¿Es el espíritu deportivo asiático parecido al occidental? ¿Es la cultura competitiva de los deportes radicalmente opuesta entre los continentes? Hay un océano literal de distancia y en época de juegos olímpicos se nota. Sin embargo, estos últimos días he visto unos realities que me han abierto los ojos y redefinieron mi noción de lo que un oponente representa. Estos shows provienen de Asia, uno es coreano («Habilidad física: 100») y el otro, japonés («La selección final»). En ambos manejan la idea de traer exponentes de múltiples disciplinas reconocidos por sus triunfos pasados a competir entre ellos. No hay restricción en edad o sexo pero, mientras en Corea admiten personas de otras etnias además de la coreana siempre y cuando todos hablen el idioma con fluidez y tengan años viviendo en el país; en el programa japonés todos los participantes son nacionales.

Las bases del concurso son similares, a partir de pruebas físicas extremas, de entre muchos individuos, 100 en «Habilidad física» y 25 en «La selección final», solo ganará uno y será el atleta más capaz de la muestra, acreedor a un premio de cientos de miles de dólares en la moneda local. Es un misterio incluso para ellos adivinar de qué deporte base será el ganador. Y en verdad es interesante porque hay gente proveniente del atletismo, del fútbol soccer o americano, del rugby, del fisicoculturismo, tenistas, clavadistas, nadadores, boxeadores, luchadores, beisbolistas e incluso esgrimistas y jugadores de parcour o de khabaddi. Debo decirlo, la actitud de intachable respeto de los competidores hacia sus contrincantes es una constante en ambos shows.

De estos dos programas, se me hizo más interesante “La Selección Final” (“Final Draft” en inglés) dadas las interacciones entre los atletas durante los tiempos de descanso, cenas en grupo o conversaciones entre compañeros de cuarto. La voz de la experiencia viniendo de los veteranos del deporte en Japón brinda una perspectiva de sabiduría aplicable a varias áreas de la vida. La mayoría tendía a recordar su etapa de niñez, los tiempos cuando formaban parte de un equipo y, más allá de la victoria, la camaradería era el motor impulsándolos a presentarse a cada competición y no decepcionar al conjunto. Se trataba de disfrutar la convivencia con otros, de compartir la alegría de la celebración por un trofeo o quizás una derrota que, si sucedía en un ambiente de alta competitividad, generaba un momento igual de valioso. Esta nostalgia se intensificaba en los casos de exatletas cuyos padres o hermanos se habían dedicado también al deporte y les compartían tácticas y enseñanzas. Esta influencia positiva servía de inspiración para alcanzar un nivel competitivo superior.
Las reflexiones se volvían más profundas conforme avanzaban y eliminaban contrincantes. Un tema recurrente era la forma en que habían abrazado el retiro de la escena profesional, la vida después del nadir atlético y la juventud. Estaban de acuerdo en que la vida no es derrotada, solo cambia y encontrar una segunda pasión, en el caso de alguien que ha sido inspiración para muchos, radica en deshacerse del egoísmo y emprender algo en consideración con los demás, tal como fueron las doctrinas recibidas de sus padres, hermanos y entrenadores.
En el trayecto por el premio mayor, deportistas de alto rendimiento con cuerpos escasos de grasa fueron vencidos ya sea por un contrincante o por lo demandante de la prueba. El valor de la derrota es que los premia con el honor de haber perdido contra un oponente digno, uno que les mostró el comienzo de la humildad, o sea, el reconocimiento de los propios límites. Se trata del agradecimiento a un contricante por haberse aparecido a este reto, a adoptar una posición vulnerable porque no sabe de antemano el resultado. Si pierde, él mismo se puso en riesgo y fue a ofrecer su mejor esfuerzo, a mostrar los mejores aprendizajes de su vida atlética hasta ese instante y comprobar si el cuerpo aún permite ponerlos en ejecución. Esa misma prueba representa un test de humildad para ambos, aunque uno saldrá de ahí con nuevos descubrimientos y la picazón para superarse. El triunfador ganó respeto por haberle dejado estos obsequios al derrotado, hay honorabilidad en la enseñanza.
En estas arenas no hay lugar para la soberbia, no ocurren desplantes de hípermasculinidad ni reclamos por puntuaciones, no hay insultos, controversias ni disputas contra árbitros. Ahí nadie es dueño de nadie. Todo es aprendizaje, evolución, superación y sobre todo, agradecimiento. El perdedor sabe que vendrán nuevos y diferentes retos para ambos y le desea buena suerte a su contrincante, al tiempo que descubre si su pasión por el deporte es genuina, porque de ser así, buscará seguir adelante y volverlo a intentar. Con certeza, el éxito está hecho de derrotas, no obstante, debe llegar el momento en que éstas paren y la experiencia se active para ganar. Llega un punto en “Final Draft” en que el premio pasa a segundo plano y es más importante el privilegio de estar rodeado de verdaderos atletas inmersos en el concepto de la excelencia y ponerse a prueba junto a ellos.
Uno de los finalistas se lesiona fuerte el tobillo y, a pesar del dolor físico, de manera admirable continúa el viaje, dándolo todo y sin guardarse nada. Como espectador, aunque no dudaba del tremendo malestar en su tobillo, sentí mayor compasión al verle el rostro afectado por la agonía de la subsecuente eliminación. De acuerdo a las confesiones de los exatletas más competitivos, no rendirse resulta doloroso, pero también es lo más meritorio porque es detrás de ese suplicio donde el triunfo se esconde. Para ellos, la transición a una segunda carrera es muy dura, por eso durante los años de más alto rendimiento en búsqueda de su sueño, no dedicaron espacio mental a imaginar un futuro alejado del deporte. Saben que hubiera sido un distractor y por consiguiente, un paso en falso en su trayectoria; para ellos, el éxito del aquí y el ahora vale más que cualquier suposición pesimista/realista del porvenir. Una forma de pensar muy distante a la de un profesionista común, así de potente es la entrega obligada del atleta competitivo.
Con frecuencia, los atletas padres de familia admiten que hay mayor monetización en ciertos deportes, a la vez que hay otros donde se llega a un tope remunerativo sin importar cuánto se esfuercen y competitivos se vuelvan. Quienes se desenvuelven en deportes menos populares deben competir en más de uno a la vez si desean alcanzar un ingreso mínimo. Es este grupo de deportistas el de más alto rendimiento y casi siempre este aspecto permanece oculto, como un secreto. Se percibe el arrepentimiento de los concursantes que optaron por este esquema para ganarse la vida, en especial los mayores de treinta años de edad que añoran regresar el reloj y haber tomado una ruta profesional distinta. Por lo general, estos perfiles terminan enrolados en programas de entrenamiento o couching para talentos jóvenes.
Aviso: En este párrafo hay un spoiler. La Producción del show pone un giro de tuerca en un punto muy avanzado del programa. A cada finalista se le ofrece la oportunidad de solicitar un diez por ciento del premio, descontando esta cifra de la cantidad original para el ganador, a cambio de abandonar por completo el concurso. Una decisión egoísta y final. Los interesados debían presentarse antes que los demás y, sorprendentemente, solo uno lo hizo. Le dieron su proporcional y se fue. Por completo se fue. No se volvió a mencionar su nombre y al término de las pruebas, reunieron a todos los competidores previamente descalificados para celebrar frente a cámaras al ganador. Todos excepto el desertor. El show muestra sin filtros cómo se ve la pérdida del honor. El oprobio eterno, sin duda, una lección para la posteridad.
Aunque los finalistas explicaron a detalle cómo usarían el premio (unos $200,000 dólares), en realidad quizás solo dos de ellos tenían claridad al respecto. No es fácil encontrar el Ikigai: la actividad apasionante, que se es bueno haciéndola, remunera bien y es útil para los demás. Un concepto muy japonés. Puedes pasar una vida buscándolo, se requiere tiempo y valor para la aventura. Tanto en Asia como en Europa, infinidad de jubilados le apuestan a sus hobbies para que se conviertan en la actividad monetizada fuente del segundo aire. Nada fácil, mucho miedo a lo desconocido, pero ¿honorable? ¡Eso que ni qué!


