Junio es el mes del orgullo LGBTQ+ y en muchos lugares del mundo se celebra y se conmemora con un desfile cargado de convicciones: historia, tolerancia, alegría, escándalo y mucho más, para todos hay. Claro que con todo y todo, hay aún demasiados grupos que se oponen a todo esto, grupos que si pudieran extinguirían por completo algo que nunca se va a callar, que nunca se va a marchitar. Y es que negar la realidad no la desaparece, es más, nos hace preguntar el porqué hay tanta insistencia de la gente por gobernar la vida de otros. Se me hace inconcebible que gente heterosexual prejuiciosa sea la autoridad que decide cómo la gente homosexual debe vivir.
Claro que tenía pensado escribir algo sobre el orgullo gay en este mes, pero ha cambiado en mi mente un poco el tema y el contexto de lo que iba a redactar desde que vi la noticia de un grupo de heterosexuales en Boston que solicitaron permiso municipal para llevar a cabo su desfile de «día de orgullo heterosexual». Está de sobra que diga que esa marcha es totalmente innecesaria porque pues, según han expresado, piensan vestirse o desvestirse y hacer desmadre igual que lo hacen los gays en su desfile pero, ¿qué no hacen eso ya en halloween? ¿en carnaval? ¿en mardi gras? Ellos lo defienden con la premisa de que «si ellos pueden, ¿porqué nosotros no?» y la respuesta es sencilla: ¡pues porque la gente heterosexual no ha sido oprimida con represalias sociales ni señalamientos ni mucho menos con cárcel o palizas públicas por ser heterosexual! O sea, el matrimonio heterosexual tan sólo tiene como 4,000 años de existir ¿cierto? y nadie, ni siquiera la gente gay, ha tratado jamás de detenerlo o regularlo. Especialmente en México, siempre encuentras personas oponiéndose a que haya legalización del matrimonio mismo sexo, ¡han ido hasta el extremo de establecer un desfile y día de (defensa a) la familia! Querrán decir, de la familia que ellos desean tener, lo que sea que eso signifique. La verdad es que ahora y de acuerdo al censo 2017 de la INEGI, tan sólo el 53.8% de los hogares mexicanos son tradicionales biparentales, por ende, la población generalmente sujeta a prejuicio y señalamiento social se encuentra en el 18.0% formado por hogares monoparentales y más fuerte aún, en el 28.1% catalogado como «otros hogares» mismo que más crecimiento está teniendo de todos. Aquí es donde está todo el colorido del arcoiris; parejas sin hijos, parejas mismo sexo con o sin hijos, hogares de un solo miembro, hogares de más de dos adultos sin hijos, entre otros.
Recuerdo el día de la masacre en Orlando del «Pulse» precisamente en el mes del orgullo del año 2016. Veía incrédulo la noticia, fue una coincidencia que mi madre estuviera a mi lado. Las lágrimas fueron inevitables y cuando empezaron a pasar los rostros y nombres de cada una de las 50 víctimas que murieron tomé su mano en doloroso silencio, ella me miraba sin saber qué hacer ni qué decir. Fue ahí cuando más contundente me llegó el mensaje: si pudieran, habría una purga, un exterminio, habría muerte. Tal como la hay en muchos países árabes, tal como la hay en Chechenia o en Rusia… o en México. En nuestro país se registran en promedio 381 personas asesinadas al año por ser o ser percibidas como del grupo LGBT. Este número no disminuye, se incrementa cada año que pasa; lo cual me hizo querer escribir acerca del origen de este movimiento de «orgullo gay», porque ese desfile que vemos cada año lleno de gente vestida de todas maneras, escanadalosa, que más bien parece que está de fiesta, tiene un origen más oscuro de lo que parece.
El inicio del movimiento gay empezó de manera oficial en 1970, cuando ser gay era penado por la ley. Sin embargo, lo que marcó su origen fue un incidente ocurrido el 28 de junio de 1969 en este lugar:
Este era el «Stonewall Inn» en Greenwich Village en Manhattan, un bar gay acostumbrado a las redadas de la policía y el subsecuente encarcelamiento de sus clientes, hasta que en esa noche de junio las cosas fueron algo diferentes a la rutina. Esa noche la clientela del Stonewall, unos 200 parroquianos enfurecidos ya por la discriminación, se resistieron a su arresto y explotaron en un levantamiento contra los policías que recibieron una dura lección sobre la frustración que conllevaba formar parte de la comunidad LGBT en ese momento.
Estas revueltas no se detuvieron y fueron estas personas quienes iniciaron esta lucha que no termina de ganarse por completo pero que ha heredado a nuevas generaciones un momento de mayor aceptación o al menos en ciertas latitudes, uno exento de persecución y de vergüenza.
En efecto, jóvenes de 28 años hoy se reúnen en dinner parties o cocktail parties sin pensar que hombres gay de 60, cuando tenían 28 años iban más bien a funerales tan frecuentes como 2 ó 3 a la semana. Ellos no sólo lamentaban la partida de sus amigos sino también la negación de la población heterosexual a un problema que los estaba matando alrededor del mundo. Esta indiferencia era particularmente álgida para quienes eran conscientes de esta injusticia y a pesar de su compasión preferían guardar silencio y alinearse al estándar, a lo que otros (iglesia, políticos, familiares) dictaban como la «normalidad».
La epidemia de VIH y Sida fue la que marcó una transformación al movimiento, especialmente en 1987 cuando se fundó en Estados Unidos la coalición gay «Act Up» la cual tuvo una lucha sin cuartel para que las farmacéuticas hicieran accesibles los precios del AZT, la única medicina conocida a ese momento contra los síntomas del sida. (El tratamiento era vendido por $10,000 dlls anuales y por una sóla farmacéutica, Burroughs Wellcome). Eran constantes las manifestaciones y los arrestos de decenas de partidarios por todo el mundo ya que Act Up trascendió fronteras a pesar de que se autodefinía como una red anarquista y sin líderes. Una de sus más impactantes acciones contra el sistema fue lo que ellos nombraron como el Día de la Desesperación. Fue el 22 de enero de 1991 cuando se colaron en un estudio de la CBS a gritar «Luchen contra el SIDA y no contra los árabes!» mientras que la Operación Tormenta del Desierto tomaba los encabezados del momento. Adicional a este incidente, hubieron otros más coordinados de forma simultánea que finalmente le dieron su nombre al día y una proyección a la organización que hizo visible la problemática para todos.
Estos hechos fortalecieron las marchas gay en Estados Unidos, en Francia, en España por lo que la cantidad de participantes vestidos en todo tipo de atuendos implicaría un mensaje de tolerancia universal: independientemente de cómo me veo, ¿me vas a tolerar? Este concepto se extiende a muchas minorías, pero en la paleta de colores LGBTQ+ esto define el origen de la bandera que las representa. Antes de la emblemática bandera del arcoiris y hasta 1978, era un triángulo rosa la simbología que denotaba a la comunidad, incluso a pesar de haber sido la macabra insignia utilizada por los nazis en la Segunda Guerra para discriminar, secuestrar y luego asesinar a la gente gay en sus campos de concentración. Precisamente lo inapropiado del triángulo rosa como símbolo LGBTQ+ originó a que un artista de nombre Gilbert Baker creara la primera bandera gay para utilizarse en San Francisco en la marcha organizada por el ahora icónico Harvey Milk. Aunque esa bandera tenía ocho colores, la que se usa en la actualidad trae casi siempre seis, mismos que representan una idea cada uno: rojo por la vida, anaranjado por la salud, amarillo por la luz del sol, verde por la naturaleza, azul por la armonía y el morado por el espíritu. La bandera de Baker añadía rosa por sexualidad y celeste por las artes. Asimismo, estos colores representan el espectro del tejido social de las minorías y más que añadir etiquetas, busca la visibilidad y la identidad de las personas a no sentirse solas y a atreverse a ser ellos mismos y sobre todo, a saber que son dignos de amor y pertenencia. Liberados de cualquier sentido de vergüenza o culpabilidad por ser quienes son y empoderados por su comunidad para decirle a cualquier intruso prejuiciado: «¡detente ahí, tú no vas a venir a agüitar mi desfile!»
Si la gente heterosexual quiere su día de afirmación, creo que hay muchas causas por las que pueden luchar: la violencia intrafamiliar, los derechos de aborto o los de control de natalidad, el asesinato de reporter@s, la proliferación del secuestro y sobre todo, la impunidad de tanta gente que roba, que abusa, que viola, que asesina. Esos serían logros y luchas a respetarse, es más, estoy seguro que mucha gente LGBTQ estaría dispuesta a unírseles. Pero el privilegio histórico y adjudicado no se celebra, no se presume. Se usa como palanca para levantar a la sociedad hacia el progreso que debe traer la evolución de la humanidad.
Las 49 víctimas del «Pulse» en Orlando