Ya perdí la cuenta de cuánto tiempo llevo esperando un avance en la situación de contingencia. Hace unos días decidí tratar de hacerme refractario hacia informaciones en redes sociales sobre el tema, todo es alarmista y muchas veces sin fundamento. Si algo he aprendido en las últimas semanas es que las redes sociales son súper eficientes para diseminar mentiras. Mentiras muy variadas y en múltiples ámbitos. Mentiras dichas por líderes políticos, mentiras tanto por parte de ONG’s como por empresas, mentiras por «influencers», mentiras de los usuarios sobre sí mism@s, sobre otras personas o sobre cualquier situación de actualidad. Todo mundo tiene una opinión y todo mundo se siente la autoridad. Personas se unen ciega y solidariamente a un hilo nada más porque son seguidores de quien lo inicia sin pensar en consecuencias, en una estupidez voluntaria consistente en creer en una mentira aún sabiendo que muy probablemente lo sea. A gran escala veo que esto es preciso lo que ha causado en Estados Unidos y México una realidad lamentable a la forma en que se ha enfrentado al COVID-19. Ambos líderes políticos en negación soltando enunciados y actos en total contraposición a la recomendación médica y en pésimo ejemplo para sus poblaciones. En este momento, la crisis ha hecho entrar en cordura a miles de personas que prefieren ser sus propias guías de sensatez mediante información sustentada y científica más que por presentimientos y opiniones. Hemos aprendido muy a la mala que aunque un Presidente opine algo, esta opinión no es por default cierta y apegada a la realidad. Ahora tenemos que cuestionarnos todo estímulo informativo que llegue a nuestros sentidos. Ahora las cosas son muy distintas a las épocas presidencialistas y absolutas de antaño. Creo que como votantes estamos desperdiciando este gran momento donde la información validadora está más disponible y abundante que nunca. ¿Será que más tecnología desemboca en más pereza?
Este virus que nos hace a todos hablar de lo mismo, someternos a las mismas medidas de contención, a rezar universalmente por que pase pronto y sin tomar más vidas; este virus que nos hace separarnos físicamente es el mismo que irónicamente nos unirá hacia un acuerdo de mayor humanismo y empatía entre nosotros. Esta situación tan crítica me ha hecho reflexionar sobre lo alejados que ya estábamos del concepto de la compasión. Siempre había pensado que la compasión era un concepto relacionado con lástima ajena, sentirme mal o triste por la desgracia de otro. Un día cambié la noción por completo, esto sucedió el día en que aprendí la palabra compasión en el idioma alemán: mitgefühl. Esta palabra se divide en dos, mit que significa «con» y gefühl que implica «sentimiento», de forma que en el idioma alemán, la palabra «compasión» se entiende más bien como «sentir con el otro», «compartir las emociones». Creo que en un sentido más amplio esto tiene que ver con empatía, algo que nos ha estado faltando y por mucho en nuestras vidas. Día a día cometemos actos que van en favor de nuestros propios intereses y rara vez siquiera imaginamos si al lograr nuestro propósito afectaremos el status quo de los demás. Afectar a otros con o sin conocimiento es invariablemente carecer de empatía, es decir, de compasión. Este concepto es el que ahora mismo nos hace falta, es la compasión en cada persona lo que distingue civismo de barbarie, lo que nos hace, válgame la redundancia, civilizados. Volvernos todos civilizados es tan difícil de lograr que el mismo universo nos ha aventado este virus como prueba de aprendizaje, a ver si somos capaces de entenderlo o si seguiremos sirviendo al ego mientras organizamos fiestas y eventos aún en momentos de tanta vulnerabilidad.
Cuando estamos en la escuela buscamos siempre la competitividad, destacarnos a través del conocimiento adquirido. Es natural que al graduarnos y convertirnos en profesionistas esta competitividad sea no sólo incentivada hacia ser los mejores en lo que hacemos, sino comprobable a la vez a través de logros documentados a lo largo de nuestra carrera. Todo esto está perfecto, no lo discuto, después de todo en eso está basado nuestro establecimiento social. Lo que sí ha cambiado es que ahora ya no sólo debemos ser competitivos en estos ámbitos, académico y profesional. Ahora también nos orillan a competir en la arena social y a veces con mayor agresividad. La competencia va sobre cuántos seguidores tienes y en cuántas plataformas, cuántos likes obtienes por post y qué porcentaje de tu base representan, qué tan fashion te vistes, qué tan cool eres, qué tan exóticos son tus viajes y qué tan frecuentes, qué tan sexy te ves, a cuántas fiestas asistes y con quiénes, etc. No hay fin para estos juegos olímpicos sociales. Pero es aquí donde esta empatía, este mitgefühl del que hablaba previamente, llega como muy utilitario ya que este concepto no es otra cosa más que la antesala de la humildad. En el momento en que la humildad se activa, en ese momento inequívocamente sentirás relajación y abandonas un estrés inexplicable que a toda hora sentías, al pasearte por el facebook, al scrollear por el instagram, al leer el twitter timeline, al entrar a los grupos del whatsapp. De pronto, aceptar que no eres todas estas cosas, que no eres la autoridad del fashion, del sport extreme, del gym, de las tirolesas ni de los bungees, de los antros de moda; te libera. Hacerte consciente de que eres alguien que sólo quiere pasársela bien con sus verdaderos amigos, con su familia elegida si tu gustas, te da una libertad social que te permite ser más auténtico. ¿Porqué tiene que haber métrica en la diversión? ¿Porqué necesitamos tantos testigos para validar nuestras propias experiencias? Al final, creo que los seres humanos no buscamos llevar vidas formadas únicamente de placer, sino también de propósito, de virtud y de vocación.
La vida es esencialmente un drama moral más que un drama hedonístico, y en este drama moral, en esta lucha interna contra nuestras propias debilidades, la humildad será nuestra mayor virtud. Y le llamo drama porque ningún conflicto externo es tan dramático o tan lleno de consecuencias como la lucha interna contra nuestras propias deficiencias. Siento que hasta hay algo heroico detrás de este sufrimiento interior de vencer el vicio que es el orgullo. La humildad es contar con una apreciación certera de nuestra naturaleza y de nuestro sitio en el cosmos. Yo sólo espero que de tanto agravio y desgracia, este COVID-19 nos deje algo de valor y nada sería más valioso para mi que encontráramos como raza humana nuestra humildad. Que valoremos nuevamente lo que es estar juntos con la gente que más amamos y apreciamos compartiendo nuestros mejores momentos; que busquemos no perjudicar a los demás y que nuestros actos de mayor nobleza sean para quienes sepamos más los necesiten.
¡Ánimo, paciencia que en este momento todos podríamos ser pacientes!