Me da gusto cómo el día del Orgullo Gay evoluciona cada año. Siempre es diferente al anterior, sobre todo en número de participantes. Este año pude ver que los desfiles fueron más coordinados entre las ciudades. No hubieron disparidades de fechas ni intereses de organizadores por acaparar reflectores. Fue la fiesta que todos esperábamos.
Hace un año escribí una entrada sobre junio, el mes del Pride. Le eché una leída y vi el contexto en el que iba exponiendo mis ideas, muy en favor de la igualdad, del activismo y sobre todo, de la información que busca conscientizar. Este año, la celebración traía una carga adicional: el acercamiento al fin de la pandemia COVID. Si bien no estamos aún fuera de peligro, el programa de vacunación se ha ido cumpliendo y tanto los nuevos casos como las defunciones han disminuido. De tal manera que llegado el día, todos salieron a desfilar, a reunirse y reafirmarse en apoyo al movimiento o en su propia sexualidad.
Si algo hemos visto por años de la comunidad LGBTQ ha sido su resiliencia. Durante el 2020 fue claro para mí que COVID-19 es la segunda pandemia que me ha tocado vivir. La primera apareció en los ochenta, justo cuando estaba despertando a mi vida sexual. El SIDA fue para muchos el tema más temido y más tabú de esa década y tener la mala suerte de contraerlo era el mismo beso de Judas: estigma social a la par que sentencia de muerte. Te convertías en un paria a la fuerza. Todos perdimos amigos, en mi caso, seis. Y la diferencia a esta pandemia 2020 es que al COVID le pusieron nombre de inmediato así como presupuesto y esfuerzos mundiales para mitigarla. El SIDA en épocas de Reagan, quien no era más que una versión suavizada y prematura de Trump, ni siquiera mencionó la amenaza biológica durante todos los cuatro años de su primer periodo presidencial. Estaba la comunidad a la deriva y forzada a asumir riesgos o abstenerse por completo de su sexualidad. La desinformación duró años y quizás eso ayudó a que la sociedad marcara de manera tan cruel a las víctimas de la enfermedad. Es mi opinión que al día de hoy sigue siendo éste el caso. Sin importar qué pandemia haya sido, la gente de la comunidad ha prevalecido y ha salido a buscar sus derechos.

Las marchas no siempre fueron tan concurridas. De hecho, yo mismo me abstuve de participar por años debido a ese prejuicio social. En este respecto, debo todo mi respeto a las personas LGBTQ que sí lo hicieron, a pesar de todo. Fueron los más valientes y los que en total vulnerabilidad pavimentaron el camino a los derechos que hoy tan gratuitamente las nuevas generaciones dan por hecho. Ese camino no fue fácil y muchas personas perdieron cosas que en su momento extrañaron… y mucho. Iban vestidos de todas maneras, pero la gente que representa la T y la Q fueron los que con sus statements sociales aventaron el reto descarado a la sociedad: ¿me otorgarías los mismos derechos aunque me veas vestido así? ¡Merecemos los mismos derechos, igualdad y respeto humano aunque no comprendas del todo quién soy! Esta es la esencia del Pride. Es su piedra angular y la que ha causado tanta revolución.

Hoy vemos ya a todos los departamentos de Relaciones Públicas de las empresas volcarse a proclamar su apoyo a la causa. Muchas veces es más hipocresía en sus comunicados que lo que practican dentro de sus filas. Porque en infinidad de casos:
+ no contratarían a un candidato que durante una entrevista demuestre de alguna forma su orientación sexual (que prácticamente lo asumen dado su status marital vs su edad)
+ el ascenso corporativo o la equidad salarial se truncan para alguien LGBTQ una vez dentro de la compañía
+ hay acoso y radio pasillo interminable por igual.
No hablo por hablar, he vivido todas las anteriores a lo largo de mi carrera corporativa… y todavía más.
Existen empresas que destacan por sus grandes campañas tanto internas como externas al movimiento LGBTQ, las más emblemáticas: Nestlé, Nike, Walmart, American Express, C&A, IBM, Pfizer (ninguna de ellas mexicana, dicho sea). Pero hay muchas que realmente sólo se están colgando para parecerlo y no podrían estar más alejadas de la equidad salarial en sus filas laborales. El ansia de branding justifica cualquier mentira en total carencia de introspección corporativa y terminan transformando a la causa en un vehículo mercadotécnico a través de hashtags, tik toks o likes.
Ahora que el Pride está ascendiendo a sus momentos más populares, creo que el mensaje es que este movimiento no se trata de aparentar tolerancia para pretender ser socialmente responsable. Se trata de ejercer acciones que integren y demuestren que podemos llegar a ser una sociedad abierta a la diversidad, porque en México al menos, la minoría LGBTQ es dentro de todos los grupos oprimidos o discriminados, la más expuesta y la que más predomina. Sin embargo, la globalización hará inevitablemente en el futuro que las minorías que sigan esta línea sean las étnicas y/o religiosas, como asiáticos, musulmanes y gente de color. El inminente aumento de estos grupos representa el próximo reto social de los mexicanos para las próximas décadas. Si manifestamos hoy problemática social en contra del movimiento LGBTQ, ¿cómo se irán a sentir los mexicanos que pierdan una plaza laboral contra un afroantillano, o contra un hijo mexicano de coreanos? ¿Cómo llevará el reclutador de una empresa mexicana su entrevista cuando el candidato se presente con tupida barba y turbante? ¿Habrá variación en su assesment y su recomendación? Estamos viendo la punta del iceberg. Sólo espero que estemos listos para movernos hacia adelante, hacia el loable progreso que exige la inclusión y la igualdad.
