Cultura Pop, entretenimiento, Experiencias de vida, Food 4 Thought, Life Adventure, Sobrenatural, story telling, viajes y lugares, vida

EP181: Luxor paranormal.

Conocí Las Vegas a mis ocho años de edad. Recuerdo pocas cosas del viaje, solo estuvimos un par de días y nos quedamos en la nueva casa del tío Toño, primo de mamá. Tenía alberca y lo pasé genial jugando con mis primitas bajo el sol. El trabajaba de dealer en el Caesar’s por las noches, estaba encargado del área del Pai Gow con los high rollers asiáticos. Yo recuerdo bien el Circus Circus, fue como ir a una feria con aire acondicionado. El strip actual era inimaginable en 1978. En ese entonces los casinos que había además del Circus eran el New Frontier (demolido y el único terreno baldío en el área en este momento), el Desert Inn (demolido), el Dunes (demolido), el Sands (demolido), el Tropicana (demolido hace un par de meses), el Bally (demolido) y los tres que siguen en operación, el Flamingo, el Caesar’s y el Harra’s.

Pasaron casi veinte años para que regresara. Esta vez y todas las subsecuentes por cuestiones de trabajo. Vi la belleza del Mirage con toda su potencia de jardines naturales y buffets increíbles; su show con Siegfried y Roy y sus felinos era el más caro del momento. Fue difícil verlo cerrar y cederle su espacio a un nuevo Hard Rock Hotel con apertura programada para el 2027. Fui testigo del crecimiento de la compañía Cirque du Soleil y cómo se convirtió en un fenómeno global imparable con espectáculos fuera de este mundo. Mega resorts fueron construidos en los extensos terrenos que por décadas fueron paisaje desértico; MGM, Bellagio, Venetian, Mandalay Bay, Aria, Excalibur, Paris, Alladin, Wynn. Los buffets con langosta de $9,99 se extinguieron y ahora una comida en esta modalidad puede costar hasta $99,99.

Uno de los hoteles más emblemáticos es el Luxor, una gran pirámide de cristal negro obsidiana de treinta pisos con temática del antiguo Egipto y tan grande como alguna de las originales en Giza, hueca por dentro y situada casi al final del Las Vegas Boulevard. La insignia distintiva del hotel es la cúspide que lanza un rayo de luz tan intenso que puede verse desde el espacio. Aunque en la actualidad solo la encienden al 50% para ahorrarse energía, en los noventa causó la impresión deseada. Por dentro, el espacio es tan amplio que había un río inspirado en el Nilo, que llevaba a los huéspedes en barco desde la recepción hasta los elevadores (en realidad los llaman «inclinadores» por su instalación en las aristas de la pirámide y su desplazamiento diagonal hacia el vértice, una experiencia rarísima y supongo, única en el mundo). Una gran esfinge salvaguarda la puerta de entrada principal del casino y a lo largo del edificio hay una miríada de estatuas de zorros, gatos y jeroglíficos egipcios. Este hotel fue parte del proyecto global de transformar esta ciudad en un parque temático á la Disneylandia y de los pocos restantes con este concepto.

Visité la ciudad del pecado una o dos veces por año hasta enero del 2020. En este último viaje decidí reservar en el Luxor y por fin conocerlo. Parecía buena idea al principio: los shows de Carrot Top y Blue Man Group están ahí, hay exposiciones de interés («Objetos del Titanic», «El cuerpo humano»), un tram que conecta con Mandalay Bay y Excalibur a la vez que al metro que lleva hasta el centro de convenciones, y lo mejor, a uno de los mejores precios disponibles en el strip.

Tan pronto entro al hotel quedo impresionado con el vasto espacio interior. Las habitaciones están repartidas por los lados de las pirámides con largos pasillos que las comunican y, para ser honesto, un barandal con maceteros de baja altura que provocan un vértigo espantoso si se asoma hacia el área de casino y restaurantes de la planta baja. Me asignan habitación en el piso trece. O sea, trece. ¿Todavía existen los pisos trece? Trato de no poner atención al detallito y después de mi ascenso vertiginoso por el inclinador, camino hacia mi cuarto pero la energía que comienzo a percibir es pesada. Echo una mirada para abajo y siento los pies despegándose del suelo, quieren levantarme el cuerpo hacia el vacío. Doy un giro brusco hacia el lado de las puertas y me concentro en avanzar con la mirada puesta en los números en cada una de ellas. Al fin llego a la mía. La decoración es semi colorida y de mal gusto, sin evocar lo egipcio realmente. La pared en el fondo está inclinada, siguiendo la forma piramidal del hotel, y tiene una ventana con cortinas tirantes sujetas por dos lambrequines. Colocaron el escritorio en ese espacio casi muerto, solo sentado puede aprovacharse.

Mi estancia sería por tres noches y esta habitación, como sucede con la mayoría de los cuartos en los hoteles de Las Vegas, no me inspira a pasar horas en él. En la TV hay un canal promocional del mismo hotel y otros dos de programación local, el resto es puro Pay per View. No hay motivo para quedarme. Bajo por el inclinador y esa energía rara regresa, no sé a qué se deba pero yo siempre he sido muy susceptible a esas cosas. Cuando visité Alcatraz en San Francisco, el ambiente me asfixiaba y a los quince minutos pedí mi regreso a tierra. Nunca he querido visitar los excampos de concentración en Alemania o Polonia ni los cementerios en Savannah o Nueva Orleans, no sé, algo me sucede; mi alerta se enciende y los vellos de la piel se me erizan. En fin, salgo del hotel y procuro caminar para distraerme, pronto sería hora de la cena. Aprovecho ese momento para buscar en Google más información sobre el Luxor.

Resulta que durante la construcción, varios hombres perdieron la vida en accidentes, (en algunos lados se dice que fueron tres, en otros, siete) manchando la historia del sitio antes de que comenzara a operar. Trataron de ocultar este hecho lo mejor que pudieron, no obstante, es difícil tapar el sol con un dedo y las leyendas urbanas comenzaron a surgir conectando estas muertes con el tema egipcio de las momias y sus maldiciones. ¿La esfinge de la entrada? Según las tradiciones del antiguo Egipto, las esfinges sirven para proteger y deberían ser dos (en Giza habían dos pero, una fue destruida). ¿De qué habría que proteger al Luxor? Esa vibra extraña merodea el lugar constantemente, estoy seguro que no soy el único que se ha dado cuenta.

Antes de su construcción, el terreno del Luxor se usaba como un trailer park, era ocupado por gente nómada, población flotante aguardando por el sueño americano y que se conformaba con una pesadilla. Previo a esta modalidad de uso de suelo, en las décadas de los sesenta y setenta, cuando las mafias manejaban el negocio de los casinos, los gangsters solían desaparecer a sus víctimas sepultándolas en los terrenos al sur del strip, con mayor predilección donde el Luxor y el Excalibur se sitúan. En 1994, a un año de su apertura, William Bennett, el hombre que manejaba el Circus Circus y supervisó las obras de estos dos hoteles, fue asesinado. Estas historias solo contribuyeron al bagaje energético de embrujo respirado en estos hoteles.

Está documentado que muchas personas van a Las Vegas a suicidarse. Acaban con lo que les queda de dinero en las mesas de juego y adiós. Es tan frecuente hacerlo en un cuarto de hotel que, para sacarle la vuelta a la ley local que exige clausurar la habitación por dos semanas, el staff de los hoteles está entrenado para mover el cuerpo del occiso a otra área antes de hablarle a la policía y así evitarse medio mes sin renta. Además, los hoteles tienen el derecho a demandar a la familia del suicida por los daños materiales que haya ocasionado en su acto, como por ejemplo, restarurar alfombras, muebles o paredes arruinados con sangre o balazos. El Luxor no solo ha visto estas situaciones con mayor frecuencia que los demás hoteles, también ha pasado por el drama de dos personas que se lanzaron desde lo alto de la pirámide hacia el área común interior para añadirle relevancia a su despedida. Una de ellas, una mujer que se tiró desde el piso 26 y cayó en las mesas del buffet. El otro, un hombre que cayó desde el décimo piso sobre el escritorio para el check out. Más tarde sacaron historias sobre las víctimas, que la mujer era una sexoservidora con vida problemática y que la reputación del tipo hacía que su muerte no pareciera muy voluntaria. Tanto el buffet como el counter de salidas fueron relocalizados. A mi parecer, esas dos almas siguen inconformes y nada más no terminan de irse. O lloran o atacan, pero ahí andan dando lata…

En mayo del 2007, una bomba casera explotó en el estacionamiento del Luxor matando a un empleado de 24 años de edad. Dos hombres fueron encontrados culpables y encarcelados de por vida. En 2010, un ex jugador de fútbol americano trató de detener la pelea entre un amigo suyo y su novia. El amigo era luchador profesional y estaba alterado por el alcohol, se defendió violentamente y lo asesinó. Lo raro es que poco después, la corte determinó que la víctima murió a causa de una sobredosis y no por la golpiza del luchador.

Hay historias de huéspedes que han escuchado lamentos, llamados de auxilio por las noches, alarmas de relojes sonando a destiempo, televisores que se encienden solos, y sí, en el ride del ahora clausurado río Nilo, gente dijo haber visto fantasmas rondando los túneles por los que el barquito pasaba. Tupac Shakur fue asesinado en Las Vegas y de todos los hoteles que pudo haber elegido para hospedarse, tuvo que ser el Luxor.

Después de enterarme de estos datos tan peculiares, opto por alargar lo más posible mi caminata de regreso al hotel. Hago escalas por tiendas y casinos, echo billetes a las máquinas y saco aire a cambio, aunque lo que estaba en verdad comprando era tiempo. Entro finalmente por el lobby, mientras camino esta gran distancia hacia el inclinador comienzo a notar manchas de sangre en el piso de porcelanato pulido color travertino. Avanzo y se vuelven más profusas. Alzo la mirada y cercana a una puerta circular se encuentra una mujer sentada en el suelo, recargada en la pared con la cara ensangrentada. Hay un guardia del hotel y otros dos miembros del staff atendiéndola. Es tarde, más allá de la medianoche, no veo otros huéspedes alrededor. Sigo mi paso y al acercarme, la veo llorar, se queja del dolor, se retira por un momento la toalla de papel de la boca. Tiene el rostro desencajado, es claro que está bajo los efectos del alcohol, quizás algo más. Entre sus gritos muestra el espacio que ocupaban los dientes frontales. Derrama baba con sangre, la misma que había dejado como rastro en el suelo. Maldice, pide que la dejen en paz, en la mano sostiene los dientes que perdió. Por más shock que me cause, paso de largo y llego a mi cuarto lo más rápido posible. Tengo un sueño tan inquietante que me despierta a mitad de la noche. Desvío la mirada del reloj porque si veo una hora que comience con el tres, no pego ojo hasta el día siguiente. En el sueño, yo podía verme dormir. Me veía a mí mismo luchando por despertar porque no estaba solo. Al pie de la cama, alguien me observaba. Era un ser oscuro, vestía una túnica negra y un gorro picudo en forma de cono. No podía distinguir donde se unían las prendas pero aparentaban ser una sola pieza. El ente era un cíclope, tenía un enorme ojo rojo y es lo único que podía identificar de su persona. Me miraba en la oscuridad con un coraje reprimido que le agitaba la respiración, como si estuviera conteniéndose del minuto en que se abalanzaría sobre mí. No puedo salir del estupor, una fuerza me lo impide, desde lejos, mi otro yo me lanzaba gritos pero no reacciono. El ente crecía y el bermellón de su ojo se intensificaba. Emitió un gruñido ahogado. Había saña en él y me atormentaba la hora en que la ejerciera. Creo que la náusea repentina logró que finalmente despertara. Dejo la luz encendida por el resto de la noche.

Al día siguiente, aún conmocionado, entro al baño y en todo momento, en la ducha, frente al espejo, presiento el acecho de una presencia. Bajo tan rápido como pude, compro un café para llevar y me retiro a la convención motivo de mi viaje. Esa noche visito un sitio que ofrecía conciertos al aire libre, no cobraban cover siempre y cuando se consumieran bebidas. En las sillas altas de la barra hay una pareja de un hombre robusto de unos cincuenta y tantos con una mujer de brazos tatuados mucho más joven que él. Llevaba una falda larga y amplia con un top elástico pegado. Era obvia la jarra que se cargaban, más fuerte en el caso de ella. La atracción entre ellos es intensa. Me dedico a observarlos, las manos de ambos se tocan mutuamente por todos lados. Nadie los detiene, a nadie le importa. Es tanto el cachondeo que ella decide sentarse encima de él cubriendo con la falda cualquier cosa que sucede por debajo. Él la sostiene evitando un resbalón accidental, sus risas rebasadas evidencian la complicidad de una noche traviesa.

De regreso al hotel, vuelvo a cruzar el largo desierto de porcelanato pulido y, de nuevo, otra aparición extraña: un empleado del hotel empuja una silla de ruedas con una mujer inconsciente en ella. Su pareja camina a un lado vigilante de que no cayera al suelo. La fiesta repercutió en ella al punto de requerir este nivel de cuidado. Los ignoro y continúo mi travesía hacia el inclinador. El fulgor de la ciudad se filtra por la cortina de mi habitación. Me lavo los dientes, no me siento del todo solo y el espejo comienza a jugar a las apuestas conmigo, ¿qué ha cobrado más fuerza, esa presencia indeterminada o mi autosugestión? Un día más y esto termina.

Me despedí de Las Vegas justo antes del comienzo de la pandemia. Años después, la ciudad se vio afectada por otra epidemia de distinta índole: el encarecimiento. Los hoteles y restaurantes comenzaron a cobrar cuotas de resort de hasta $75 dlls diarios, cuotas por servicio de alcohol ($5.95 dlls), propinas mínimas de 10% agregadas a ticket, cargo por cubierto de $5 por persona, y la suma de estos abusos ha hecho de Las Vegas un destino turístico en declive. En 2025, si una pareja pasara dos noches en el Bellagio, hospedaje, piscina, bebidas y restaurantes, sin salir a ningún otro lugar, terminaría pagando cerca de $1,500 dólares, sin contar boletos de avión. El frigo bar te vende una botella de agua por $26 dlls y si uno mete algo que traiga de afuera para que se conserve a temperatura fría, el cargo a la cuenta será de $6 dlls. Si llegas en tu coche, el estacionamiento se cobra a $25 dlls diarios. Si el Luxor me dejó espantado, el Bellagio de seguro me causaría un trauma. Carajo, hasta parece que irse de ahí es pegarle al jackpot.

Por fortuna, regresé a salvo; ni las ánimas de las víctimas de Bugsy Siegel o las de los pobres albañiles y suicidas que literalmente cayeron en desgracia, me alcanzaron. Al igual que la borrachera de la mujer en silla de ruedas o de la que perdió los dientes o de la pareja concupiscente, mi paranoia paranormal y mis pesadillas se quedaron allá. A excepción de las deudas, ha de ser toda verdad el eslogan aquel de «lo que sucede en Las Vegas…»

Deja un comentario