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EP177: Maxi.

A pesar de que el siglo XX fue devastador para las monarquías, en la actualidad uno de cada cinco países se rige por este sistema. Los majestuosos palacios europeos que albergaban a las principales familias reales hoy son museos por los que los turistas pasean admirando interiores y obras de arte. Sitio por sitio aportan evidencia de la decadencia  de tiempos pasados y el hecho de que, aún en la realeza, había niveles. Me resulta fascinante el que algunas celebridades o billonarios vivan en 2025 con mayores lujos y excesos que muchos de los reyes y emperadores de hace dos o trescientos años.

Una de las familias con mayor poder fueron los Habsburgo, poseedores del imperio austrohúngaro y una influencia que se extendió hasta las Américas. Su último representante fue el emperador Francisco José I de Austria, hijo del emperador Francisco Carlos de Austria y la emperatriz Sofía de Baviera. Francisco José no tuvo una vida sencilla, además de ser profundamente responsable de su puesto, se dice que trabajaba hasta dieciséis horas al día. No obstante, tuvo la fortuna de mantener un matrimonio con la enigmática Elizabeth, conocida por el mundo como Sissi, la Emperatriz. Con ella tuvo tres hijas y un príncipe heredero, Rodolfo, que murió a los 30 años de edad, veintisiete años antes que su padre. Sissi fue asesinada en Ginebra a sus 60 años, Francisco José la sobreviviría por dieciocho años más.

Francisco José tuvo tres hermanos varones y una hermana. El siguiente en edad, Fernando Maximiliano José María de Habsburgo-Lorena, es una figura que permanece en la historia de México como un capítulo singular que, dadas las circunstancias actuales, me pide revisitarlo bajo un criterio distinto al de los libros de texto que estudié en la escuela secundaria.

Conocemos los hechos, llegó a México en 1864 junto a su consorte, Carlota, princesa de Bélgica, estrenando el título de Maximiliano I, emperador de México. Su imperio iría en paralelo con el gobierno liberal de Benito Juárez, sin embargo, continuó su mandato confiando en el apoyo del emperador Napoleón III, quien había invadido el país y le había prometido ejército y dinero con el fin de expandir su poder en México y de ser posible hacia Estados Unidos.

¿Quién era Maximiliano antes de llegar a México? ¿Cómo pasó de ser un archiduque austriaco nacido en el suntuoso palacio de Schönbrünn en Viena a prisionero político fusilado en el Cerro de las Campanas, Querétaro? Dada una vida tan rápida, hasta los años infantiles cuentan. De niño, padecía de constantes resfriados y una salud por lo general deficiente. Gustaba del dibujo paisajista, de los jardines botánicos y cazar mariposas. Su madre Sofía lo consideraba el más cariñoso de sus hijos y de una naturaleza soñadora y derrochadora, al tiempo que se refería a Francisco José, su príncipe primogénito, como “precozmente ahorrativo”. A Maximiliano le gustaba aprender idiomas, llegó a hablar diez y mientras vivió en México, aprendió el náhuatl. Fue también educado en filosofía, modelado, equitación y piano. Sin duda, la armonía y el valor estético de las cosas lo acompañaron a lo largo de su vida. Más tarde se vería que el diseño de interiores, jardines y fachadas eran intereses muy costosos de los que no se restringía.

Maximiliano de Habsburgo de 6 años

Maximiliano fue sometido a pruebas constantes durante su adolescencia y adultez temprana. Hay una serie alemana en Netflix enfocada en Sissi llamada “La Emperatriz” (Die Kaiserin). Es una dramatización que se toma demasiadas libertades históricas para hacerla más amena, sin embargo, en el caso de Maximiliano, no se midieron. Lo convirtieron en el villano de la historia, promiscuo, rebelde, avasallador y sobre todo, conquistador de tierras y mujeres por igual, incluida la misma Sissi. En realidad, era un muchacho noble, sensible y en búsqueda del amor que solía ser escurridizo, casi cruel en su caso. Es verdad que su hermano mayor era más trabajador y autocrático, no obstante, Maximiliano creía que él podría ser más apto para llevar el puesto de emperador. Francisco José, muy al tanto de las ambiciones y la popularidad de su hermano menor, se aseguró de no dotarlo de ningún cargo relevante dentro de la familia imperial.

Los hermanos Habsburgo (de izq. a der. Maximiliano, Carlos Luis, Francisco José y Luis Víctor)

¿A qué pruebas fue sometido para demostrar su carácter? Para empezar, dejar de lado sus aficiones y desde muy joven apresurar su carrera militar. Su hermano mayor ya estaba en el trono y los conflictos para la conservación del imperio crecían. Aunque de chicos solían ser cercanos, una vez coronado, para verlo tenía que hacer cita. Francisco José le asignó varias operaciones militares y a los veinte años ya emprendía misiones por diversos territorios. Fue así como en Lisboa conoció a su primer amor (y quizás su único verdadero), la princesa María Amelia de Braganza, hija del emperador Pedro I de Brasil. Se comprometieron, sin embargo, la princesa murió víctima de la fiebre escarlata antes de casarse dejando en Maximiliano una huella de dolor que cargó por el resto de su vida. No sería sino hasta 1856, tres años después, que conocería a Carlota en Bruselas. El padre de Carlota, el rey Leopoldo I de Bélgica, pidió expresamente a Francisco José que le diera a Maximiliano mayores cargos para alzar la importancia del matrimonio y la de su hija.

Carlota y Maximiliano en 1857, al casarse ella de 17 y él de 25

En sus viajes previos al matrimonio, en 1855, Maximiliano conoce la ciudad italiana de Trieste en la costa del mar Adriático, y decide construirse allí una residencia que llamaría el Castillo de Miramar. Después de arduas negociaciones por la dote se compromete con Carlota en navidad de 1856. En febrero de 1857, Francisco José lo nombra virrey de Lombardía-Venetto, la región norteña de Italia que la familia había adquirido recientemente. En julio del mismo año, Carlota y Maximiliano se casan y se mudan al Palacio Real de Milán. Vivieron rodeados de mayordomos y lujos de gran soberano a la par que continuaba la construcción de Miramar en Trieste con mucha ayuda de la dote de su consorte. Leopoldo II, hermano de Carlota, se expresaba de la construcción de Miramar como “una locura sin fin”.

Castillo de Miramar en Trieste, Italia

La baja popularidad de la pareja se agudizaba, trataban de agradar vistiéndose como los lugareños, hablándoles en italiano, pero era en vano. Francisco José consideraba a su hermano como demasiado liberal y derrochador por lo que procedió a limitarle sus poderes. Los disturbios y sublevaciones aumentaban y Maximiliano se esforzaba por mediar en lugar de aplacar con uso de fuerza. En abril de 1859 dimitió e Italia se unificó en medio de una gran celebración. De 27 años de edad y sin actividad oficial en puerta, Maximiliano se retira al exilio junto con Carlota a la costa dálmata donde Carlota, con su propio dinero, acababa de adquirir la isla de Lokrum, donde quedaban las ruinas de un convento. Rápidamente transformó la antigua abadía benedictina en un segundo hogar antes de poder mudarse a Miramar. Ya en Lokrum, Maximiliano se escapó a Venecia en donde se sabe que fue infiel a Carlota, pero incluso aquella vida lo cansó rápidamente. Transcurrieron los meses y Maximiliano regresó al Castillo de Miramar. Habitarían juntos ese lugar casi cuatro años más. Carlota le pintó a su familia un retrato idílico de su matrimonio, no obstante, el alejamiento entre los cónyuges era obvio y su vida marital estaba casi extinta. En realidad, la pareja de Francisco José con Sissi era justo lo opuesto a la de Maximiliano y Carlota. El incondicional amor que el emperador sentía por su esposa nunca fue correspondido en la misma medida y Sissi evitaba pasar tiempo en Viena. En contraste, Carlota estaba profundamente enamorada de Maximiliano y a cambio solo obtenía un constante interés monetario y de influencias.

Mientras Maximiliano se recluía, planes para él se fraguaban en París. Napoleón III estaba hambriento de poder y cuando vio el inicio de la Guerra de Secesión en Estados Unidos en 1861 y simultáneamente la Guerra de Reforma en México, aprovechó para buscar la ocupación del territorio mexicano. Benito Juárez era el Presidente, sin embargo, la misma guerra interna imposibilitaba saldar la deuda mexicana con Francia. Napoleón III usó la suspensión de pagos como argumento para ratificar ese mismo año un documento llamado el “Convenio de Londres” donde se daba él mismo autorización para ocupar el país. Este convenio era la antítesis de la norteamericana “Doctrina Monroe” (primero nombrada en 1828 e institucionalizada en 1850) que condenaba cualquier intervención europea, sobre todo de índole monárquica, en el continente americano.

Fue en el año de 1863 que Francia inició los ataques en Veracruz y Puebla. La intención de Napoleón III era hacer de México un protectorado sembrando un “emperador” que sería un títere servil a sus intereses de comercio y expansionismo. Sabía que a pesar del triunfo de Juárez aún quedaba un grupo de influyentes mexicanos conservadores que preferían un sistema monárquico. El primer nombre que se vino a la mente de Napoleón para llenar el “puesto” fue el de Maximiliano. Le sugirieron también a Enrique de Borbón, duque de Sevilla, pero al final, la casa Habsburgo tendría más peso, en especial porque Napoleón conocía personalmente a Maximiliano y sabía de sus incursiones previas a América.

Napoleón III

Notificó a Maximiliano su propuesta el mismo año. Había renuencia de parte del archiduque austriaco y para convencerlo se le citó en París donde una comitiva mexicana le aseguraría del deseo de los mexicanos de tenerlo como monarca. Entre ellos destacaba Juan Nepomuceno Almonte, hijo biológico de José María Morelos. Por otro lado, su suegro le aconsejó exigir un referéndum popular y garantías militares y financieras de parte de Francia. Resultó que el referéndum estuvo truqueado por Almonte y los que recibieron entre vítores al flamante emperador en Ciudad de México eran en su mayoría acarreados.

Antes de que tomara la decisión de aceptar, Francisco José advirtió a su hermano a través de un acuerdo escrito que, si aceptaba lo de México entonces renunciaría a su título y a sus propiedades en Austria. Maximiliano se resistió y agregó en secreto una cláusula estipulando que, si no resultaba y regresaba recuperaría lo cedido. Francisco José descubrió esta condición originando una gran reyerta. Eventualmente y después de mucho convencimiento, en especial por parte de Carlota, Maximiliano aceptó. El ataque de ira de Francisco José lo único que dejaba ver era su genuino interés por persuadir a su hermano de lanzarse tras una causa perdida. No se equivocaba, sin embargo, solo le quedó despedirse de él con un cálido abrazo en el andén de la estación. Nunca más volverían a verse.

A su llegada a México, la pareja imperial habitaría el Palacio de Gobierno, en el zócalo. No les pareció en lo absoluto viable, se les hizo “una pocilga de chinches”.  Voltearon al Castillo de Chapultepec y lo vieron con mayores posibilidades, lo renombraron como el «Castillo de Miravalle» para que hiciera armonía con Miramar. Se decidieron por él, no sin antes hacerle un montón de adecuaciones y mejoras, entre ellas cambiar las escaleras de madera por mármol, tal como eran en Viena. También sintieron la necesidad de tener un palacio alterno de verano, así que iniciaron la remodelación del Palacio de Cortés (resguardo de Hernán Cortés después de vivir en Ciudad de México) en Cuernavaca. Maximiliano ordenó la construcción de una avenida que lo llevara directo desde el Castillo de Chapultepec hasta la calle Bucareli y el Palacio de Gobierno. La llamó el Paseo de la Emperatriz en honor a Carlota, y hoy lleva el nombre de Paseo de la Reforma. La pareja imperial construyó museos, organizó fiestas de beneficencia, mermando el erario de una forma contundente. Mientras tanto, Juárez seguía gobernando desde San Luis Potosí y contaba con tropas que se movían alrededor de la Ciudad de México. Al parecer, los Habsburgo estaban más concentrados en cuestiones de comodidad y la atracción de colonos europeos que no vieran como amenaza el hecho de que los Estados Unidos no reconocieran el Segundo Imperio, puesto que toda Europa lo hacía. Tampoco los preocupaba la existencia de un gobierno republicano simultáneo, es más, llegó a estar de acuerdo con algunas de las propuestas liberales juaristas que protegían los derechos sociales. Esto molestó a los conservadores que lo trajeron a México y pronto las tropas francesas comenzaron a inconformarse y solicitar su regreso a Francia. Napoleón III dejó de apoyar al emperador para atender sus propios problemas en casa, no por nada sería el último emperador francés. Para Maximiliano, se acercaba la historia de Lombardía una vez más.

En 1865, lejos de engendrar un heredero con Carlota, Maximiliano decidió adoptar a dos nietos de Agustín de Iturbide, el anterior emperador, y renombró su dinastía como la Casa de Habsburgo-Iturbide. Carlota estaba atacada. Los norteamericanos acusaron la adopción como secuestro. Sabemos que el destino final de Carlota fue regresar a Europa a tratar de convencer a Napoleón o cualquier otro monarca que apoyaran con dinero a su esposo. Nadie mordió el anzuelo. Eso no terminaría bien y ella lo sabía. Enamorada todavía de él, sufrió un tremendo golpe cuando recibió la noticia de que Maximiliano había sido capturado y fusilado por órdenes de Benito Juárez el 19 de junio de 1867. A pesar de que trataron de convencer a Juárez de solo deportarlo, él quiso ser enérgico y demostrar con ese mensaje el poder inamovible de su gobierno a rechazar un rey. Sin duda logró este propósito, sin embargo, él mismo terminó atribuyéndose poderes con matices dictatoriales que dividieron a sus partidarios.

Carlota perdió la razón y permanecería en un estado de enfermedad mental hasta 1927, cuando fallece en Bélgica a los 86 años. Pasó la mayor parte del resto de su vida en su Castillo de Miramar.

Acabamos de ver la miríada de protestas simultáneas en Estados Unidos por un movimiento llamado «No Kings» (no reyes), un llamado desesperado por sacar del archivo muerto a la Doctrina Monroe. ¿Quién iba a pensar que de todo América fuera a ser precisamente EUA la que tendría un monarca?

El tema de Maximiliano nos dice que, si acaso, su personaje fue de una suavidad trágica y no de naturaleza villana o traidora como dicen los textos de narrativa nacionalista. En una ocasión y por requisito de Francisco José, lo acompañó al castigo corporal y fusilamiento de rijosos italianos opuestos al virreinato impuesto por Austria. Vio a su hermano dar las órdenes de ejecución y sintió una gran pena, no estaba hecho para semejantes encomiendas. ¿Qué hubiera pasado si en lugar de él hubiera sido alguien con el temple de su hermano quien hubiera venido a gobernar el Segundo Imperio Mexicano? Si Francisco José hubiera sido el Emperador de México, quizás el fusilado hubiera sido Benito Juárez y cómo saber si de paso también Nepomuceno, hijo de Morelos, por mentiroso. Considerando la beligerancia a la que estaban acostumbrados en Europa, probablemente hubiera emprendido acción para recuperar el territorio perdido a los norteamericanos tan solo veinte años antes. Después de todo, ¿qué emperador no querría duplicar el alcance de su imperio? Esa hubiera sido una guerra a costa de muerte mexicana.

Esta es la base de mi corta entrada (ja) en esta ocasión: estamos a la suerte y constante riesgo de que llegue la persona adecuada al puesto más crucial posible. Putin, Trump, Netanyahu, Maduro, Milei, Jinping, Kim Jong-Un, todos son el Napoleón III de tiempos modernos. Así fueron en el pasado Hitler y Castro, Stalin y Truman, la cantidad millonaria de vidas sacrificadas para alimentar los egos de tipos que estudian la historia solo para repetirla a su favor.

Francisco José, después de haber sobrevivido a su esposa, a su único hijo varón, a su hermano Maximiliano, a su hermano Carlos Luis y su hermana María Ana, se decidió a declarar la guerra a Prusia y dar pie a la Primera Guerra Mundial en 1914 detonado por el asesinato de su sobrino (hijo de Carlos Luis), su próximo sucesor. Esa guerra dejó más de quince millones de muertos, pero el gran monarca que la inició, ni siquiera la vio consumarse porque murió en 1916, dos años antes de que acabara. Esa es la tragedia de la guerra, que quienes las ordenan también las heredan. La historia debería enseñarnos que, como dicen en Alemania, «la última camisa no tiene bolsillos», ni para riquezas, ni para reinados.

Escudo de la Dinastía Habsburgo

¿Qué fue de Luis Víctor de Habsburgo, el hermano menor de Maximiliano y Francisco José? Era el consentido de su madre y nunca aceptó casarse ni mostró ambición por suceder el trono. Lo que sí le atraía mucho eran los hombres, en especial los más jóvenes. Nunca ocultó su homosexualidad (Maximiliano trató de arreglarle matrimonio con la heredera del imperio brasileño y ante el nulo interés, dejó de considerarlo como alguien relevante en la familia) y después de que lo descubrieran infraganti con un menor en unos baños públicos, no solo se ganó el infame apodo del Archiduque del Baño, sino que fue exiliado por Francisco José al Castillo de Klessheim, a cuatro kilómetros de Salzburgo. Toda la servidumbre que le fue asignada era del sexo femenino y eran más carceleras que mucamas. En enero de 1919, Luis Víctor fue el último de la dinastía en morir, tras ser testigo de todos los decesos familiares, la derrota de la Primera Guerra, la ruina y la pérdida de los Habsburgo. ¿Qué habrá sentido al ver a sus hermanos uno por uno fallecer? ¿Sería el schadenfreude un sentimiento muy imperial?

Luis Víctor de Habsburgo

El caso de Luis Víctor y en cierto modo también el de Maximiliano nos dicen que no todos están diseñados para ser monarcas, mucho menos del tipo autoritario. Ciertas monarquías de la actualidad son más bien protocolarias y permiten a personajes como el Rey Carlos de Inglaterra dedicarse a actividades más suaves sin mayores repercusiones; o admiten que un duque como Enrique y su consorte Meghan Markle renuncien a la nobleza y teman más a la baja en popularidad que a no llegar en números azules al fin de mes.

En pleno 2025, los nuevos palacios son grandes residencias privadas como Mar-a-Lago o las propiedades más imposibles de políticos, billonarios y oligarcas en playas de la Riviera Maya, Miami Beach o Dubai, y para nuestra desfortuna, son ellos los que pueden modificar nuestra realidad hacia el futuro, sin importarles en qué grado de destrucción dejen al planeta que nos heredarán una vez que se hayan ido. Si su mantra de «lo importante es disfrutar del poder y la riqueza ahora que estamos vivos», ¿no resulta una paradoja recordarlos por sus desaciertos y abusos ahora que están muertos? Dicen que la verdadera muerte es el olvido, pero al parecer la única cosa que tendemos a olvidar es la historia.

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