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EP174: Las palabras obsoletas.

¿Existe belleza en las palabras antiguas? La literatura de los clásicos aún nos deja un asomo de vocablos que hoy rara vez se usan. Algunas de ellas por suplantaciones acordes a las épocas, otras por simplificación de lenguaje (en este apartado quedan muchos verbos imposibles de conjugar) y finalmente, por convencionalismos sociales.

Como expliqué en la entrada 172, la tecnología avanza y desplaza máquinas y el lenguaje vinculado. Palabras como «fax», «telex», «faxear», «telegrama», «compilar», «mandar un beep» han sido sustituidas por «app«, «manda un DM», «échame un whats«, «checa tu mail«, «hagamos face time«, «por zoom«, etc.

Sin embargo, hay palabras que simplemente se van rezagando y se adhieren al olvido. Se hacen viejas y las dejamos expirar. «Engaño» en  lugar de «embeleco». «Malvado» suplanta a «fierabrás» o «malandrín». «Despreciable» por «ñiquiñaque». «Tosco» y no «zamborrotudo». Ni menciono «descular» y «recular», que ojo, no son lo mismo ni se acercan.

Palabras que ahora se consideran rebuscadas y han sido sustituidas por otras más cortas y al grano. Estoy seguro que será fácil invocar las renovaciones actuales para vocablos como «pitusa» (mujer elegante o a la moda), «estulticio» (falto de inteligencia), «zascandil» (holgazán), «gaznápiro» (torpe e inexperto), «lechuguino» (joven presumido).

En México hemos dejado de usar algunas que otras muy influidas por los modismos de nuestras lenguas madre: muina (enfado), desconchabado (descompuesto), mitote (escándalo), albricias (felicidades), soponcio (desmayo), titipuchal (muchedumbre), palomilla (grupo de amigos), molote (chongo), champar (reprochar), popof (fifí o fresa), vuelto (cambio o feria al pagar).

Lo yeyé se fue con los sesenta, aunque Martha Sánchez lo haya revivido por un momento fugaz en 1990. Los “abuelismos” van en proceso de extinción en muchas regiones mexicanas: achichincle, achicopalar, argüende, borlote, chiquihuite, itacate, chochear, chilpayate, desconchinflado, pipiripao, ni fu ni fa, sanseacabó, tilico, tirria, traqueteo, zangoloteo, vaquetón, patatús, endilgar, malpaso.

¿Qué tal esos verbos que preferimos no usar porque solo ellos mismos saben cómo se conjugan? Asir tiene tiempos conjugados como yo asgo/tu asgues/ellos asgan/nosotros asiéramos. Mejor usemos agarrar o coger. ¿Podemos mencionar el verbo “erguir”? Yo yergo, yo irgo, tu yergues, tu yirgas, o el fabuloso imperativo ¡írgate! No confundir «yo yergo» con «yo yago», del verbo “yacer”. Mejor usar “construir” o “recostar”, respectivamente. ¿Quién en su sano juicio se atreve a usar el verbo “argüir”? ¿Cuándo alguien ha insertado en su coloquio cotidiano el subjuntivo “él arguyere” o “nosotros arguyéramos”? Para evitar conflicto gramatical, mejor recurrimos a su definición, “dar motivo”.

Las palabras en desuso que más me llaman la atención son las que tienen que ver con las formas del nuevo siglo, que los milenials y gen Z’s las pusieron en uso y, terminaron sustituyendo o desplazando a otras. Son palabras “con pincitas”. Ya no decimos “congal”, ahora es un “table” (incluso los congales a como se conocían hace cuarenta o cincuenta años están prácticamente extintos). Ya no llamamos a alguien “promiscuo”, ahora es “poliamoroso”, aunque quien la diga no tenga una idea clara de las reglas que el verdadero poliamor involucra. Cada vez menos se usa la palabra “prostituta” y se prefiere “trabajadora del sexo” o “sexo servidora”. Quedó como vestigio del siglo XX el “travesti” y la “vestida”, ahora es “draga” o “transgénero” y en casos especiales, “transexual”. Canceladas quedaron palabras como “retrasado” o “discapacitado”. Se remplazaron por la casi frase “de capacidades especiales”. En este contexto, palabras como «gordo» o «feo» se están descartando y se abre el paso a apelativos suavizado con el propósito de quitar el estigma negativo de las personas y humanizarlas, algo muy en paralelo con el momento social que vivimos.

En el ámbito político, parece mentira que ciertos términos no hayan sido enterrados en la ignominia: neoliberalismo, presidencialismo, totalitarismo, carro completo, mapaches, tacos, acarreados, comelonches, chairo, fifí, u otros más nefastos como fascismo, dictadura, nazismo, ultraderecha. Estas son algunas de las palabras que me gustaría quedaran muy atrás. Me pregunto si algún día palabras como «discriminación» o «adicto» caerán en el mismo desuso que “esperpento” o “desguanzada”, representando las huellas de un pasado remoto, propio de una sociedad rezagada. ¡Recórcholis!

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