Esta semana falleció mi tía Maricela, prima hermana de mi mamá. Mi tía fue una mujer que vivió el gran reto de luchar, de guardar entereza y sobre todo, de estoicamente demostrarnos a todos ese gozo de vida que sólo se ve en las personas trabajadoras, llenas de logros e historias. Recuerdo que ella le entraba a todo: inició su propio negocio, jugaba tennis, pintaba, club de jardinería, cultivo de bonsais y de todo esto, lo que compartía conmigo y mis papás eran estas sesiones en las que jugábamos canasta por horas y horas. Me encantaban esas reuniones, nunca encontré después de ella algún grupo de personas con quienes jugar y vaya que disfruto ese juego.
Durante el sepelio, me quedé un rato sentado frente a su féretro acordándome de todas las cosas que la hicieron esta persona, tuve memorias tan claras de mi niñez en las que ella estaba presente, relatos de mi madre de cuando ellas eran estudiantes y compañeras de cuarto. Todo era tan vívido que me fue increíble comprender o aceptar el terrible dolor físico por el que tuvo que pasar en sus últimos días. Sigo sin entender porqué Dios puede someternos a semejantes pruebas, pruebas tan duras y tan difíciles que hasta morimos por ellas. Noté en mi madre mucha consternación, ella siempre viste de colores brillantes pero ese día venía completamente de negro. Su aflicción era interna, sin embargo, no manifestó su tristeza a mis primos, al contrario, fue cálida y muy empática con ellos. Quisimos recordarles momentos de alegría y episodios de absoluta determinación de mi tía.
Durante el velorio, cuando pude ver el hecho de que para mi tía haya tantas personas que siempre la recordarán y hablarán de ella por sus días de vida y no por su día de muerte; me queda claro el porqué vivir así vale la pena. Aparentan vidas normales, regulares pero en realidad están llenas de sacrificios y de hazañas ejemplares día tras día. Ella vivió como madre, como hermana, como esposa, como viuda, como amiga, como artista, como abuela y cada una de estas capas de su vida fue llevada con mucha altura, con toda dignidad.
Estamos en un momento tan crucial en nuestras sociedades, en nuestra humanidad, en el que las personas de valores fuertes se nos están yendo, se están despidiendo y nos están dejando esta encrucijada en las que las cosas simples de la vida se desestiman tanto. Quiero encontrar gente como mi tía Maricela, que saque dicha hasta de un juego de cartas y que nos contagie de esa alegría hasta sin darse cuenta. Quiero rodearme de personas que elijan la plenitud de la sencillez y que cuando las saludas se les nota en sus rostros el gusto de verte. Así de fácil, que lo que nos brinden sean ellos mismos. Muy cierto eso que dicen por ahí que para morirse, primero hay que vivir.
Dedicado por completo a mi Tía Maricela, Q.E.P.D. Siempre la recordaré con muchísimo cariño y como un gran ejemplo.