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EP050: Girls

girls hbo¿Quién no se ha aventado series completitas de televisión en maratones de toda la noche, o de todo el día, o mejor aún, de varios días? Ok, cuando es una sola temporada de 8 a 10 episodios no es tan dramático el asunto, aún cuando son de 60 minutos de duración cada uno.  Lo inquietante inicia cuando se trata de varias temporadas de la misma serie en el mismo maratón. Llega un punto en el que te sientes casi hasta irresponsable de estar ahí sentado viendo personajes y escenarios cuyos destinos desconoces y quizás por momentos ya ni te acuerdes porqué te importaban.  Para cuando el reloj marca las 4:00 am estás convencido y sin dudas acerca de tu síndrome de Estocolmo televisivo. Eso me pasó con «The Sopranos» (86 episodios de una hora cada uno), con «Breaking Bad» (62 episodios de una hora), con «Six Feet Under» (63 episodios de una hora), con «Downton Abbey» (52 episodios de una hora) y la más reciente, «Girls» (62 episiodios de media hora cada uno).  Me quiero concentrar en ésta última que no sólo la tengo más fresca en la mente, sino que también deja una ristra de lecciones del entorno actual, de la manera en que se escribe hoy un guión y de cómo se hace televisión hoy en día.

Debo reconocer que el anzuelo que me hizo siquiera empezar fue mi idea de que esto sería una nostalgia de «Sex and the city». Mi idea no podía ser más errónea de lo que el show realmente es. Quizás las únicas dos cosas que se parecen es que se trata de cuatro amigas mujeres blancas viviendo en Nueva York.  Hasta ahí.  Aquí no hay glamour, los bares trendy, los nightclubes chic, los restaurantes fashion y los escenarios románticos de New York City que vieran Sarah Jessica Parker y su séquito fueron en «Girls» totalmente sustituidos por departamentos diminutos y semi-decorados, cafés burdos y hipsters, cafeterías oscuras con asientos de vinilo y callejones desolados de Brooklyn. Así, de hecho, son los personajes de esta serie. Personas fascinantemente falladas, en las que se busca amarlos a pesar de o por sus defectos, pero que al final y sin remedio, resulta difícil no detestarlos.  Concurrente y quizás atrevidamente, todos los personajes de esta serie son millenials (o muy cercanos a serlo).

Lena Dunham, creadora y co-escritora de este show ha dicho que ella misma aprendió mucho de esta experiencia como por ejemplo, no volver a hacer una serie sobre cuatro amigas blancas (debería haber al menos una amiga étnica en el grupo).  Bueno, hay de aprendizajes a aprendizajes, supongo. Para mi, haber visto un retrato de seis años de vida de este grupo de millenials es sinónimo de fisgonería, hay escenas sexuales que parecen de pronto soft porn pero cuyo impacto inherente es la gran carga psicológica que llevan colgada: sexo de auto boicot, sexo roba novios, sexo fetichista, sexo denigratorio, sexo violento, sexo de consolación, sexo de falsa conciliación, etc. No hay límite para mostrarnos  innumerables excusas del porqué los humanos tenemos sexo y del porqué queremos lo que queremos, especialmente cuando del sexo se trata.

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Al mostrarnos Lena Dunham la historia a través de su personaje, Hannah, podemos darnos cuenta de que este show no se tratará de los amigos incondicionales de «Friends», no se tratará de las BFF de «Sex and the city» ni mucho menos de la camaradería simbiótica de «Will and Grace».  Aquí todos luchan por ser alguien, hay una verdadera carencia de altos valores, todo en aras del narcisismo y la egolatría, de obtener una experiencia qué contar y forjarse así personalidades más interesantes.  Aquí los personajes pueden ver o al menos inconscientemente percibir que su amistad es un freno a sus vidas, que permanecer unidos en relaciones amistosas tan tóxicas sólo por las vivencias que tuvieron en otra etapa de sus vidas no es suficiente.  El vínculo de amistad debe ser algo más que recuerdos del pasado, porque las personas van cambiando y la evolución de una amistad puede desarrollarse en crecimiento, o en estancamiento o ¿porqué no? en distanciamiento. Vemos a Marnie, una de las chicas, siempre abogar por la unión del grupo pero cuando trata proactivamente de hacer algo para juntarlas siempre terminan en mordaces discusiones con comentarios tan hirientes que uno se pregunta cómo siquiera pueden haber reconciliaciones entre ellas.  Eventualmente Marnie levanta la mano para demostrarle a su amiga Hannah que ella es su mejor amiga al irse a vivir con ella para ayudarle con su nuevo bebé en una casa al norte de Nueva York. Francamente, cuando uno se entera que ella ha sido evacuada de su casa por no pagar la renta y está literalmente en la calle, su proyección de solidaridad entra en conflicto.  Lena Dunham nos quiere comunicar a través de sus chicas de «Girls» que a veces un grupo es tan unido que su único destino es la separación.

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Siempre en toda serie existe un episodio en alguna temporada donde toman a dos o tres personajes, los ponen en un cuarto y les desarrollan una historia aislada de todo lo demás.  Por ejemplo, aquel episodio de la mosca en «Breaking Bad», o el episodio del velorio en «La maldición de Hill House» en Netflix.  La verdad es que estos episodios se dan cuando la producción tiene problemas de presupuesto y tratan de llenar ese espacio con algo que ya está pagado. Debido precisamente a los pocos recursos, estos episodios recaen en guiones geniales y profundos.  «Girls» tuvo el suyo en su última temporada, capítulo 3: «American Bitch».  Creo que de toda la serie es este episodio el más potente, crudo y altamente importante. Lleno de áreas grises para disecar en interminables argumentos, reta por completo al espectador, en especial al que pertenezca no al segmento de «girls» sino al de «boys».  En este episodio, Hannah visita para entrevistar a un escritor muy famoso a quien ella en algún escrito acusó de coerción sexual basada en testimonios de algunas de sus víctimas.  Al llegar a su departamento, la entrevista se torna álgida cuando Hannah continúa en sus indagaciones y el personaje del autor defendiendo su punto. Estamos con la aprehensión andando por saber en qué terminará esta batalla verbal y es casi indeterminable ya que él se está conduciendo adorablemente con ella, incluso le ofrece regarle un libro de Philip Roth, (conspicuamente un autor veneradísimo en su literatura pero que seguramente estaría hoy señalado por el movimiento #metoo al ser considerado en general como un misógino).  La historia nos va haciendo testigos del proceso por el que ella pasará con este hombre quien al mostrarle su lado de vulnerabilidad masculina al sentirse tan atacado y mermado de su prestigio debido a todas estas acusaciones, termina conmoviendo a Hannah llevándola a aceptar recostarse a su lado en la cama (vestidos). A pesar de que Hannah titubea un momento para tomar esa decisión, quizás haya accedido porque él está girado hacia el lado opuesto.  Cuando charlan un poco ahí, él se voltea hacia ella y resulta que trae su pene en erección expuesto y lo coloca sobre el regazo de Hannah.  Ella reacciona agarrándolo con su mano, como algo automático y sin pensar. Inmediatamente se da cuenta de que acaba de hacer lo que prueba el punto del depredador y sale disparada de ahí pero en la puerta es detenida por la hija de su entrevistado quien llega de su clase de música y ofrece tocar la flauta para ellos dos. El insiste en que Hannah se quede y ella, no tan renuentemente, acepta.  ¿Qué hacemos de todo esto? Fue una manera tan inteligente de hacernos ver todo el espectro de consecuencias de este movimiento enfocándose en esas áreas grises. La diferencia entre coerción y abuso sexual, las trampas tendidas por depredadores al momento de leer la facilidad de su interlocutora, la controversial duda sobre el consenso de la víctima en un aproximamiento así y sobre todo, cuándo serán o no las acusaciones infundadas y cómo sufrirá la carrera y prestigio del señalado, especialmente si son falsas o se encuentras en estas áreas grises. Pensé mucho en ese debate de amar el arte pero despreciar al artista.

«Girls» retrata un grupo de chicas rebeldes que buscan sobresalir, que viven situaciones con frecuencia extremas y que tienen una sexualidad agresiva pero fallida. Lo que pude ver es que esos desatinos sexuales tienen mucho que ver con su afán por complacer al hombre con el que están, a pesar de toda su libertad y feminismo, continúan complaciendo hombres antes que a ellas mismas. Aparecen destellos de verdadera independencia en el personaje de Shoshana cuando al final del show decide emanciparse de sus amigas y casarse con el hombre que ella quiere y no con el hombre que la quiere para él.   Este show está plagado de personajes que uno ama odiar, así como amigos entrañables o familiares, uno los quiere pero a veces lo hacen tan difícil que terminamos alejándonos por un tiempo para inevitablemente regresar a la calidez que añoramos de su amistad.

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Con todas estas libertades y todos los errores que van cometiendo con ellas mismas y sistemáticamente con toda aquella persona que entra en sus vidas, después de tantos episodios y temporadas, valiéndome del ejemplo de Hannah, ella debió aceptar al final que no era ella la voz de su generación, sino tan sólo una voz de su generación. Eventualmente todo el triunfalismo generacional, el marketing hiperbólico de los millenials hacia su imagen, su autopromoción como «influencers»  termina en lo mismo: también ellos crecerán para pagar tarjetas de crédito, para pedir préstamos, para comprar coches en arrendamiento, criar bebés, pagar colegiaturas y pues sí, trabajar como sea para costearlo. Como todos lo hacemos.  Nadie tiene el monopolio de las angustias y todos al final caemos en el aro de esta llamada vida. Supongo que lo importante es esa lucha día tras día y decisión tras decisión por pequeña que sea de no encontrarse un día preguntándose a sí mismo: «¿qué me pasó, cómo llegué a esto?»

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