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EP069: My Own Private COVID

Sábado 19 de septiembre 2:30pm. Día de regreso de vacaciones en Puerto Vallarta. Al momento de ingresar en el avión percibo una pequeña tos y una cierta debilidad corporal. Cuatro horas después, tirado en casa con fiebre, escalofríos, tos, dolor de cuerpo de espanto y una erupción en la piel de ambos brazos. No tenía dudas, esto no era un resfriado. Esto era algo más, algo más parecido a COVID-19. No tenía caso preguntármelo, más bien buscar que una prueba me dijera lo contrario. Compartí mi presentimiento con mi madre que es médico y otras dos personas de confianza. Era evidente y era literalmente, escalofriante. El gran miedo global, las historias urbanas ya no eran mitos, esto era real y estaba iniciando. Debía prepararme para otro tipo de viaje, uno sin salir de casa y no menos inolvidable que los que hubiera hecho antes en mi vida. Así como cuando llegas a una nueva ciudad en otro país, así sentía una mezcla de incertidumbre y emoción, de anticipación a lo desconocido. No tenía idea a dónde iba a llevarme este virus pero era claro que no podía negarme a ir.

Para poder hacerme el test lo antes posible, (en menos de 24 horas) tuve que acceder acudir a un laboratorio a 18 kms de distancia de mi casa y a las 8:30am. Pagué $2,990 pesos por él y fue más el trámite burocrático de mi registro que lo que tomó recolectar mi muestra de mucosa en nariz y garganta. Tendría que aguardar al resultado una semana. Los siguientes tres días los viví sin un solo síntoma más allá de una tos aislada y carraspera. Este dato me dio una esperanza de que quizás hubiera yo tenido otro tipo de virus, algo diferente y no tan abrasivo. Sin embargo, fue al final de ese tercer día posterior al test que percibí cómo los alimentos perdieron su sabor. Mi sentido del gusto sólo registraba sabores como el del jugo de limón, la sal y el picante. Esta fue la pieza que faltaba para completar el diagnóstico que eventualmente fuera confirmado: lo mío era sin lugar a dudas el COVID.

Varias veces al día estaba checando mi temperatura y niveles de oxigenación de la sangre. Un infectólogo me mandó hacer unas pruebas de laboratorio y rayos X. El nivel de ferritina determinaba correlación con la enfermedad, pero al consultar en google qué diablos era la ferritina pude enterarme que de acuerdo a ellos, de puro milagro estaba yo vivo. Mientras más leía en google más terror se desarrollaba, más de tres amigos me recomendaron cosas qué tomar, llegó un momento en que ya no quería saber nada. Alto al google. Sólo contribuía a mi ansiedad ya que los síntomas que tenía diariamente eran jaquecas y tos, pero nunca temperatura alta ni falta de oxigenación. El estar encerrado solo en casa sólo incrementaba la neurosis y al menos trabajar y hablar con amigos me relajaba y distraía de todo esto. Las ubicuas noticias del idiota de Trump y su estupidez de cada hora en la hora fueron completamente censurados de mi celular y redes sociales. Todo eso cancelado; de nada ayuda. A este punto todavía tenía al menos catorce días más de cuarentena por cubrir.

Un amigo otorrino me ayudó enormemente con el medicamento el cual tomé al pie de la letra. Empecé a sentir una mejora con cada día que pasaba. Las llamadas de muchos amigos y mis papás me alejaban del borde de la neurosis, creo que fue el aspecto positivo de este trance covidiano, sin ell@s me habría vuelto loco. Jamás olvidaré esas llamadas de apoyo. Algo que tampoco olvidaré fueron todos los momentos previos a la aparición de síntomas en los que pude haberme contagiado. Sí, creo que hubieron lugares en los que no debí haber estado, momentos en los que quizás no debí haberme quitado el cubre bocas. Supongo que la mayoría de nosotros nos movemos entre el bien y el mal. No tengo manera de saber qué pasó ya que mi conducta preventiva ha sido prevalecientemente responsable. ¿Fue en el gimnasio? ¿Fue en la playa? ¿En algún restaurante? Pues bueno, a este punto eso ya no me interesa, es lo que sigue lo que cuenta.

Y hablando de responsabilidad y consciencia, ahora entiendo perfecto porqué esto no se acaba. ¿Cuántas personas así como yo que no tuvieron realmente por mucho tiempo síntomas fuertes han ignorado por completo la sospecha de contagio y siguieron su vida como si nada? Porque eso de que te tomen temperatura al entrar a algún establecimiento no significa nada. Quien traiga el virus en estado contagioso no necesariamente va a presentar alta temperatura como ya lo viví en mi propia experiencia. Mucha gente ni siquiera se hará el test para empezar por lo elevado de su costo porque tristemente todo esto lo asocian con un gasto que no es para sí mismos sino para los demás. Así que aunque tengo amigos y asegurados que también han superado el contagio, algunos han desarrollado secuelas en casos crónicas como rinitis o la interminable pérdida del olfato. No sé si tendré algo así también yo, pero lo que sí creo me va a quedar será una constante paranoia que no se me va a quitar en el corto plazo. Yo no quiero vivir otra vez así, llevo en este año casi 4 meses encerrado en dos etapas distintas y me considero de los que menos tiempo han pasado en cuarentena.

Cuando inició este año yo traía planes de crecimiento como nunca antes, estaba convencido de que 2020 sería el año que me daría todas las cosas que quería. En contraste, el 2020 me fue revelando que más bien sería el año en el que agradecería y apreciaría todas las cosas que tengo. Nos ha redefinido los conceptos de lujo contra bienestar. La gente ha elevado el valor de un hogar funcional y del confort que éste les ofrece. Ha puesto a reto sus vínculos maritales y familiares, y muy especialmente el personal. Quien no sepa estar consigo mismo es el que batallará más para permanecer quieto, para no salir a contagiar o a contagiarse. Creo que esa relación personal es el reflejo del carácter de cada uno, ojalá que más personas hayan adquirido una consciencia después de esta experiencia pandémica y que de una vez comprendamos que vivir en comunidad no se trata de desarrollar tolerancia a los demás, sino más bien de procurar cuidarnos los unos a los otros. Lamentablemente, este virus y la forma en que se ha manejado en Norteamérica parecería que todo se trata más bien de cuidarnos de los demás y eso la verdad, me parece que es el punto que ha venido a carcomer a nuestra sociedad. He ahí el verdadero enemigo. Estoy en la recta final de mi recuperación, agradecido de que no haya escalado a algo peor. Mi pensamiento de rescate es que tengamos fe antes que miedo y que sigamos cuidándonos unos a otros, es lo primordial. Tratemos que ese cuidado no dependa de los demás, sino de cada uno en particular. Espero que la inmunidad temporal que desarrolle sea sólo al virus y no a mantener un corazón abierto y de apoyo a quien lo necesite porque esto, me queda claro, no es hoy por hoy un asunto de «ojalá pase pronto», sino más bien de vivamos cuidándonos.

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