espiritualidad, Food 4 Thought, inner self, la experiencia humana, Life Adventure, vida

EP103: La última migra.

El día de hoy apareció la actriz Verónica Forqué muerta en su casa de Madrid a los 66 años de edad.  Siempre la recordaré por su papel de “Kika” en una de las más memorables películas de Almodóvar.  Se presume que ella tomó su propia vida.  

¿Cómo una actriz tan realizada, con cuatro Goyas en su haber, en el momento de vida más consagrado decide despedirse de este mundo? Recordé el caso del cantante de INXS, Michael Hutchence, quien también se suicidó en pleno apogeo de su carrera ante su miedo avasallador de volverse irrelevante. Inexplicable.  

“Uy, yo tenía unas tetas preciosas, de las más bonitas que se han visto. Me han dado mucho trabajo.”  “La fama es un resultado de algo; en mi época no había esa fascinación de ahora, que todo el mundo busca ser famoso.” “En la vida, cariño, es difícil envejecer.  Hay que prepararse, llega de repente, pasas de ser la niña del grupo a ser la más vieja en un segundo. De pronto tengo 61 años.  Estoy, como dice Jane Fonda, en el tercer acto de mi vida… y disfrutándolo.”  En estas tres frases de sus últimos años, explica la Forqué esa insatisfacción de tener que envejecer, la añoranza de los años mozos y la indiferencia hacia los “viejos”. Parece hasta casi orgánico el arribo a esta noción de aceptar una muerte prematura; la cual y sobre todo en el caso de Verónica Forqué, califico como prematura dado que ella te llegaba como alguien muy jovial y, permítanme la ironía, llena de vida por delante.

Pero, ¿sería esa no más que una percepción que tenía el público sobre quién era Verónica Forqué?  Nadie sabe lo que trae el bulto más que el que lo va cargando, bien se dice y no nos corresponde a nosotros juzgar su más última e irreversible decisión.

En mi vida solamente me tocó una vez enterarme de la migración voluntaria de alguien cercano a mí y esto sucedió mientras estudiaba el high school en Estados Unidos. Fue un trago amargo muy difícil de procesar para todos en la escuela. Al paso de los años, me resulta ahora más sencillo aplicarle empatía y cuestionarme si aquel día; seguro el más triste en la vida de la familia cercana de él, no fue a cambio el más feliz de su vida.

Este año me tocó ver la película por la cual Anthony Hopkins recibió su segundo Oscar de Mejor Actor Principal, “The Father”, donde nos retrata magistralmente la confusión, la total desorientación y zozobra de padecer Alzheimer; algo que Julianne Moore había logrado también en el 2014.  En la película de Moore, “Still Alice”, hay un momento en que su personaje se auto-escribe un recordatorio de “quitarse la vida” antes de que sea demasiado tarde y su mente la abandone. El infierno se desata cuando, lamentablemente, ese momento se le pasa de largo.

De esta forma y en este mismo año, descubro que ha surgido un grupo de personas con una realidad tan desfavorable que buscan cancelar la vida aquí y migrar al siguiente formato, al siguiente cosmos.  En este pensamiento se incluyen dos tipos de personas: los que harán el viaje y los que lo van a habilitar y/o administrar.  Muchos humanos están en condiciones desahuciadas, en una infra-vida con limitantes fisiológicas tan profundas que desearían ponerle fin a todo y retirarse “con dignidad”.  Nuestros sistemas de cuidados han evolucionado a llamarse “Gestoría del dolor” antes que “Medicina” y estos pacientes lo saben de primera mano.  Pero el espectro de público que desea esta migración no se compone únicamente de enfermos terminales soportando el dolor físico.  El otro lado muestra una población viviendo en una adversidad, según su propia percepción, insoportable y condenada.  No sufren necesariamente algún padecimiento que les marque la muerte como una solución alternativa, sin embargo, su condición mental les produce tal depresión que morir parecería el único remedio viable.

Hurgando un poco, llegué a “Death with Dignity” (https://deathwithdignity.org/), un grupo que lucha por asegurarles a quienes les han diagnosticado una enfermedad terminal, la libertad de elegir morir en sus propios términos. Por ejemplo, en Australia hubo por un muy corto tiempo, un Artículo sobre los Derechos de los Enfermos Terminales, en el cual y entre otras cosas, permitía que un paciente eligiera se le inyectara una inyección voluntaria, legal y letal.

Esto genera demasiada controversia año con año, ya que si de lo que estamos hablando es morir una muerte “buena” u “honorable”, lo que los griegos llamaban “eutanasia”; entonces, ¿porqué no puede ser ésta la meta de todos nosotros? ¿Porqué tenemos que estar de plano arrastrando la cobija o ser víctimas de algo sumamente violento para despedirnos de este lugar?  Ser recordado es el objetivo primordial de esta vida. Muchos piensan que a pesar de estar en sus últimos años, esa meta nunca llegó y por ende, es preferible despedirse y buscar una mejor suerte en la siguiente. ¡Qué mórbido tema me agarré esta semana, por Dios! Sin embargo, no debería de serlo.  ¿Porqué uno no puede permitirse pensar cómo quisiera que fuera su despedida, o debería decir, el inicio de su siguiente viaje? En el mundo occidental nos hemos abocado y por mucho, a vivir por más tiempo pero con vidas menos saludables.  ¿Debería ser un shock planear la muerte? ¿Deprimente, quizás? Cada vez más gente piensa diferente al respecto.

Este cortometraje describe este sentir y una solución de ficción que cada vez más se aproxima a nuestra realidad como si se tratara de un distópico episodio de “Black Mirror”.

Encontré que la Junta de Revisión Médica de Suiza acaba de aprobar a inicios de este mes el uso de un aparato llamado “La cápsula Sarco”.  Esta máquina es transportable a cualquier lugar a donde la persona decida terminar su estancia en planeta Tierra.  En lugar de que sea en una cama de hospital, su propia recámara, una cámara respiratoria de cuidados intensivos,  el paciente puede decidir colocar el “Sarco” en algún yate, alguna montaña, una playa viendo hacia el atardecer y programarla para que haga su trabajo de eutanasia.  El “Sarco” no requiere la asistencia de ningún doctor y funciona así: al ingresar al dispositivo se empieza a generar un ambiente de bajos niveles de oxígeno hasta ocasionar la muerte por hipoxia. De esta manera, y de acuerdo al lugar donde se eligió situar la máquina, el sentimiento final del paciente no sólo será de dignidad, sino también de una cierta euforia.  “Al morir, no quiero en mi sangre barbitúricos (Nembutal) sino adrenalina. Uno sólo muere una vez, así que, ¿porqué no morir de lo lindo?”, podría argumentar algún patrón de Exit International, la organización sin fines de lucro que lucha por la defunción digna de los habitantes del planeta.

El Sarco

Me quedo con esta duda: ¿qué no somos los humanos la especie animal que se distingue por su poder de elección, justificado por su derecho a probarlo todo? Como dijo Kevin Costner en su “Field of Dreams”: “si lo construyes, vendrán.”  Muchas veces eso es todo lo que necesitamos, que exista para optar por ello.  Y si aparte aquello está prohibido, pues agárrense para la eufórica caravana de migrantes que se avecina.

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