por y para la generación del momento, es decir, una mera novedad.

Tabla 1.1

Referencia Bibliográfica

1.- “How music has responded to a decade of economic inequality” Scott Timberg (30/07/2018), https://www.vox.com/culture/2018/7/30/17561470/music-of-inequality

2.- “How music powers the American Economy”, Press Statement RIAA News, (09/02/2021), https://www.riaa.com/new-report-how-music-powers-the-american-economy/

3.- “How many songs are there in the world? (2022)”, Brian Clark (28/04/2022), Musician Wave, 

4.- Diccionario Urbano. https://www.urbandictionary.com/define.php?term=Bad%20Bitch

5.- “Clasisimo, conflicto intergeneracional, letras misóginas: El odio al reguetón va más allá del gusto musical”, Sergio C. Fanjul, Diario El País, 22/09/2022

https://elpais.com/cultura/2022-09-22/clasismo-conflicto-intergeneracional-letras-misoginas-el-odio-al-regueton-va-mas-alla-del-gusto-musical.html

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