El día de hoy Donald Trump llamó a su ex-amante y ahora némesis, Stormy Daniels, una «cara de caballo» en su plataforma emblemática de bullying: Twitter.
Ella, por su parte, también lo ha llamado de todo por donde ha podido, revelando serias indiscreciones de él desde su manera de ser hasta cómo su anatomía íntima es. Aquí es donde me detengo y veo a ambos personajes con detenimiento. Ella es una actriz porno, una mujer que tiene sexo por dinero y hasta ante las cámaras para ello. Donald Trump es un adicto a las mujeres y mientras más bellas a su percepción personal, mucho mejor para él. Las califica del 1 al 10 al momento de conocerlas, luego comparte su opinión con otros compadres al respecto; las evalúa como potenciales compañeras de alcoba sin importar incluso que sea esposa de su homónimo francés. Simplemente no hay manera de detenerlo, y al enfrentarlo al respecto, lo niega y luego ataca mordazmente a quien lo hizo.
Sin embargo, para Stormy Daniels acostarse con Trump, implicó recibir dinero de él en un acto de prostitución libre de proxenetas. Trump pagó y pagó caro no sólo en dinero ($130,000 dlls), sino en riesgo político por igual al usar dinero de su campaña para asegurar el silencio de Stormy. Hoy todo se ha convertido en un infierno para él debido a este encuentro sexual. Son tantas las acusaciones y ataques que enfrenta que el tema de infidelidad y vergüenza lejos de siquiera mencionarse, ha quedado olvidado mucho muy atrás. Es un hecho que una prostituta jamás ha sido sinónimo de honorabilidad, por lo tanto no se espera nunca que una de ellas guarde un secreto o siga una regla a menos que la desobediencia le vaya a costar un daño físico por parte de su regente. Así que si la Daniels dice o escribe lo que sea de Trump, pues nadie esperaba otra cosa, ¿cierto? La cuestión es, ¿porqué lo hizo? ¿porqué empezó a destapar ese evento tan públicamente? Mi apuesta va hacia dinero ofrecido a ella por parte de los Demócratas. El asunto es que ahora ella ha avanzado demasiado lejos de su plan y enfrenta la ira del bully más poderoso del planeta.
Para Trump, el cyber bullying es la comida del día; su placer culposo más frecuentado. Su medicina diaria. Si uno lee los twits de su cuenta @realDonaldTrump, podrá darse cuenta que 3 de cada 5 son de acoso cibernético a cualquier persona o empresa o grupo. Los otros 2 son de autoalabanza. Quizás se pueda esperar de una prostituta que trate de desprestigiar a alguno de sus clientes pero jamás se espera del Presidente de Estados Unidos que se ponga a llamar de apodos o «nombrecitos» a mujeres u otras minorías en forma tan pública como su twitter. ¿Qué habrían hecho los gringos si Obama hubiera hecho en su administración siquiera 5% de lo que Trump? No creo que hubiera hecho 8 años. Quizás ni los primeros 4 habría terminado. Clinton estuvo a punto de ser destituido por el escándalo con la Lewinski, ¡y eso que ella era quien quería que las cosas entre los dos sucedieran!
Creo que la influencia de Trump, el hecho de que los mismos Republicanos se hagan de la vista gorda respecto a sus desplantes y forma de ser, es una campaña proactiva para socavar la moral, la ética. Quieren que eso termine, que la gente se fastidie de ser buena. Que vean y constaten que el que la hace no la paga. Que el tramposo debe superar sus trampas y nunca dar tregua. Que las correcciones terminen y que cada quien diga a quien quiera lo que quiera sin repercusión alguna.
Sin embargo, esta distopia para la que nos preparan, tardará aún unos años en que se institucionalice. Mientras se adopta por la población actual para legarla a la población futura, es a nosotros a quien nos está tocando tolerar y sufrir el tortuoso proceso de despojarnos de las buenas costumbres y vivir la metamorfosis hacia el cinismo agresivo. No soy muy partidiario de esta filosofía porque al final, esta autocomplasencia lo que traerá será improductividad y estancamiento. Si bien es obvio ver cómo el imperio global estadounidense está ya en vías de terminar y ceder la estafeta al siguiente concursante, lo que sigue oculto a nuestros ojos y a nuestra consciencia es primeramente cuánto tiempo lo queda y segundo, si ellos caen, ¿nosotros qué?
Nosotros como país no somos los héroes de esta historia, por lo tanto necesitamos rescate. Ese rescate no vendrá de fuera, ahora más que nunca estamos en un «sálvese quien pueda!» global. El día que entendamos que la llave somos nosotros mismos y que lo que siempre prevaleció como un salvavidas mexicano fue nuestra convivencia y capacidad de apoyo familiar. Estas costumbres muchas veces nos han salvado de tantas calamidades, pero so nos hace cada vez más difícil conservarlas porque siempre será más fácil deshacernos de lo que cuesta. La moral cuesta, es verdad. La verdadera pregunta es, cuánto cuesta no tenerla.