Cultura Pop, People, television

EP071: El aburrimiento y el entretenimiento

Durante mi cuarentena por COVID-19 mi casa sufrió una transformación. En casi cada habitación terminé montando un espacio para dormir, leer o descansar pero realmente lo que estaba haciendo era esperar. Ya me sentía como perro nada más buscando el lugarcito más cómodo y cálido para echarme. Y así se fueron pasando los días y luego las semanas. Más o menos como se va a pasar todo el 2020, esperando y esperando no sabemos ya ni a qué cosa pero siempre en el borde de la impaciencia.

Dentro de este considerable tiempo que pasé en soledad y aislamiento empecé a sentir una nostalgia por cómo era la vida cuando era niño. Me imaginé cómo habría pasado yo mi tiempo si hubiera sido un adulto de mi edad en los setenta y en los ochenta. ¿Qué programas de televisión habrían sido mis favoritos? Para empezar la mayoría de la TV para adultos en aquel entonces tenían que ver con policías y todos los protagonistas eran hombres blancos: Mannix, Ironside, Kojak, Calles de San Francisco, Cannon, Baretta, Columbo. Entonces fue que salieron otras series que rompieron el molde que se veía registrando por años: Los ángeles de Charlie, La isla de la fantasía, Los Hart investigadores y El crucero del amor. Todos tenían la producción de Aaron Spelling y lo convirtieron en un millonariazo hollywoodense. Tenía que revisitar mis recuerdos de niño porque yo lo que recordaba eran los comentarios de mis papás cuando nos juntábamos a verlos en familia y que me parecían como un sueño que me desconectaba de la realidad.

Me aventé el tiro y mi veredicto de algunas de ellas lo comparto aquí mismo:

+ Los ángeles de Charlie: Mujeres policías que fueron sacadas del servicio público para servir intereses de investigación privada a las órdenes de un patrón millonario e invisible. Este show fue un concepto en el cual Kate Jackson, Sabrina, tomó parte importante en su realización (razón por la cual fue el primer ángel reclutado y aparecía como la figura central en sus promos). Inicialmente hicieron un lanzamiento prueba en la forma de una película para la televisión que rompió récords de audiencia, muy probablemente debido a la idea de ver a mujeres guapísimas haciendo trabajo policiaco y disparando armas. Sin embargo, la verdad de todo residía en otra causa: un ángel llamado Farrah Fawcett. Para ese momento ella ya había sacado su icónico póster que fue un hit en literalmente todo el mundo. El hecho de que ella sola tuviera más star power que el show en cuestión fue no sólo la causa del éxito inicial de la serie, sino también de su perdición cinco años después. Cuando lo vi comprendí porqué después de la salida de Farrah tan sólo una temporada después de su arranque, «Los ángeles de Charlie» sufrió el declive constante hasta su cancelación. Los guiones estaban de por sí malos pero las actuaciones eran verdaderamente vergonzosas. Kate Jackson salió de la serie algo cabreada al ver que Meryl Streep recibió el Oscar a mejor actriz secundaria por el papel en «Kramer vs Kramer» que a ella le ofrecieron y rechazó porque los productores no le autorizaron tomarse el tiempo para filmarlo. Me pregunto si Jackson habría capitalizado ese papel de igual manera. Recurrieron a viajar a Hawaii con tal de mostrar a las angelitas en bikins y atraer más rating. Hubieron temporadas en las que pausaron las grabaciones por falta de rating. Lamentablemente ni la belleza de las actrices que desfilaron por la oficina de Charlie sirvió para evitar una muerte anunciada. Qué interesante me resulta ver que las versiones cinematográficas están pasando por la misma trayectoria. Después de haber iniciado su ciclo en el número uno del rating y al cabo de cinco accidentadas temporadas la serie fue terminada cuando arribó al penúltimo lugar de popularidad en la televisión. Todos celebraban el bendito fin excepto la pobre Tania Roberts que tenía apenas tres episodios como angelita y ya estaba desempleada. Bueno, al menos unos años después consiguió convertirse en chica Bond en «En la mira de los asesinos». (Todos recordamos más a Grace Jones en ese episodio del 007, para ser honestos)

+ Los Hart investigadores: Robert Wagner y Stephanie Powers son la pareja millonaria del año en esta serie que describe al peligro como el afrodisiaco ideal para un matrimonio exitoso. Max, su bonachón mayordomo facilitador, era una persona de la tercera edad que hacía bastante la verdad para ayudarlos a resolver crímenes. El rumor siempre fue en aquel entonces que debido a la química aparente en pantalla, Robert Wagner sostenía una aventura con su co-protagonista y que la terrible y repentina muerte de su entonces esposa, Natalie Wood, había sido no tan accidental como se declaró finalmente. Lo que percibí ahora de adulto que jamás noté de niño es que mientras la Sra. Hart usaba sus blusas abotonadas y rara vez mostrando escote, Mr. Wagner sólo abrochaba los primeros dos botones de sus camisas. Los guiones de esos episodios que vi eran tan simplones que me parece que ese show se trataba más bien de proyectar una idea a la clase media de cómo la gente de dinero se supone pasaba sus días en los ochenta. Me pregunto si este show fue en algún momento el preferido de Trump como para hacer su residencia penthouse toda dorada.

+ El crucero del amor: Un vehículo comercial infalible para la línea Princess Cruises que elevó la demanda por vacaciones en crucero hasta llevarla a la industria trillonaria que es hoy en día. ¡Nada como un romance en altamar! (Puntos dobles cuando es con alguien de la tripulación.) En México sabemos que en el mar la vida es más sabrosa, pero a los productores de este show de plano se les pasó apropiarse la frase «Lo que sucede en el mar, se queda en el mar». El romance era tan gratuito y cada pasajero parecía traer la pasión continental tan reprimida que llegandito al lobby del Princess les explotaban los ojos y para cuando caía la noche algo más. Ahora que vi capítulos de este show me pude dar cuenta que el éxito que tuvo se debió seguramente a dos cosas: un reparto de actores tan simpáticos imposibles de detestar; y sembrar la aspiración en el televidente a procurarse unas vacaciones de lujo sabiendo que en el océano todos somos sexy.

+ La isla de la fantasía: Personas inconformes viajan a una isla secreta y de ensueño donde enfrentarán sus deseos y sus frustraciones, cortesía del señor Rourke; un anfitrión al que algunos, según él, prefieren llamarlo mago. Seré franco respecto a este show: el concepto me fascina aún al día de hoy. La han tratado de revivir, primero en un segundo ciclo de la serie con Malcolm McDowell (Naranja Mecánica) en el papel principal del Sr. Rourke y con una atmósfera más oscura; y luego, a inicio de este 2020 en forma de película de terror con Michael Peña en el legendario personaje. Ninguna de las dos funcionó y sólo he podido ver la película y pude entender el porqué de tan malas críticas, el concepto fue destrozado de inicio a fin. El show original de la Isla de la Fantasía tuvo también sus descalabros como cuando Hervé Villechaize, alias Tatú, decidió abandonar la serie ante la negativa de los productores de otorgarle el aumento de sueldo que les exigió y emparejarlo con Ricardo Montalbán (obvio, el primero en oponerse fue el Sr. Rourke); sin embargo, salía adelante en cada temporada. En veredicto final, de todos estos shows, éste es el que tiene la premisa que más me gusta y aunque seguramente después de la deplorable adaptación que le acaban de hacer este año el concepto quede de una vez por todas sepultado, ojalá hubiera alguien que pudiera hacerle un guión digno e interesante y resucitarla de la mejor manera. Hmmmm…. me acabo de dar una idea jajaja

La moraleja final que me llevé de este ejercicio fue darme cuenta de lo fácil que era entretener a nuestra generación en aquel entonces. Nuestros padres, nuestros abuelos e incluso nosotros como niños en los setenta y ochenta éramos más ingenuos y la globalización era sólo un concepto. No teníamos cinismo ni malicia por default y todas estas historias lograban el efecto añorado por los escritores conocido como «la suspensión de la incredulidad». Si lo veíamos en la pantalla, lo creíamos. Este fenómeno lo vimos después aplicado en noticieros y quienes estuvieron de aquel lado en la política y las comunicaciones con esa noción consciente, terminaron aplicándola y abusándola por décadas desembocando en lo que ahora nos rige: una exigencia y sofisticación de los programas y películas que elegimos ver, de los video juegos que compramos y de los restaurantes que frecuentamos. Nos hemos decididamente alejado de las cosas simples y sencillas y me pregunto si la complejidad del mundo tanto virtual como real que enfrentamos cada día es la que está conduciendo a nuestra generación hacia una nostalgia tal que nos genera más tristeza que regocijo.

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