Es la víspera del día de San Valentín y me dio por escribir una historia de amor. No se trata de la historia de amor convencional, es más, no sé si lo interpretaría como una historia de enamoramiento por otra persona o más bien acerca del amor propio que sueña su vida y vive su sueño. Lo cierto es que esta historia le da un nuevo significado a la frase «esto me huele mal»…
Aquel era un día especial ya que había más cuerpos que de costumbre para preparar. La emoción era tan intensa que Fergus temía que su entusiasmo infantil fuera notado por su patrón y por Ramón, su compañero embalsamador en la funeraria. Cada que un nuevo cadáver se destapaba, Fergus rezaba por que Ramón tomara una pausa para ir al baño y así quedarse solo y deleitar su olfato sin censura.
El ritual iniciaba con los dedos de los pies y subía hasta el último cabello; cada caverna entre los deditos ofrecía un preámbulo de lo que vendría enseguida al escalar su nariz por las secciones corpóreas del muerto frente a él. Disfrutaba tomarse su tiempo para pasear su cara por las piernas rozando de vez en vez la piel inerte para luego, a la altura de las rodillas, atraer con inhalaciones profundas matices previos de lo que esperaba en la entrepierna, por encima y por dentro. Se regodeaba al comparar los tufos de cada vagina, las sudoraciones masculinas, y sobre todo, correlacionando estos olores con el humor percibido en las axilas. Finalmente, se daba a complacer sus sentidos al pasear su cara por el cuello, el pelo y detenerse en los labios; abrirlos con sus dedos, tocar las encías e inhalar el vestigio de su aliento mórbido. Era como acercarse al cielo por unos segundos.
Para Fergus, abrir los cuerpos era el acto que le daba una última claridad sobre lo que él percibía por fuera dado lo que el sujeto llevaba por dentro. Vaciar sus entrañas y recibir el exquisito aroma de todo aquello que conforma a un hombre o a una mujer. El éxtasis de tomarlo profundo por la nariz hasta sentirlo en el esófago y pasarlo a sus adentros, era el momento máximo de Fergus. La síntesis de todo su preámbulo de cortejo sucedía ahí, en ese cuartito íntimo del sótano de una casa funeral familiar y austera, en el que Fergus desaparecía y su vida se convertía en un sueño.
Era todavía un niño cuando los papás de Fergus se percataron de cómo su hijo tenía un sentido del olfato peculiar. El aroma de las flores le fastidiaba, a veces le causaba náuseas. El olor a pino, a maderas en general, lo enjaquecaban hasta terminar en cama. Sin embargo y en contraposición, ellos tuvieron que ser muy diligentes al disponer de la basura de la casa. Tenían que guardarla en bolsas herméticas e irlas a tirar antes de que Fergusito llegara de la escuela porque terminaría abriéndolas y nadando entre toda la comida de desecho y papel de baño usado. El extremo llegó cuando por fin encontraron que el origen del hedor putrefacto que dominaba toda la casa, eran los cadáveres de animales muertos debajo de la cama de Fergus. Efectuaron una limpieza y desinfección extrema de su habitación una vez que retiraron ardillas, conejos, pollitos y hasta un pequeño gato en distintas fases de descomposición, lo cual desató tremendo berrinche del niño. La aridez de la limpieza y la esterilidad lo trastornaban más allá de lo razonable, pero al menos le sirvieron para darse cuenta de que el placer que disfrutaba su corazón era refinado, único e incomprendido por los demás.
Sólo quedaba un cuerpo por trabajar y quince minutos para terminar el turno laboral. Ramón se mostraba apurado ya que esa noche era la cena de aniversario con su esposa y no quería llegar tarde. Abrieron el zíper del envoltorio y lo que apareció dentro de esa bolsa negra de plástico era nada menos que la criatura más bella que Fergus hubiera visto en su vida. Belleza pelirroja, cuerpo delineado y firme, cubierto de moretones y coágulos en toda el área abdominal. Leyó enseguida el expediente: Nombre: Deyanira Ortega. Edad: 20 años. Causa de muerte: Estallamiento de vísceras en accidente automovilístico. Sintió puro amor al cerrar el folder y volver a echar un vistazo al rostro inocente de la víctima. El rigor mortis estaba ya en efecto pero su esencia permanecía vigente y potente.
─Pensé que tenías hoy tu cena de aniversario. ¿A poco vas a cancelarle? No creo que te lo vayan a tomar muy bien.
A Ramón le llegó el comentario de Fergus como un alivio. Decidió continuar el diálogo con total consciencia del rumbo por el que forzaría la conversación.
─Sí, lo sé. Daría mi brazo izquierdo por evitarme un problema con Geno, en especial justo en nuestro aniversario y cuando las cosas entre nosotros han andado un poco complicadas.
─No tienes que deshacerte de tu brazo izquierdo, Ramón. ─Fergus trató de esperar lo más que pudo para no obviar la prisa en su respuesta, seguía entretenido cosiendo el pecho de un cadáver por lo que ni siquiera levantó la vista para continuar su conversación. ─Yo puedo hacerla a ella a cambio de tu paga por las horas extra. No tomará mucho tiempo, acabo de leer que será una cremación.
─¿En serio? Te lo agradecería demasiado, Fergus. ¡Te debo una amigo!
Ramón se quitó la bata y se preparó para salir. Tan pronto se fue, Fergus dejó de lado lo que hacía y casi de un brinco llegó a la plancha donde se encontraba la pelirroja. Con mucha anticipación inició todo su ritual olfatorio y de pronto pudo sentir que tenía una erección. Tomó con rapidez su mochila, las llaves de su auto y salió apurado de la funeraria. Condujo sin titubeos a lo largo de un extenso eje vial hasta salir a una de las áreas más pobres de la ciudad. Había oscurecido y eso traía otro tipo de gente a los cruceros. Fergus ponía atención a cada esquina mientras daba sus rondines por varias manzanas. Estuvo a punto de darse por vencido cuando vio a una persona encobijada acostada en una banqueta desolada. Detuvo su coche y al bajarse constató que era una mujer chamagosa que no hablaba muy bien el español. Balbuceaba ininteligible y no parecía tener control sobre sus extremidades. Podría estar muy enferma o muy drogada, en cualquier caso, era justo lo que Fergus buscaba.
Entró con ella a la funeraria, la llevó al sótano y la invitó a descansar y a recostarse mientras le traía algo de comer. Ella se mostraba desorientada y poco consciente sobre lo que escuchaba pero cuando estuvo acostada se tranquilizó y pudo quedarse dormida. Fergus empujó la plancha en la que ella reposaba dentro del horno crematorio y lo encendió. No se escuchó ni un grito, ni siquiera un gemido. Después de hacer lo que Fergus consideraba su buena acción del día, se dispuso a transportar el cuerpo rígido de la pelirroja accidentada a su automóvil y llevarla a lo que sería de ahora en adelante, su hogar. El proceso de incineración le daría un par de horas para llegar a su casa, acomodarle a Deyanira un sitio junto con sus nuevas demás compañeras y luego regresar al crematorio a disponer de las cenizas y dejarlas listas para los familiares. ¡Dios! Ni la piel de los asientos podían impedir que su olor impregnara todo el interior de su carro, su mente giraba, Fergus estaba muy cerca de perder la razón.
Estaba de vuelta en la funeraria. Su intención era terminar lo antes posible para poder regresar y brindarle por fin a Deyanira tiempo de calidad. Pensaba reportarse enfermo al día siguiente y dedicárselo todo a su momificación. Se preparó un café bien cargado, se puso su bata y bajó al sótano para terminar el trabajo pendiente.
Al abrir la puerta se encontró al patrón junto con otra persona que sería el técnico que al fin tuvo el tiempo de ir a reparar el horno de cremación y así poder tenerles a tiempo las cenizas de Deyanira a sus papás. Aparentemente se había dado cuenta del desperfecto un día antes y olvidó mencionárselo a Ramón y a Fergus ya que él mismo se ocuparía de arreglarlo. Fergus supo que estaba en peligro cuando vio la puerta del horno abierta y a su patrón tomar de la mesa un mazo quirúrgico sin despegarle los ojos de la cara. No quiso poner resistencia. Sabía que éste sería el fin de un sueño, pero seguro el inicio de otro una vez que estuviera preso.
