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EP170: Je n’en ai pas marre de Emilia P.

Era cuestión de tiempo para que dedicara una entrada del blog al fenómeno cinematográfico/social del momento conocido como «Emilia Pérez». La película acerca de México y el transexualismo que un francés soñó y llevó a las pantallas del mundo con estruendosos resultados. No iba a opinar nada sin haberla visto antes. Lo hice este viernes en la última función de un cine en Saltillo, Coahuila, justo cuando el clima tocaba la parte negativa del termómetro y apagaron la calefacción, supongo que para ahorrar en los costos de energía. El friazo y la proyección me llevaron de la mano hacia una experiencia cinéfila tiritante.

Estoy seguro que las distribuidoras esperaron todo lo que pudieron para estrenarla en México y retrasar la mayor parte de los abucheos y las críticas mordaces para después de las nominaciones. Este es el escenario actual entre el público, sin embargo, dentro de «Emilia Pérez», percibo las cosas diferentes.

Ahora que cuento con mayores elementos, el comentario que haré toma en cuenta tanto el filme, como el fenómeno que ha originado en la industria y la sociedad.

La película fue hecha en Francia, solo una actriz de papel secundario es mexicana, el presupuesto fue bajísimo, el director fue también el único guionista y el papel protagónico que da nombre al proyecto, es representado por una actriz transexual. La historia contiene los elementos necesarios para autoproclamarse mexicana: narcos, buchonas, injusticia, violencia, folklor, corrupción, mitología de la muerte y la constante de que «la vida no vale nada». En Cannes, «Emilia Pérez» flipó a los franceses y le dieron la Palma de Oro a mejor película y actriz principal. Puedo entenderlo, dado que se retrata una forma de vida alternativa en un país muy distante al suyo no nada más en kilómetros, también en forma de vida. No hay que olvidar que la historia es una suposición del director, una idea resultante de noticias, pláticas con mexicanos y/o personas que han visitado México, e incluso alguno que otro viaje turístico. Por esta razón, las libertades que se tomó en el uso del lenguaje, en especial el slang y las palabrotas, han desatado comentarios negativos en los públicos latinos. Eso sin contar que muchos son pronunciados de forma atroz e inverosímil. Tampoco debemos pasar de largo el error que cometieron al mostrar juicios con jurado, inexistentes en México, y el acierto de que los mexicanos miran a los narcos con mayor dispensa que a la comunidad trans.

Ok, lo diré de una vez: la película no es tan mala como para la satanización que está sufriendo, pero tampoco es una que merezca romper un récord de nominaciones en los premios Óscar. Dicho esto, tampoco es justo que Karla Sofía Gascón esté recibiendo tanto hate. Me recuerda el caso de Yalitza Aparicio en «Roma». Antes de que sus respectivas películas salieran a la luz, ambas sabían que se hablaría de ellas, que serían sujetas a críticas y mucho comentario vitriolo. Pero lo hicieron de todas formas. Mis respetos para las dos, arriesgar tu vida para comunicar a través del arte un mensaje que te marcará a tí y a la sociedad para siempre, necesita de muchos pantalones (usé adrede esta palabra). Dicen que para triunfar se necesita alguna de estas tres cosas: ser el primero, ser el mejor o ser un tramposo. «Emilia Pérez» hizo trampa al tomar un atajo y producir el proyecto de manera relativamente austera (21 millones de euros) sin tantos cocineros moviéndole al caldo y no exigiéndose tanto en la forma, sino en el mensaje. Se valió como si fuera un checklist de la iconografía cultural mexicana a manera de utensilio narrativo: la figura del jefe narco, el valor de la maternidad y el candor femenino, el culto a los muertos y el valor de la familia. Nada más que manejarlo desde el punto de vista trans, nos deja con la inquietud de que la condición de Emilia Pérez se acerque más a un disfraz que a un estilo de vida. No dudo que la IA haya sido consultada de vez en vez para crear las letras de las canciones, y que de una lista de palabras y palabrotas propias del argot mexicano, hayan salpicado indistintamente una por aquí y otra por allá. Al fin y al cabo, nadie en Europa, el mercado meta inicial, se enteraría del uso adecuado de los términos.

Hemos visto antes historias llevadas a la pantalla sobre gángsters, transexuales, narcos, políticos corruptos, musicales… entonces, ¿qué es lo que hizo a «Emilia Pérez» un proyecto tan innovador? Que es tan incluyente, que no dejó fuera ninguno de esos temas. Que es ruidosa y no se calla nada. Que incomoda y provoca a nuestra parte oscura a que nos alteremos y nos vayamos de bruces sobre los sentimientos negativos, porque es más fácil unirse al desprecio que abrazar el arte como un agente de cambio capaz de habilitar una conexión entre la mente y el corazón.

Atravesamos tiempos en los que el conservadurismo no da su brazo a torcer y reafirma un mensaje de repudio apto para todas las edades. Karla Sofía ha recibido insultos y hasta amenazas de muerte, pero ella dice: «no tengo tiempo para ellos. Todos tienen derecho a una opinión, pero un insulto, una amenaza, eso no es una opinión, es solo odio.» Muy de acuerdo, sin emabrgo, me deja la incomodidad consciente de que, en muchos lugares del mundo, incluido México, estamos pasando por el mejor momento para la gente trans, pero también por el peor. En especial porque no representan ni el 1% de la población global, pero como las historias de sus vidas están preñadas de drama o al menos de peculiaridad, han recibido en tiempos recientes una proyección sin precedente destapando los tabúes que por tantos años fueron echados bajo el tapete. Buena parte del resto de la población no logra empatizar y se alza en santurronería para juzgarlas. ¿A quién le importa si una actriz trans es nominada o premiada en categorías femeninas? No, en serio, ¿a quiénes? Sin duda a las personas que antes de pensar en que solo están viendo una historia de ficción, olvidan que viven en un país con la suficiente libertad para ir a un cine a ver una película como «Emilia Pérez», o que permite que haya Emilias Pérez entre sus habitantes al tiempo que admite cualquier doctrina religiosa en su territorio.

En sí, la película no se me hizo mala ni en su intención ni en su presentación. Se nota la creatividad desbordada tratando de sacar un proyecto original con bajo presupuesto y seguramente, muchos favores. Ahora, hay un mensaje que se transmite, el mismo que algunas personas del espectro trans critican, y es el hecho de asumir que por hacer la transición de cambio de sexo, el individuo vuelve a nacer cancelando el pasado, así como la esencia original de su ser. Como si fuera un embrujo que borra de inmediato las responsabilidades incurridas con anterioridad, además de brindar una identidad automática, la de una persona totalmente nueva y libre de culpas. Es una noción errada, sin duda, de lo que implica cruzar el umbral que acredita el cambio de género. No obstante, debo decir que esta idea tan humanamente chapucera, es parte de un personaje fallado que desea escapar de una vida que se forjó a base de violencia y dolor, un vicio en el subconsciente de Emilia y solo por eso, se me hace válida en la historia.

Ahora sí, hablemos de Selena Gomez. Con mucha pena admito que lo que se ha dicho sobre sus líneas en español, es verdad. Digo, si ya iban a meter elenco multinacional con o sin experiencia hablando español, ¿qué les costaba conseguir a una actriz más adecuada para sacar adelante el papel antagónico de una forma más eficiente? Para mí, su actuación es una de las razones más contundentes para decir que no es una película digna de romper récords de nominaciones. Una película es un todo, y bajo esa tesitura debe ser considerada para convertirse en candidata a la mejor del año. La dirección, la cinematografía, el guión, las actuaciones. Cuando uno o varios de estos factores falla, entonces no debe ser la película ejemplar que un Oscar certifica. En este caso, la Academia se valió de la polémica que ya venía arrastrando, del momento político en el que el presidente de segunda mano regresaba al poder y tomaron la astuta decisión de usarla como una herramienta de promoción de la ceremonia y la industria. Los ratings del evento han bajado año tras año, la desilusión gradual de mucho público se ha hecho notar, así que, ni hablar, el plan de mercadotecnia funcionó. El feed de redes sociales está a reventar con posts de «Emilia Pérez», muchos solo con intención de provocar más hate, y lo más importante, el clickbait. Habrá que ver cuánta gente sintoniza el 2 de marzo la 97a edición de los premios Oscar.

Lo cierto es que, resulta contrastante el éxito insospechado que tuvo en Europa contra la polarización tóxica que le llovió tan pronto cruzó el Atlántico, evidencia de los dispares niveles de evolución social en ambos continentes. La paradoja está en que, y a como he visto la tunda en las redes sociales, el mito de Emilia Pérez, aquel que cuenta con dos nacionalidades, una de producción y otra de narrativa, experimentó el mayor triunfo y sus peores batallas en sus dos países de origen. Bien dicen que nadie es profeta en su tierra, en especial cuando no se pertenece del todo ni a una ni a la otra. Así que, no. No estoy harto de lo que «Emilia Perez» representa, el arte valiente y propositivo, la denuncia social, la búsqueda de la igualdad. De lo que estoy cansado es de las invitaciones gratuitas al odio solo por ser Karla Sofía o de colgarse de la naturaleza controversial de una expresión de arte para autopromoverse, eso me revienta. Estoy al tanto de los permisos que se tomaron para realizar la peli y que fueron usados para generar las conversaciones que nos acercan a una consciencia más presente. Eso tiene su mérito.

¿Volvería a ver «Emilia Pérez» en el futuro? Es probable, aunque debo decir que me provoca más regresar a las entrevistas que Karla Sofía ha dado, me gusta mucho el mensaje tan franco y desenfadado que comunica, el cual, viene cargado de algo muy escaso en los medios actuales: amor.

Nota final de chisme: Aunque sé que tomó la idea de una novela de su amigo Boris Razon, me quedé con la duda sobre el asesoramiento de Jacques Audiard para escribir el guión, debido a que pone a Emilia Pérez alias El Manitas, como originari@ de mi ciudad, Monterrey, México. En esta vida no hay coincidencias, por lo que me pregunto si algún paisano conocido le pasó el dato y el alias como una alusión a Javier Garza Calderón, «El Manitas», hijo y sucesor del fundador de la inmbiliaria Grupo Gentor, Javier Garza Sepúlveda, sobrino de Eugenio Garza Sada y apodado «El Manotas» (supuestamente porque sus manos le crecían cuando arrejuntaba montones de billetes sobre su escritorio jaja). Sé que hay montón de gente que le dicen «Manitas» y probablemente alucino, pero ¿a poco no estaría genial que fuera cierto? Le daría un aire más legendario a mi ciudad. =)

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