Sigo aún con el efecto revitalizante del lanzamiento de «Cabales jamás», es una euforia de la que no quiero salir. Muy agradecido con los comentarios que he recibido de lectores, no quepo del gusto. Ya pronto iniciarán las presentaciones, me da nervio y a la vez entusiasmo. Experimento mi salida del mundo ordinario como una oleada irrefragable de agradecimiento y curiosidad. Por lo pronto, sigamos en el día a día y quisiera escribir esta vez de un tema muy presente en mi vida cotidiana y, probablemente en la de muchos más: el malentendido de los términos «tolerancia» y «empatía» en la sociedad actual. (Aparte el chismecito de vecinos, que siempre da jugo)
Esta semana tuve una horrible noche de insomnio debido a que al punto de las 3:30am y hasta las 8:30am, los perros de mis vecinos hacían de las suyas y, dado que tengo muy ligero el sueño, me mantuvieron despierto toda la noche. Resulta que no fui el único. A la mañana siguiente, otros vecinos me contactaron furiosos para hablar al respecto y tomar cartas en el asunto. Uno de los perritos, es un husky siberiano muy joven e inquieto. El dueño lo tiene aprisionado en el traspatio, un espacio muy reducido e insuficiente para el tamaño de su mascota. El animalito sufre porque el vecino, que vive solo, lo deja por días a su suerte con una cubeta para el agua y una vasija con alimento. Cuando el agua se termina, esa cubeta se transforma en un juguete que acarrea de un lado a otro y azota en la pared de mi casa que colinda con la de él. Estos ruidos son tan fuertes que alteran la paz del perro de mis vecinos del otro lado, al que tienen aprisionado en un espacio similar. Entre el barullo de la cubeta de uno y los ladridos del otro, son capaces de mantener a cualquiera despierto por horas y horas.
Una de las vecinas afectada también por este borlote logró entablar diálogo con el primer vecino. Le preguntó si no estaría dispuesto a regalar a su perro ya que no tiene tiempo para atenderlo como debe ser y eso inquieta y deprime al pobre animalito que lanza aullidos de lamento cuando no está entretenido con la cubeta. El vecino respondió que no piensa deshacerse de él y que nosotros debemos de tener tolerancia y empatía, que de eso se hacen las buenas comunidades. Vi alarmado las imágenes del chat de whatsapp que me compartió la vecina y no daba crédito. Sin embargo, tomé calma y pensé con detenimiento sobre su respuesta. Me doy cuenta de la generalidad con la que buena parte de la población utiliza estos argumentos para escapar de responsabilidades y salirse con la suya haciendo lo que quieren.
Tenemos dos argumentos prevalecientes en las mentes de los mexicanos hoy día:
1. «Tengo derecho a que todos toleren mis actos.»
2. «Soy responsable de no afectar a terceros con mis acciones.»
Me atrevería a afirmar que al menos ochenta porciento de la gente está situada en el primer enunciado. Este es el problema que nos tiene hundidos en esta nueva modernidad. Cuando el vecino pidió tolerancia y empatía, ¿qué quiso decir? En concreto, «aguántense de lo que yo y mi perro les causemos y entiendan que así son las cosas y no está en nuestras planes cambiar». Es pertinente entonces hacer una visita al diccionario para checar las definiciones de estos conceptos:
Tolerancia: Respeto a las ideas, creencias o prácticas de los demás cuando son diferentes o contrarias a las propias.
Empatía: Capacidad de identificarse con alguien y compartir sus sentimientos.
De esta manera, es primordial dejar de confundir estos dos conceptos con los de «aguante», «permisividad» y «servilismo». Es un hecho que este vecino no pide que se le tolere, quiere que se le aguante. En cuanto a la empatía, pues es claro que la definición se refiere a «alguien», otra persona. No puedo saber los sentimientos de un perro, no obstante, sí puedo intentar adivinar las causas de su comportamiento. Puedo imaginar el sufrimiento de un animal, pero no puedo aceptar que el mismo animal haya elegido por su propia voluntad caer en desgracia, al igual que no sabe que su conducta afecta a personas a su alrededor. Su dueño, en cambio, sí. El dueño de un animal es el que elige la vida que va a darle, y que me pida empatía por su mascota maltratada es absurdo, cuando en realidad lo que está pidiendo es una complicidad a su maltrato. Por otro lado, ¿qué no es la empatía el paso previo a la compasión? Siento profunda compasión por los perros de mis vecinos, en especial porque nunca he visto a sus dueños sacarlos a pasear (el perro que ladra ni siquiera lo conozco, solo lo escucho), duele no poder hacer mucho por ellos cuando sus dueños consideran que están bien. Esto lleva a un lugar de lástima y no tanto de compasión. Hemos hablado a protección de animales y ni se aparecen. Nos han pedido imágenes o videos que evidencien dicho maltrato, algo difícil de producir por el encierro en que los tienen y que en realidad no hay violencia física de por medio. En un país carente de mandos que sancionen e impidan arbitrariedades, ¿estamos diciendo que guardar una conducta civilizada siguiendo los reglamentos, nos convierte en idiotas? Si nadie te va a castigar, entonces házlo, mejor pedir perdón que permiso, aunque de todos modos no corrijas nada ante las quejas de los afectados. La verdadera moral es hacer lo correcto aún si nadie nos vigila.
Al final, el vecino argumentó que también él tiene que «tolerar» a otros vecinos que hacen fiestas y escándalos hasta altas horas de la noche sin ningún tipo de «empatía» por los demás. Salirse por la tangente sería válido si tan solo fuera cierto, solo que en el vecindario no ha habido una fiesta de este tipo en años.
Supongo que mi punto va más dirigido hacia el entendimiento de que el verdadero civismo, lo que fundamenta una buena sociedad, demanda el respeto a las ideologías y aspectos étnicos/culturales de los ciudadanos y también la responsabilidad de medir las consecuencias que nuestros actos ocasionan tanto de manera inmediata como futura. Tendemos a autoacreditarnos autoridad para justificar nuestras acciones menos decorosas (e.g. «si ellos hacen fiestas, entonces yo puedo estacionar mi auto en su cochera»; «si ellos dejan su basura en el parque, entonces yo puedo tirar escombro en un terreno baldío»; «si talo este árbol, ¿en qué afecto a los demás?»). Este pensamiento no nos eleva, al contrario, nos hunde más en contrariedades y ansiedad en la vida cotidiana, conduciéndonos a conductas abyectas y beligerantes que pueden ser evitadas.
La vida citadina tan caótica nos tiene a todos al borde de la agresión, toma mucho tomar paz mental. Lo mejor que podemos hacer por los demás, es sanarnos a nosotros mismos. Lo difícil es reconocer que tenemos áreas de oportunidad y está en nosotros hacer el trabajo para mejorar como individuos. Aunque eso no parezca una cuestión de confundir tolerancia con aguante, sino sanidad con soberbia. El ego es una vorágine, ¿a poco no?
