En febrero de 1984, Richard Saul Wurman, arquitecto y diseñador gráfico estadounidense, fundó en Monterey, California una organización sin fines de lucro que tendría como objetivo congregar expertos reconocidos con el fin de difundir nuevas ideas y avances relacionados con los temas de Tecnología, Entretenimiento, Diseño. La llamó TED Conferences, LLC y le agregó el eslogan de «Ideas que vale la pena compartir». Esta conferencia se celebraba una vez al año en Monterey, muy cerca del Silicon Valley y fue cobrando fuerza, en especial a partir de 1990. La conferencia TED se volvió un hito de la modernidad, solo se podía asistir por invitación y el ticket tenía costo de seis mil dólares. Los ponentes eran personalidades reconocidas en sus ámbitos que incluían ganadores de premios Nobel, leyendas vivas del emprendimiento, investigadores certificados que compartían hallazgos sin buscar la promoción personal. Eran pláticas exentas de frases prefabricadas á la chatGPT o Reddit. Pensamiento filtrado libre de paja. Era un como asistir al Coachella de las ideas, el mismo Obama llegó a declararse fan de TED talks. No solo transmitían conocimiento, también emociones a través del descubrimiento.
En 2006, Wurman decidió que sería revolucionario llevar estas conferencias a una plataforma en línea. De pronto ya no se necesitaba un network de altura ni ser tan rico, con una buena conexión wifi bastaba. Lanzaron como test seis de las principales conferencias que tenían grabadas. De las más emblemáticas, la primera plática TED de 1984 con Nicholas Negroponte que mostraba el funcionamiento del recién inventado Compact Disc a la vez que establecía cinco predicciones tecnológicas que se convertirían en realidad en el futuro; la de Sir Ken Robinson, «¿Son las escuelas asesinas de la creatividad?», la de Ted Rosling, «Las mejores estadísticas que hayas visto» y mi favorita, Brené Brown con «El poder de la vulnerabilidad». Se trataba de prestigio, nutrición secular para el público con apetito de conocimiento sin publicidad o una invitación a afiliarte a algo esperándote al final. Era minimalismo escénico, limpieza expositiva. Durante los primeros seis meses, estos videos originaron millones de vistas, algo insólito para la época. Decidieron subir decenas de conferencias adicionales. Esto causó un furor por TED talks, el secreto mejor guardado de las masas intelectuales, si es que existieron alguna vez.




Sin embargo, como sucede con muchas cosas buenas, el concepto se tornó popular. El espacio para estos pensadores e innovadores poco a poco se amplió y se orientó hacia otro tipo de participantes, digamos, cualquiera con una idea o teoría dispuesto a presentarla valiéndose de alguna metáfora descabellada.
Puede parecer democratizante, incluyente si vamos a términos actuales, y lo es, hasta que se infesta de ideología. El ajuste comenzó insertando presentaciones de coaches motivacionales, uno o dos por conferencia. Después se abrió a ponentes más locales, con menores credenciales y honorarios más costeables. La estrategia fue exitosa y en 2009 crearon TEDx. La pequeña «x» no era tan insignificante, denotaba al hermanito efervescente de TED, uno al que no le revisaban su tarea antes de entregarla. Ahora las pláticas serían con sedes itinerantes, se llevarían a cabo en distintas ciudades, utilizarían venues como gimnasios de escuelas, auditorios en espacios de co-working, ¡estudios de yoga! Buscaban abundancia de sedes y de contenido usando como excusa la necesidad de llevar conocimiento a las comunidades del mundo. Funcionó. Para 2014 se habían impartido más de 10,000 eventos TEDx en 160 localidades alrededor del mundo. El círculo rojo se tornó ubicuo y la aldea global obtuvo un TED de bajo presupuesto, librado de la labor editorial. Dado que TEDx se organiza de manera independiente, el escrutinio de los expositores es suavizado. Lo que antes se consideraban las olimpiadas intelectuales, protagonizadas por figuras prominentes en sus áreas de expertise con la capacidad para detonar en el público un replanteo personal de la realidad, ahora se cambió por un pantanal de teoristas empíricos a cargo del therapy hour en línea. No digo que todo sea malo, hay por ahí gemas ocultas, pero por cada «Cómo la ciencia define el cambio climático» habrá cinco «Definiendo nuestras tristezas como sagradas». Antes, los speakers te retaban, te incitaban a buscar datos adicionales para refutarlos, ahora te dejan especulando sobre su consumo de hongos especiales o si en verdad radican en California. En definitiva, el contenido de TEDx deja claro que no es TED, que no es el evento principal, por eso, en lugar de científicos usan cuentacuentos con narrativas moralizantes propias de las fábulas y las parábolas.
Las emociones reemplazaron al conocimiento. Los hechos científicos han pasado a ser opcionales. Los diplomas o certificaciones se consideran como suplementos pero, al igual que en shows como American Idol o Britain’s got talent, va a generar más vistas una historia trágica bien contada que un estudio académico expuesto a un público con un nivel de curiosidad afín.
Me he encontrado nombres de conferencias TEDx con temas acerca de cómo las plantas comunican trauma, cristales curativos, cómo oler (literal) las emociones, la posibilidad de generar saltos cuánticos y vaginas autosaboteadoras. Si lo que buscas es un cringe automático, «La pedagogía de la descolonización» de Quetzala Carson es un buen sitio para visitar. Un comediante de nombre Dusty Slay quiso memorizar por dos días su conferencia, pero en el momento olvidó todo y terminó usando su tiempo para contar chistes. Incluso la habilitadora del pedófilo Jeffery Epstein, la ahora infame y encarcelada Ghislaine Maxwell tuvo su TED moment en 2014. El premio a lo más tremendo que vi mientras hacía el research de esta entrada, se lo lleva una que sucedió en Rumania con el título de impacto «La Tierra es plana». No era sátira, en verdad el ponente se paró en el círculo rojo TEDx para decirle al mundo por qué razones creía que el planeta debía ser plano. Ya quitaron el video, pero el mal estaba hecho y fue indeleble. Miles de vistas le demostraron a la gente que TEDx no solo carece de filtros, también pasa por su peor momento.


Es difícil de negarlo. La plataforma instaló una fórmula en las exposiciones: 1. los antecedentes (el setup), 2. el trauma/el dolor, 3. el descubrimiento (el breakthrough), 4. la pausa, 5. la frase citable (la instagram quote), 6. el aplauso. La espontaneidad se lanzó por la ventana, la vulnerabilidad es fabricada, se nota siempre latente, condicionada a brotar cuando llegue la diapositiva indicada. Cada plática incluye en cierto momento las palabras «y fue ahí que me di cuenta de que: a) era yo lo que importaba, b) el viaje era yo, c) yo mismo era el obstáculo, d) mi voluntad es un superpoder». Estas frases dichas por influencers autoproclamados, filósofos urbanos de Linkedin, controladores de criptomonedas efímeras o pseudocientíficos con titulación «en trámite». La audiencia también ha cambiado. La gente ya no escucha ni medita los hallazgos expuestos; están con sus celulares pendientes de aquella cosa que consideran epifánica para subirla de inmediato a sus feeds en redes sociales y pretender una personalidad iluminada. El contenido se dedica a olfatear algoritmos y por eso se ha vuelto más desechable, porque las ideas ya se han dicho cien veces antes con palabras menos virales, pero al final, siempre aterrizan en el lugar común.
Se abrió tanto el espectro narrativo, que el prestigio se convirtió en teatro motivacional, no por nada han llamado a TEDx «la astrología de los intelectuales». Si Saturday Night Live hace un sketch de tu concepto, pues bueno, el chiste se cuenta paralelo a la plática «Cómo el tostador me rescató el matrimonio». Lo trágico es que las ideas con valor genuino han quedado sepultadas bajo miles de conferencias que funcionan como promo ads personales, porque ya no se trata de esas ideas, es construir un embudo de influencia orientado a la monetización de podcasts o canales de youtube.
¿Hay salvación para TED? ¿Podría volver a la vida? Yo digo que sí, pero se necesitaría algo muy fuerte, algo que la maquinaria moderna de contenidos rara vez hace: desacelerar, reestablecer parámetros de credibilidad, depurar, curar. Más o menos volver a las cosas como eran hace casi veinte años. Traer de regreso a aquellos ponentes que no solo son expertos en su área, también son la autoridad. Suprimir la participación de multimillonarios o corporaciones tratando de empujar marcas y productos, incluidos sus esfuerzos filantrópicos. (¿Cómo es posible que Bill Clinton haya cobrado cien mil dólares por dar una plática de treinta minutos en el momento que su fortuna ascendía a los 60 mdd? ¿Elon Musk en 2016 diciendo que en 2025 la mayoría de los autos en las autopistas iban a conducirse autónomos a través de la IA? Será billonario pero no profeta.) Deshacerse de las fórmulas y los clichés para dar paso lo verdadero, alzar el estándar y que quien se pare en el círculo rojo no nada más lo desee, lo merezca.
Definitivamente un micrófono no es para cualquiera, en especial cuando se utiliza para generar más ruido que significado. Es preciso que las pláticas TED se traten más del aprendizaje que del estilo de vida o la novedad, que reten a la perspectiva que se tiene del mundo y no contribuyan a la desinformación.
La catch phrase original de «Ideas worth spreading» debe ejercerse por lo que es: buscar ideas reales que incentiven aspectos de la mente humana tan escasos en el siglo XXI, como son la curiosidad, el juicio crítico y el conocimiento objetivo. Si TED se rehúsa a cambiar, entonces habrá que almacenar en la nostalgia algo que solía ser valioso. No por nada fue sustituída por «Ideas change everything», se dieron cuenta de que no todas las ideas son dignas de difusión.
(Desde 2019 TED cambió a su comisario con Chris Anderson remplazando a Richard Wurman. Actualmente el dueño de TED es la Fundación TED, escindida en 2019 de la Fundación Sapling con sede en Vancouver, Canadá.)
