El miércoles pasado fue la presentación formal de mi libro de cuentos LGBT “Cabales jamás”. La llevé a cabo en uno de los bares de la comunidad más emblemáticos y longevos de la ciudad. Conozco al dueño también y con esta confianza, me lancé al ruedo. No voy a negar cómo las semanas previas estaba hecho un manojo de nervios. Ansiedad literaria, le llamo. Esta aprehensión sirvió para emprender planes y acciones que hicieran de la velada algo inolvidable y así lo fue.
Está tu familia biológica y después tu familia lógica, dicen por ahí. Al final, tendemos a ser más de la familia elegida y la mía salió al quite y a apoyarme de una forma inolvidable para mí. El lugar estaba lleno, con más asistencia de la esperada, me dio muchísimo gusto. Nos preparó la noche el canto de un trovador con media hora de canciones nostálgicas. Siguió un espacio de lectura y mesa abierta para preguntas y respuestas. En estos dos puntos, gocé el privilegio de contar con dos entrañables amigas, Ingrid Quiroga y Alicia Ríos, las dos expertas en sus materias profesionales, sexología y psicología holística, respectivamente. Dado que “Cabales jamás” está cargado de temática psicosexual, el apoyo fue puntual y constructivo.
Para cuando el evento concluyó, yo traía todavía el subidón del sentimiento arropado y cálido de tanta gente. Fue la franca manifestación de estar situado en el lugar adecuado, en casa. Dos días después, dio inicio la Feria Internacional del Libro Monterrey, en la cual participo junto con otros cien autores en el stand de escritores independientes. Fui el día de la inauguración a hacer la guardia de la última hora de la jornada. Se vendieron dos ejemplares de mi libro y les compré cuatro a otros compañeros. La venta y firma de esas dos copias de “Cabales jamás” reafirmaron esta vocación hacia la escritura iniciada en 2018. Supe entonces que no estaba alimentando una ilusión o un sueño guajiro, sino una realidad impensable.
Consideraba el envejecimiento como la tragedia causada por un corazón joven ávido de descubrimiento y aventura habitando un cuerpo achacoso o cansado. Pensaba en las cosas pertenecientes al pasado y cómo el mundo de hoy me resulta tan ajeno, tan agresivo. Nada avejenta tanto como la obsesión por aparentar juventud. Decidí aceptar mi entrada a la fase de vida en la que uno deja de hacer cosas por primera vez y, en contraste, comenzará a contar las que ya no volverá a hacer. Mi autosugestión se portaba traicionera, en lugar de estar pensando en primeras y últimas veces debía enfocarme en el “de una vez por todas”. Encontré en la escritura el escape, la autoregulación. Este es el regalo que mi familia lógica y los lectores me han brindado. No importa lo difícil de la situación, o qué tan aislado uno se sienta, he encontrado en el agradecimiento una forma de cambiar el presente. Encontrar los detalles que premian cada día, nos ayuda a hacerlos mejores.
¿Qué nos frena de perseguir nuevos sueños? Después de desempeñar un oficio o un empleo por muchos años, vemos el iniciar algo nuevo como la cancelación del prestigio ganado. Nos situamos en el último peldaño de la escalera, los años de experiencia nos respaldan. Dirigir nuestra energía a otra actividad implica volver a empezar, ser un un novato otra vez. ¿Es requisito para comenzar de nuevo dejar en el olvido el conocimiento adquirido anteriormente? Se trata de cuestionarse la diferencia entre experto y especialista (no son lo mismo), agarrar una ración de humildad y usarla para despedirnos de la labor que queremos dejar ir. Es cierto, no todo el mundo desea decir adiós a la cima de la escalera profesional. Sin embargo, quienes emprenden algo nuevo encuentran la claridad para identificar que la cima de una pendiente puede ser la parte más baja de otra.
En occidente nos acostumbraron a pensar que el declive de la vida inicia una vez alcanzados los sesenta años. El concepto del retiro está relacionado con la inutilidad, la invalidez u otras palabras que empiezan en “in”. El modelo japonés y europeo proponen una realidad muy distinta. Lo que fue un hobby por tantos años, se convierte en la actividad productiva de la tercera edad. En ocasiones se tratará de aprender la habilidad que siempre quisimos, pero postergamos debido a la falta de tiempo y los compromisos. El tema de la longevidad de los japoneses y algunos europeos lo atendí en una entrada anterior del Eco Personal. Spoiler alert: se trata de desafiar al prejuicio de la edad esperada en nuestro lado del hemisferio.
A veces llegamos a una relación con una persona, una labor o una ciudad, y lo hacemos con una mano abierta y la otra cerrada, como en modo “a prueba”, a ver qué me da sin ánimos de darle algo de regreso. Ni qué decir cuando son ambas manos las que están cerradas, renuente a recibir o dar. He procurado tratar a la escritura con manos abiertas, dar y recibir. Ha sido lento el proceso; sin embargo, a pesar de haber sido mesurada la parte del recibir, yo la he experimentado en mi corazón como abundante. El motor que te obliga a continuar usa de combustible tu voluntad y tu empeño. A este punto soy solo una voz más en el mundo literario y aunque me basta por ahora, mis satisfacciones provienen del trayecto, de la labor creativa. Camaradas, lectores y autores, vámonos de la mano, que el camino es largo y el corazón, ahora lo sé, joven y andariego.






