¡Primera entrada del 2022! Y había estado de vacaciones y ajustándome al regreso del día con día. Decidí irme bien acompañado de viaje de fin de año a Querétaro para luego pasar las últimas dos noches en San Miguel de Allende. Querétaro es una ciudad bellísima, tiene tanta historia y los sitios coloniales son de admirar. Luego tuvimos una breve excursión a Tula, Hidalgo para visitar la zona arqueológica donde aprendí que «atlante» es un guerrero que sabía usar un arma llamada «atla», una especie de honda que lanzaba flechas en lugar de piedras; de ahí se origina el apelativo de «Los Atlantes de Tula».
Todo muy bien hasta que se llegó el momento de partir a la segunda parte del viaje, San Miguel de Allende, Guanajuato. Salimos relativamente temprano y decidimos parar por algo rápido de desayuno en un McDonald’s antes de salir. Estacioné el auto y en el tiempo que ordenamos la comida y la sirvieron, unos diez minutos máximo, una de las chicas que trabajaban ahí nos alertó que nuestro coche había sufrido un ataque de cristalazo. Fue tan rápido, a las 10:30am, en un lugar con afluencia y a la vista; definitivamente los delincuentes eran unos profesionales. No robaron mucho, mi kindle y mis lentes de lectura pero el daño real que ocasionaron fue el tiempo de vacaciones que me obligaron a perder. En menos de un minuto pasamos de ser turistas entusiastas a locales buscando resolver un problema de seguridad personal lo antes posible, o sea, el mismo día. Lamentablemente, pude darme cuenta que debido a la falta de cristales de ese modelo eso no sería posible, así que pedí que me ayudaran implementando una cubierta de plástico provisional y emprendimos el regreso a casa aceptando así la pérdida de lo prepagado del AirBNB en San Miguel. Llegamos en la noche algo tristes pero para el día siguiente a mediodía el problema estaba ya resuelto, quedando pendientes unas vistas de plástico que los maleantes quebraron en su atraco (esto fue lo más costoso del incidente).
Estos tipos jamás se imaginarían hasta qué punto llegó el daño que ocasionaron y qué tristeza da ver una vida dedicada a dañar a otros. Seguramente yo fui la primera víctima del día y que las cosas que robaron no les han de haber servido ni para pagar sus primeras dos cervezas en año nuevo. Lo que estas personas hacen no es una actividad que les soluciona la vida, más bien, les ayuda a sobrellevarla. Si la teoría del crimen ascendente es cierta y tomando en cuenta que no han tenido consecuencias penales a la fecha, esta banda de ladrones va a escalar dentro de poco a robos a mano armada y/o narcomenudeo. Sin embargo, no deja de ser una tristeza que no importa cuántos robos efectúen al día, ellos no dejarán de asaltar pero tampoco incrementarán su patrimonio y mucho menos buscarán superarse académicamente para poder algún día dedicarse a algo productivo.
Estuve haciendo memoria sobre cuántos carros que he tenido han sido objeto de un «cristalazo». Todos excepto uno a lo largo de 36 años. Algunos incluso para sacarme cosas de la cajuela abatiendo los asientos, lo cual me deja perplejo del cómo supieron qué cosas llevaba ahí y que iba a haber acceso desde el asiento de atrás. Aún así, me niego a pensar y mucho menos a admitir que por haber dejado dentro de mi auto mis cosas, implícitamente yo tuve la culpa de que me las robaran. De cualquier manera, supongo que lo que quiero decir es que en esta ocasión, más allá del enojo inicial, creo que las cosas se registraron muy diferente en mi cabeza.
De pronto fue un nuevo challenge, sacar adelante el problema y de eso se trataron ese día y el siguiente. Pero también fue un ejercicio de consciencia y agradecimiento porque lo que sé de cierto es que a aquél que le roban cosas es precisamente al que tiene cosas y que mientras más lindas cosas tienes, más susceptible serás a que te las roben. Cuando te hacen víctima de un robo, la bendición es doble cuando puedes reponerte lo robado sin problema. Esto es lo que principalmente distingue a una víctima de robo de sus perpetradores. Es interesante pensar que mientras en el pasado, cuando se llegaba el momento de uno decidir a qué se iba a dedicar, la actividad delincuente nunca se ponía sobre la mesa como opción. Muy diferente a nuestros días en los que es, de hecho, una elección consciente. ¿Qué tan difícil es ser delincuente? ¿Qué tan larga es la curva de aprendizaje y de maestría? ¿Vale la pena el beneficio? Y ahí está la respuesta: el que tiene amplia visión, se lanzará a la ilegalidad de las grandes ligas (ya sabemos los rubros y la total impunidad que ofrece el sistema judicial mexicano) y aquel que vive al día, quizás sea de paso el holgazán al que no le interesa o no tiene la capacidad de superarse ni siquiera en sus habilidades criminales. Al final, toda actividad remunerada, dentro o fuera de la Ley, funciona subordinada a una buena administración y eso es como con los artistas: o tienes el talento o de plano, no.
Así que, en este país y en general Latinoamérica para ganarse la vida legalmente y tener suficiente éxito como para atraer delincuentes y la capacidad como para salir adelante después de un siniestro; hay de veras que ser bien chingón. Y uno mucho muy agradecido, of cors…