Milli Vanilli y Frank Farian
En algún momento de 1987-1988 el productor alemán Frank Farian se la estaba pasando bomba en una disco (concepto ya en extinción, si no es que el COVID19 le dió de una vez mate definitivo), cuando de pronto escuchó una rola que no sólo puso sus pies a bailar sino también su mente a girar. La canción se llamaba «Girl, you know it’s true» y la cantaba el grupo Numarx. Con esa clara intuición que los caza talentos musicales poseen, Farian se dispuso a reinventar la canción y producirla. Por buena parte de 1988 se puso a buscar a los intérpretes que podrían llevarla a cabo. El reclutamiento lo llevó a mezclar no una sino un grupo de voces que durante el coro se volvían irreconocibles. Poco después encontró en Brad Howell y John Davis las voces principales de la rola.

Era más que evidente que Farian sabía lo que hacía. Esta canción se empezó a samplear por todos los clubes y estaciones de radio europeas y era claro que ya era un éxito mucho antes de que Farian nos diera a conocer a los rostros detrás de la música. Pero como ahora ya sabemos, ellos no serían los de Howell y Davis. A nosotros nos dieron a conocer a Rob Pilatus y Fab Morvan, dos chavos que vivían en Munich y que apenas podían sacar, a veces robando, la comida del día. Les ofrecieron a cada uno $4,000 dólares para que fueran el rostro del grupo que fatídicamente se nombró Milli Vanilli. Rob y Fab eran perfectos para el proyecto: bien parecidos, altos, delgados, sabían bailar muy bien, carismáticos y simpáticos a la vez, ya producidos con ropa y peinado nadie podía apartar la vista del escenario. Eran fan candy por excelencia, como pocos vemos surgir. Lo hicieron tan bien que llevaron 4 canciones al número 1 en varios países y terminaron ganando el Grammy a mejor nuevo artista, mismo que tuvieron que regresar cuando la verdad finalmente salió a la luz (y de hecho el único Grammy que ha sido retirado en la historia). Durante una presentación en un evento masivo en 1989, la pista del lip synch se estropeó y fue evidente que ellos no estaban cantando. Siendo honestos, hoy día vemos cantidad de artistas hacer el play back en sus presentaciones en vivo y nadie dice nada, pero en aquel momento, los mismo Rob y Fab estaban ya asustadísimos de todas las cosas con las que se habían salido con la suya. El obstáculo insalvable que los ofuscó fue que cuando vieron todo el éxito y la presión encima, poco a poco empezaron a creerse su propia mentira. Empezaron a creer que dado el reto, ellos podrían cantar. Para poder realizar el segundo álbum de Milli Vanilli, ellos no sugirieron hacer las vocales del disco, más bien lo exigieron dando un ultimátum a su productor: o cantamos o no hay disco. Pues no hubo disco y Farian se les adelantó en salir públicamente a dar a conocer toda la pifia que tenían bien armada. Si tan sólo hubieran podido aguantar estoicamente como lo hiciera por 25 años Bobby Farrel haciendo el lip synch de cantante principal para Boney M, concepto creado también por Farian; quizás ahora Milli Vanilli no sería más que un fad noventero que habitara en nuestras playlists del recuerdo en Spotify. Rob, quien sufrió intensamente la vergüenza no habría muerto a sus 33 años de una sobredosis, y Fab no tendría el PTSD de nunca haber sido lo que fue.
¿Porqué elegí hoy este flashback de la historia del pop? En esta semana estoy viendo la Convención Republicana tomar lugar en Estados Unidos y todo lo que ahí muestran no es más que una imaginación de una realidad inventada y coloreada para ocultar la verdadera. Todos los participantes que he visto, sólo hasta que la cordura me lo permite, terminan explayándose en exageraciones, mentiras y fantasía siempre condimentadas en odio, rechazo y divisionismo. Desde los pigmeos políticos: la resignada Melania, el nefasto Donald Jr y su novia, la pseudo-latina gritona de rojo Kimberly Guilfoyle; Eric, Ivanka y Tiffany Trump; pasando por los lacayos más cuida-chambas que EUA haya visto: Mike Pence, Kellyanne Conway, Mike Pompeo et al; hasta llegar al odioso mayor, el mismísimo dictador en jefe, el Presidente Donald Trump.

Todos ellos fingiendo algo. Sus discursos fueron un lip synch mental, me pregunto quiénes de ellos realmente tendrían las convicciones que leían, algunos quizás ni siquiera reparan en pensar con un ápice de conciencia. Después de todo, ¿desde cuándo un perro en carrera se detiene a rascarse las pulgas? Al igual que Milli Vanilli, todo es un acto, una producción de una mente maestra detrás de sus palabras y de sus actos. Siempre pensé que los EUA tardarían mucho tiempo en sucumbir a las tentaciones políticas de Latinoamérica, que seguirían siendo el ejemplo americano de legislación y responsabilidad política. Bien, pues me tocó en esta vida presenciar la caída. Será difícil cambiar lo que ya se destapó. Si llega en noviembre a ganar el Partido Republicano de nueva cuenta, el daño que seguirá será irreparable y constituirá la firme caída del imperio norteamericano. Lamentablemente y sin irme tan lejos, el playbook que Mister Trump y sus secuaces siguen ya había sido inventado en un lugar muy cercano a ellos justo al sur de su frontera. Nuestros políticos han jugado el Milli Vanilli game desde la prehistoria y pues sí, a los miembros del club de Tobi-Tlatoani en turno les ha ido de poca madre pero a todos nosotros, pues no tanto. Tengo la firme convicción de que para que muchos mexicanos ya un solo ingreso no es suficiente, y no me refiero a que ambos cónyuges trabajen, hablo de que cada uno tenga dos fuentes de ingreso. Es también verdad que para muchos gringos y mexicanos el Freddy Krugger democrático es la idea del socialismo y esto es algo de lo que se valen muchos políticos populistas, pero no parece que ese concepto sea realmente claro para todos. Por ejemplo, un expositor de la Convención Republicana estaba determinado a persuadir que si Biden llegara a la presidencia, Estados Unidos se convertiría en un «utopía socialista» (sic.). Milli Vanilli tampoco sabía la diferencia entre utopía y distopia.
El Milli Vanilli mexicano se repite día a día, no se detiene y nos tiene a todos confundidos, desconcertados sobre el presente y más aún sobre el futuro: si me despiden qué pasará, llegaré a capitalizar este terreno si lo compro, si obtengo cualquier tipo de crédito cómo lo solventaré, cómo le haré para pagar los estudios de mis hijos, y la lista no se acaba. Tenemos gobernantes que se paran enfrente de una cámara a decirnos con toda convicción que todo va a estar bien, porque si todo está bien ahora entonces porqué no será así mañana. Una pifia que no termina, una pifia de la que debemos cuidarnos porque cada vez más personas la adoptan en sus propias vidas: fraudes, deudas, desalojos resultantes de pretender un lip sync de vida que no nos corresponde, que el productor en jefe nos surte para que hagamos lo mejor que podamos. Para Milli Vanilli todo terminó en el momento que ganaron consciencia, cuando ellos mismos dijeron basta, hasta aquí de pretensiones. Esa fue su debacle. En concordancia, ¿cómo se acuerda la gente de Bobby Farrell, si acaso lo recuerdan? Para muchos fans de Boney M, la revelación de haber sido engañados todo este tiempo les cayó como una sorpresa no tan agradable y de pronto el grupo perdió algo de relevancia no tanto en su música pero sin duda en sus integrantes y cuyos nombres nadie bien a bien recuerda. La comparación que hago de estos conceptos musicales y toda esta estirpe política es que aparentemente esa consciencia nunca les llega; al contrario, es distante y se apegan más a la negación de Boney M y eso es lo que les permite llevarla a cabo por sexenios y sexenios como si fueran una máquina de greatest hits imparable con el tiempo a su favor lavando sus irrelevantes nombres con el olvido de quienes los vemos desfilar época tras época, desempeñando la misma pifia pero con diferentes coreografías. Mi pregunta es, ¿sería mucho pedir que de pronto surgiera una nueva clase política más parecida a la autenticidad y humanismo de Paul McCartney o Annie Lennox? Porque para ellos, esa fórmula de verdadero talento y altruismo les ha brindado carreras muy largas, muy sólidas y sobre todo, muy respetadas y reconocidas. A la larga, lo genuino beneficia a todos y no sólo al portador. En fin, así como de la buena música, uno se alimenta de la esperanza.


