Aquí va un relato de ficción que cuando lo leí en mi taller causó una muy buena discusión…
No importa qué tan buen padre seas para tus hijos, siempre estarás en el banquillo de los acusados. Te la partes toda tu vida procurando cada día tu mejor comportamiento, tu mejor esfuerzo para brindarles todo lo que se espera de ti: seguridad, educación, formación, bienestar. Ah pero eso sí, basta que cometas un solo error para que te persiga por el resto de tus días. Te lo restregarán en la cara a la menor provocación sin importar cuántas veces hayas pedido perdón. Podrás haber llevado el crío al parque a jugar tres días de la semana durante los últimos cuatro años sin mayor incidente que su diversión. Sin embargo, ese día que te llegó un texto de tu oficina pidiéndote darle una revisada al documento urgente que te mandó el jefe, ése es el día que el niño se cae del columpio y se pega en la frente y se lo llevan a urgencias y le cosen cuatro puntos. Ese es el día de la marca. El día que será mencionado por años, aún después de tu divorcio. El día de la evidencia de que te importa más tu celular que tu propio hijo.
Uno pensaría que esto se detiene en asuntos de la familia, pero no. La cultura de cancelación es tan invasiva que llegará a ti por cualquier departamento de la vida. Habrás cumplido como relojito tu hora de llegada al trabajo, pero esa vez que llegaste media hora tarde fue lo que se coló a tu evaluación bimestral. Seguro eres el vecino ideal que jamás hace una fiesta, barre todas las hojas secas de su calle y paga su cuota de mantenimiento más puntual que un inglés; pero el día que se te ocurre durante la asamblea pedir consideración a los dueños de perros y que recojan las heces al sacarlos a pasear, te conviertes en el amargado antisocial de la colonia. No hay salida aparente de esta meliflua espiral de santurronería. Todos te tratan civilmente hasta que la primer pieza del dominó cae. Más lamentable aún es que uno espera un desenlace erróneo, uno espera la compasión y luego el olvido… ¡como si tuviera uno tanta suerte! El desenlace, siento aclararlo, es la irreversibilidad. Bien dicen por ahí que la fama es efímera y costosa mientras que la infamia en cambio… ésa sí es eterna y hasta eso, fácil de adquirir. Así que cuando te digan que fulanito tiene fama de ser muy estricto con sus hijos, lo que en verdad están dando a entender es que mientras sus hijos dependan de él, será recordado como un tirano y que cuando ellos crezcan y se vayan sólo será para convertirse en exactamente lo mismo ondeando la bandera de “darles todo aquéllo que yo no tuve”. No estamos rompiendo paradigmas, estamos serviles siguiendo las huellas de nuestros hijos y persiguiendo sus sueños, no los nuestros.
¿Será posible no ser cancelado como padre si me dedicara un poquito más a mí? ¿Sería incomprensible que el darles un poco más de libertad a ellos significa que anhelo darme un poco más de libertad a mí? ¿Podría por una vez ser que el darles más espacio no terminará mostrándome como un egoísta indiferente? Porque si me preguntas te diría que estoy saturado ya del menú que nos recetan a diario: competitividad profesional, social y física; capacidad de consumo y luego evaluación. Y no olvidar por favor: siempre sonriendo. Mis hijos apenas son unos infantes, lo cual me tiene en un estado de aprehensión constante sobre el cómo seré juzgado y sobre todo, recordado una vez que sean adultos. Dios me libre de mis errores porque si algo sé de cierto es que cuando el rencor de un adolescente se prolonga hacia su edad madura, su desdén será fehacientemente inmarcesible. Me niego a ser cancelado, prefiero ser un paria infame que ama sus hijos a la distancia sin la esperanza de ser algún día bien correspondido.
Una de las lecciones que más me he tardado en aprender es que si a tus hijos les das dinero pero no les das valores, entonces el dinero se perderá y que si les das valores a tus hijos pero no les das dinero, los valores también se perderán. Podría ir a la tumba tranquilo sabiendo que les procuré el justo equilibrio sin importarme lo que ellos en algún momento opinen de mí. Mientras vea prosperidad y compasión en sus vidas al tiempo que se mantienen alejados de la política y la delincuencia (que son casi lo mismo), daré por hecho que como padre habré cumplido mi propósito. Supongo que a eso es a lo que llaman “formarse un carácter”.
