espiritualidad, Food 4 Thought, inner self, la experiencia humana, story telling

EP076: Una Historia de Navidad

Esta Nochebuena te obsequio esta pequeña historia de Navidad que escribí al tiempo que te deseo el nacimiento de la luz de la bondad y de la compasión que Cristo nos comparte. Que sólo sentimientos buenos y nobles encuentren refugio en tu corazón…

El Padre Segovia había sido párroco de la iglesia de San Mateo de las Cabañas por 10 años ya.   Conocía bien a todos sus feligreses, en realidad no era una congregación tan grande pero sí muy fiel y piadosa.  El Padre Segovia era uno de los sacerdotes más jóvenes de la diócesis y siempre fue recomendado y distinguido por su calidad humana.  La gente lo buscaba mucho ya que sus consejos llevaban esa comprensión y empatía que los hacían doblemente valiosos.  Esto había sido notable para sus superiores así que estaba en elegibilidad de reubicarse a una responsabilidad mayor en la catedral.

Habían hecho unas leves reparaciones y mantenimientos en la iglesia apenas un par de semanas atrás.  Los pintores fueron los últimos en terminar, lo cual fue justo a tiempo para las misas de Navidad que estaban ya encima. Este año el invierno parecía implacable con el frío y las intermitentes lluvias hacían que llegara una sensación congelante hasta los huesos. 

Estaba anocheciendo y el Padre había estado practicando su sermón de nochebuena toda la tarde.  Se llegó la hora de cerrar la iglesia y retirarse.  Al pasar por el altar, se detuvo a contemplar el vitral que llegaba hasta el techo a casi 15 metros de altura.  Se veía algo oscuro allá arriba y al accionar el apagador notó que la luz reflectora que habían instalado no funcionaba. Debía hablarles a los electricistas al día siguiente muy temprano para que alcanzaran a reparar la lámpara y estuviera iluminada la parte frontal de la iglesia en las misas de la importante fecha.

Había ya echado cerrojo a la puerta principal cuando el Padre Segovia se percató de la voz de un pequeño llamándole:

-Buenas noches Padre.  Yo soy Chuy y el es Moncho. -dijo al tiempo que señalaba a su perrito que lo acompañaba-  Moncho quiere pedirle una ayudita para completar un suéter que quiere para el frío, pero no le dice nada porque le da pena.

Era evidente que los dos tenían muchísimo frío, estaban temblando y casi empapados en el helado asfalto.  A pesar de todo, Chuy mostraba un rostro alegre y esperanzado. 

– ¿Y sabes tu si Moncho sólo quiere el suéter o también tiene hambre?- contestó el sacerdote siguiéndole la corriente-

Chuy se quedó callado pensando su respuesta.  No pensó que alguien le fuera a siquiera a responder.  Todo el día había estado pidiendo dinero por la ciudad, pero pocas personas le dedicaban siquiera una mirada.  Había conseguido tan poquito que apenas había podido comprar una bolsa de fritos para comer desde que salió de su casa.  Tenía tanto frío y hambre que le costó responder antes de que el Padre volviera a hablar:

-Ven conmigo- le dijo el Padre Segovia tomándolo de la mano-

Lo llevó hasta una tiendita y ahí le dijo que tomara lo que quisiera para él y para Moncho.  Chuy volteó hacia arriba con una mirada pícara e impaciente y al notar la aprobación del Padre no dudó en agarrar varios paquetitos de galletas y de pan dulce.  Para Moncho un sobre de comida para perros y un litro de chocoleche de beber para los dos.

Después de pagar y salir del establecimiento, el Padre vio que Chuy no aguantó más las ganas y abrió el paquete de pan y empezó a comer desesperadamente. –

– ¿Tienes casa a dónde ir? Puedo llevarte con tu familia, Chuy.  ¿Dónde vives?

Chuy le respondió con la boca llena:

– Mi papá dijo que iba a venir por mi aquí, me pidió que lo esperara aquí. Hace mucho frío, Chuy.  Toma. -dijo el Padre obsequiándole su bufanda- Resguárdate bien mientras llega tu papá y que Moncho esté contigo.  ¿Estás seguro que no necesitas que te lleve a tu casa?

-No, gracias.  Aquí me quedo, Padre.

Un poco a regañadientes el Padre Segovia  aceptó la respuesta de Chuy y posando su mano en su cabeza, le deseó feliz navidad al despedirse.  Chuy lo miró partir mientras que Moncho dándole vueltas y brincando a su alrededor esperaba le convidara su parte de la comida.

Al día siguiente llegó el Padre Segovia a la iglesia listo para hablarles a los electricistas pero cuando volteó hacia arriba, la lámpara estaba encendida.  Se dirigió a apagarla pero al mover el switch para arriba y para abajo, la luz continuaba encendida.  No se podía apagar.  Pensó dejar el asunto pendiente y más tarde hablar para que lo ajustaran.

Se puso a abrir las demás puertas de la iglesia pero cuando llegó a la del jardín trasero, escuchó ladridos y las patitas de un perro rasguñando la puerta.  Tan pronto un centímetro de puerta fue abierta, entró Moncho directo a brincar en las piernas del Padre con esa alegría que los perritos saben demostrar al encontrarse con un humano que los quiere. El Padre Segovia se puso a llamar a Chuy pero nadie respondió.  De hecho, se le hizo raro ver a Moncho en el jardín ya que no tenía rejas ni puertas al exterior, estaba bardeado en todo su perímetro.  Se quedó con Moncho esperando a que llegara Chuy a reclamarlo, incluso le preparó un paquete con comida y una chamarra que le había conseguido.  Pero Chuy no llegó  esa Nochebuena… ni ninguna más.

El Padre Segovia incluyó a Chuy en las oraciones de cada misa de Navidad, se preguntaba si habría llegado a su casa, si estaría a salvo.  Las misas navideñas tuvieron lugar puntualmente y durante tres días seguidos la lámpara aquella en lo alto del altar no paró de alumbrar ni de día ni de noche.  Era una luz tan brillante que la gente podía ver clarito el vitral de San Mateo de las Cabañas desde cuadras antes de llegar a la iglesia.  Cuando finalmente llegó el electricista a revisar la luminaria,  no pudo explicarse cómo al haber omitido cablearla pudo haber estado encendida ni tan sólo un minuto, mucho menos tres días.

A partir de esa y en cada navidad en San Mateo de las Cabañas, el Padre Segovia siempre en compañía de Moncho, hacía un ritual de oración antes de su cena en memoria del pequeño Chuy que en tan poco tiempo de conocerlo le dejó la marca indeleble de una cálida luz en su corazón.

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