
Un amigo entre broma y broma me dijo que haber nacido un cuatro de septiembre de 1970 deja claro que ese año muy probablemente mis papás tuvieron una muy buena celebración de año nuevo. Con esta pandemia que prevalece no sólo me da mucho orgullo verlos vivos, sino juntos también con sus 53 años de casados que celebraron hace un par de semanas. Este evento en particular fue el arranque de mi reflexión respecto al cambio de década. En verdad por años pensé en todo lo que al llegar al quinto piso yo sería, querría, haría. Estoy a horas de llegar y en este momento me llega el golpazo: mi cumple cincuenta se trata de todos menos de mi. Dijo Obama en su discurso de la pasada Convención Demócrata: «lo que haces hoy tendrá eco en generaciones futuras». Esto lo dijo inspirado en el fallecimiento en el mes de julio del Senador John Lewis, ya que al investigar dónde se encontraba él en el día que Obama nació, descubrió que ese día John Lewis estaba ingresando a la cárcel, golpeado, por protestar en pro de los derechos humanos, de la igualdad para que así un día alguien como Obama ocupara la Presidencia de los Estados Unidos.
Verdaderamente me impactó ese dato y esa máxima que Obama compartió. Y ahora veo con mayor claridad las cosas de mi pasado que quizás me hayan hecho sufrir; que quizás me hayan dado las más valiosas, por no decir crueles, lecciones; que seguro me han hecho la persona que soy. Se trata de quiénes se encuentran a mi lado, de quiénes han sido mis soporte, de quiénes conforman ese círculo que da el promedio de quién soy.
Cómo los padres nos hacen sufrir, porque formar es dolor en ambos sentidos. No lo entiende uno durante el proceso, pero eventualmente te pega como piedra en la cabeza. Quizás el único regalo que deseo es tener más años con ellos acá en el mundo en que vivimos. Elegí hace 12 años la carrera aseguradora y creo ha sido la mejor decisión que haya tomado profesionalmente. Esta carrera ha constituido el camino hacia el carácter que siempre quise proveerme. Ayudar a los demás a proteger sus vidas, las de sus seres queridos y sus pertenencias me ha dado las más gratas satisfacciones de mi carrera profesional. Olvídate de los estudios, olvídate de los reconocimientos. Todo eso quedó atrás y constituyen hoy sólo recuerdos y programas que sirven para que otros obtengan una mejor asesoría de mi parte. He aprendido de todo en esta carrera en cuanto a contención de riesgos, programas médicos, responsabilidad civil, etcétera. Pero la lección más importante que adquirí proviene de la rama del seguro de vida: este seguro no se contrata a menos que haya amor como su motivante. En este momento de pandemia, cuando por primera vez experimenté el deceso de asegurados que nunca había visto en mi vida aseguradora, entendí perfectamente el sentido de mi carrera, de mi labor. El consuelo de la tranquilidad financiera que estas familias recibieron de esas pólizas son en definitiva un motor importantísimo para sacar la energía necesaria y continuar apoyando este acto de amor que es el seguro de vida para las familias mexicanas por todos los años que pueda.
¿Amores fallidos? ¡Ufff! Hablemos de cosas alegres mejor jaja. Siempre fue y sigue siendo mi tendón de Aquiles. Nada más no entiendo. Pero como la autora Brené Brown a quien tanto admiro ha escrito: no hay nadie más valiente que el que tiene el corazón roto. Porque no importa cuántas veces me hayan decepcionado o herido, allá voy otra vez. Supongo que esta vulnerabilidad a la que me expongo ha dejado huella en mi. Ha sido la escuela que más años ha durado en mi vida pero creo que ya voy llegando a la masters. ¡Dios me libre del doctorado porque tampoco quiero vivir en la parálisis analítica jaja! Pero bueno, seré el soltero eterno, el tío divertido, el cotorrón cascarrabias de la cuadra, el hijo consentido, el viajero consuetudinario. Da una cierta serenidad pensar que en un mundo sobrepoblado, mi universo es solitario. De cualquier manera, agradezco a todos mi exes sin excepción, de todos aprendí y a todos les enseñé también cosas que seguramente al día de hoy recuerdan como si hubieran sucedido ayer. (Me las reservo para el libro que escribiré algún día en el futuro….) A uno de ellos en particular, le caerá una llamada mía para de viva voz expresarle mi más sincero afecto e incondicional amistad. ¡Nada como obsequiar en el día de tu cumpleaños!
Pero lo que más me llevo es esto: he trabajado sin parar desde mis 23 años de edad, o sea, por 27 años seguidos. Lo he hecho en no sé cuántas empresas y he tenido contacto con tanta gente en un ámbito laboral que no podría hacer un recuento. Sin embargo, por mucho tiempo pensé en esa competición profesional. Ser el mejor, darlo todo hoy y mañana más. Con el temor de que alguien más preparado, más inteligente, más trabajador fuera a llegar y llevarse mi puesto, ganarme la oportunidad para la que tanto me prepraré. Pero no. Eso nunca sucedió. Y ahora entiendo muy bien porqué. Asumimos que todos comparten esa misma aprehensión, que todos sufren la misma neurosis y que todos se están preparando como uno y compitiendo igual de feroces por nuestros sueños. Error. No todos están compitiendo igual. De todo se valen: compadrazgos, engaños, trampas, lo que gustes; y pocos, muy pocos, están compitiendo en el nivel genuino de talento, de honradez y de superación. El tema aquí es que esa realidad está flotando en los corporativos, en los pasillos sin que nadie la revele. Muchos incluso la niegan. Pero cada un@ sabe muy dentro de qué está hech@ y en qué nivel está concursando. Para muchos el reto es aparentar capacidad y a como dé lugar avanzar. Pésima política personal, en mi opinión. No lo voy a ocultar: cuando me di cuenta de esto, por fin sentí un alivio, exhalé. Mi terapia de relajación consiste desde entonces en ir con un pie en la pista y otro en el pasto. Ser el mejor para mis clientes y no tener miedo de señalar áreas de oportunidad a las empresas; pero convertirme en un emprendedor independiente me dio una recompensa muy valiosa, quizás la de mayor valor que en mi vida haya recibido. A todos mis ex-compañeros de trabajo, funcionarios, promotores y colegas; gracias totales. Jamás habría prosperado como yo deseaba hacerlo sin sus apoyos o sus obstáculos.
Y para finalizar, la otra reflexión va sobre los que se fueron antes que yo de este mundo. Desde mi primer crush, quien fatídicamente tomó su propia vida cuando teníamos apenas 17 años, hasta mi abuela materna a quien extraño a más no poder y me brinda los sueños más vívidos y reales de mi vida adulta. ¿Qué mensaje estaban destinados a transmitirme? Las personas no aparecen mágicamente en tu vida; las personas llegan a tu vida. Todas sin excepción. Esta situación la trato de descifrar por separado para cada un@ de ell@s. No lo sé aún del todo pero creo que se trata de disfrutar a las personas que amas todo el tiempo que puedas. Que si a alguien le gustas o te ama de regreso, esa persona no va a estar jugando juegos del gato y el ratón con mensajitos intermitentes; esa persona te va a buscar y va a querer estar cerca de ti cada que pueda. Que si alguien te brinda tiempo y buen consejo en su amistad, parentesco o relación laboral contigo; a esa persona le debes apreciación y gratitud porque nada más por existir no te lo mereces. Que el amor incondicional sólo te lo van a brindar una o dos personas en toda tu vida y si no lo identificas o lo desdeñas, la gran pérdida es toda para ti. Y todas estas personas llegan a ti para que las procures, para enseñarte lo que es la humildad y el agradecimiento de ser único a pesar o debido a tus obsesiones, tus cambios de ánimo, tu sentido del humor, tus talentos y sobre todo, tu corazón.
Hace treinta años estaba lleno de sueños y de energía positiva para emprender cualquier cosa. Mi idea de éxito era muy distinta a la que tengo ahora, es más, si mi yo de 20 años me viera hoy diría «¿en qué momento cambiaste todas las promesas?». Dicen que uno sólo se arrepiente de las cosas que quiso hacer y nunca hizo. Pues en treinta años más quizás me encuentre en el extremo opuesto de hace treinta años: sin sueños ni energías, pero al menos que sea también sin segundos pensamientos ni arrepentimientos así que a darle y a ver qué se me va ocurriendo en el camino. Doy gracias que antes no habían smart phones porque toda la evidencia de mis andares estaría documentada, como que es un placer culposo irresistible de la actualidad, pero no sé, como que me gusta que toda mi experiencia pasada, todos mis viajes, todos mis camaradas, todos mis fads, que todo eso sea nada más mío y de los que lo vivieron junto a mi.
Sin duda cincuenta años se dicen rápido y fácil, eso que ni qué. Pero ahora más que nunca me atrevo a decir ¡GRACIAS DIOS, QUIERO MAS!
Les comparto el Manifiesto de los Valientes de Brene Brown aquí mismo:
