No sé porqué cuando se viene el frío me da por escribir historias de miedo. Ésta que les voy a compartir es una versión de una leyenda mexicana que me encanta. Cuando sales de jarras y de ligue, ¿eres el león o eres la presa? Aguas cuando andes de caliente y te flechen, a veces es tan fuerte que no te puedes resistir y se te estropean todos los frenos; haz de cuenta como si se te metiera el chamucho…
“El vértigo y el furor”
La noche del sábado después de una semana de estrés extremo era todo lo que Elena había estado esperando. La olla de presión estaba muy cerca de estallar así que una intensa noche de antro era justo la válvula de escape que buscaba. Shots, baile, ligue. En ese orden de ser posible. No veía la hora de ya estar ahí, en medio de todo, especialmente del calor que sentía cuando las miradas de medio mundo se posaban sobre su danzante cuerpo.
Esta noche de clima templado no sería la excepción; se pondría el certero y breve vestido negro con estelar historial. Si la expresión “salirse con la suya” debía asignarse a un objeto, ese vestido sería el mejor candidato. Tenía su trayectoria y vaya que era una de exitosas conquistas y que a pesar de los años transcurridos desde que ocupaba un espacio en su clóset, ese vestidito continuaba siendo el constante infalible año con año.
Al momento de descender del Uber a unos cuantos metros del lugar, Elena de inmediato captó la atención de toda la fila conformada por damas esperando su turno de entrada. Ella lo sabía pero pretendía no percatarse de nada. Avanzó hasta la puerta directamente y en automático el bouncer retiró la cuerda para que ella ingresara confiándole algún halago quedito en el oído. En lugar de protestar, la gente que esperaba se impacientó aún más ante la urgencia de estar en el mismo lugar con alguien como Elena.
La visión de Elena era imperdible. Su atlética figura delineada a la perfección por ese vestidito competía con la belleza de su rostro. Parte de esa belleza se debía a una cierta vulnerabilidad que proyectaba en sus ojos; mostraban una cierta mortificación, como si se sintiera continuamente acosada. Su melena habitual había sido domada esa noche recogiéndose para formar una cola de caballo al aire que acentuaba los hermosos ángulos de su estructura facial y de sus hombros. El inagotable escote en la espalda daba fiel testimonio de que su piel era la total armonía entre tersura y color. Quien pasaba a su lado debía controlarse para no tocarla, sólo le quedaba el consuelo de un furtivo registro de su olor.
En el antro la música era increíble, parecería que la DJ sabía de su presencia ella y la complacía con todas las canciones que la hacían menearse. En la barra su shot de 1800 blanco con su chaser de Stella estaban comenzando a aligerarle los pies. Vio un par de rostros conocidos a lo lejos pero no quiso molestarse ni en buscarles su mirada. Quería que quien se le acercara fuera con el sólo propósito de divertirla en la pista y luego en la alcoba.
Para cuando ordenó el tercer shot, la pista estaba llena. Las siluetas femeninas se contoneaban entre destellos de luces zurcando la oscuridad; se podían ver los cuerpos juntarse y juguetear entre sí. Trataba de figurar quién sería su acompañante de la noche. La concurrencia de esa noche no sólo era abundante, era de calidad. Tan pronto su mirada se mantenía por más de cinco segundos entretenida en alguien, pasaba otra posible candidata que le arrebataba su atención.
“Así las cosas…”, pensaba temiendo terminar una vez más regresando sola a casa por tanto pensar. ¿Inalcanzable? ¡Más bien paralizada de indecisión! Siempre pensando, siempre imaginando que algo mejor va a llegar y dejando ir lo que está enfrente. Temerosa e insegura de sus elecciones, auto-excluida de las posibilidades a la hora de la verdad. Seguro nadie imaginaría lo que era ella en realidad aparte de bonita. Pero ella sí. Ella sí estaba al tanto de que era una…
“¡Idiota!” – escuchó a sus espaldas un grito rompe huevos. Lista para dar pelea, Elena se dio la vuelta para descubrir quién la había insultado. Pero el insulto no iba dirigido a ella sino hacia la borracha que al ir dando tumbos por el pasillo, empujó e hizo derramarse encima su bebida a la criatura más perturbadoramente hermosa que Elena hubiera visto no sólo en aquel lugar; en su vida.
Mientras esta preciosidad trataba de secar su vestido rojo, Elena la observaba atónita, sin pensar. Absorta en esa aparición, ni cuenta se dio que a tan sólo dos metros la ebria mujer cayó de bruces al suelo rompiéndose dos dientes y la nariz. Aunque Elena se hubiera percatado del aparatoso accidente, ella lo hubiera ignorado y habría preferido continuar su presentación a la diosa que tenía enfrente. En efecto, ella pudo haberse acercado y presentarse; pero no hablemos de lo que pudo ser porque lo único que hizo fue quedarse como una estúpida de pie, petrificada y en silencio. Fue cuando este ser encantador levantó su mirada y sorprendió a Elena perdida en ella. Elena sintió un inquietante ardor por debajo de toda su piel al tiempo que su mandíbula temblaba como si estuviera desnuda a cinco grados bajo cero. Su desbalance se cortó de golpe cuando la escuchó hablar: “Hola, me llamo Lucía, cómo estás”. Un sentimiento adolescente se apoderó de ella y la obligó a contestarle brindándole primero su nombre y poco después un “¡Claro!” al escuchar a Lucía preguntarle si le gustaría bailar.
Al tomarle la mano para dejarse guiar hacia la pista, Elena se desplazó en un trance consecuente a lo que pudiera seguir. Lucía era una belleza fuera de serie y su vestido rojo dejaba entrever su toneada pierna, su cadencia era majestuosa, le recordaba a la de algún exótico animal. La llevaba con pasos lentos pero con notoria gravitación en cada movimiento. Era evidente que a Lucía le gustaba marcar el camino y Elena sólo pensaba en cómo seguirla mejor. En la pista, su baile comenzó algo distante, como si Lucía estuviera contemplando lento el manjar que se iba a devorar más tarde. Elena en total hipnosis de su nueva compañera de baile, movía sus caderas cada vez más cerca de las de Lucía, le era imposible mantener más su distancia. Lo que Lucía ejercía sobre Elena era un magnetismo salvaje y crudo, atemorizante pero a la vez lleno de confort cada vez que Lucía le acariciaba con suavidad su espalda descubierta a lo largo del amplio escote del vestido.
Elena veía a Lucía dar giros constantes que la mareaban pero causaban en ella gran excitación. La anticipación de lo que seguiría la estaba consumiendo en el alma, su corazón acelerado y su voluntaria cancelación de todo tipo de límites la tenían caminando sobre una delgada cuerda. Sentía un mareo que casi la hacía desplomarse, pero se aferró a los hombros de Lucía para sostenerse. Ella volteó a verla con unos ojos lascivos, cargados de una lujuria deliciosa. Elena, intoxicada de una rijosa euforia, sintió que era por fin propiedad de alguien y no lo podía creer. En pleno subidón y colgada de la sonrisa enorme y radiante de Lucía, Elena sintió el instante ideal para tomar la selfie del año en su Instagram así que tomó su celular y levantó alta su mano para captar el momento pero al hacerlo, una Lucía repentinamente iracunda la empujó con sus brazos lejos de ella. En el empujón, Elena sintió el vértigo de todo su delirio y del fétido hedor que de pronto percibió había en ese antro. Una náusea invasiva se apoderó de ella y aunada a sus mareos, Elena sólo pudo perder el sentido y desplomarse en medio de la pista de baile.
Quizás haya perdido el conocimiento por un par de minutos pero al volver en sí y ver a toda la gente curiosa rodeándola, Elena entró en un pánico que la ayudó a recuperar su celular, reincorporarse y salir de ahí lo antes posible.
Al llegar a su casa, se aseguró de que todas las puertas y ventanas estuvieran bien cerradas y aseguradas. Se encerró en su cuarto y no despertó hasta pasado el mediodía del domingo. Se metió a bañar pero tan pronto el agua caliente le tocó su espalda sintió un ardor tan intenso que la hizo salir de la ducha de inmediato. Con prisa y algo de torpeza llegó hasta el espejo del vestidor y al girar su torso pudo ver incrédula múltiples heridas por toda su espalda, parecían ser arañazos, quizás laceraciones con alguna navaja. Un confuso vacío se apoderó de su interior e hizo que su respiración se acelerara. Trataba de buscar respuestas en su mente, ¿qué sucedió en esos minutos? Elena se encontraba totalmente desorientada, sin embargo, recordó esa última foto que tomó en su celular. Lo más probable es que hubiera salido movida debido a la embestida por parte de Lucía. No obstante fue a buscar su teléfono para quitarse de dudas y tal como lo supuso, se encontró con una foto borrosa y movida. El rostro de Lucía salía no sólo cortado, sino desfigurado y barrido al igual que la mayor parte de la imagen. Sin embargo, Elena salía clara y nítida. Tuvo que sacar sus lentes del buró para ver mejor un último detalle. En esa toma desde arriba, casi por completo inservible, pudo alcanzar a ver un mínimo espacio con un poco más de claridad. En la esquina inferior izquierda de la pantalla aparecía algo que no podía decir bien a bien si se trataba de un error del teléfono o de la toma, pero parecía como si la parte de abajo de la bien formada y sexy pierna que se asomaba por la abertura del vestido de Lucía, fuera en realidad la pata peluda de un chivo.
Esa misma noche, el infalible vestidito negro de Elena ardía en llamas en el patio de atrás.


