Desde que salió publicado mi libro de cuentos “Cabales jamás” en junio, me he embarcado en una aventura literaria que me tiene igual que al Principito, de planeta en planeta descubriendo personas y pensamientos. Es una experiencia a veces aterradora, a veces excitante, pero al final, por completo gratificante. Pueden ser presentaciones o invitaciones a podcasts; aunque sin duda, mi actividad favorita es el contacto directo con los lectores en librerías o ferias de libros. El intercambio de ideas, enterarme de lo que buscan y quieren leer, me emociona. En la Feria del Libro en Monterrey, tuve la oportunidad de ser además de autor, el lector curioso de nuevos autores e historias hurgando en stands independientes. Viví esta expo como nunca antes lo había hecho. Ahora tuve otras formas para disfrutarla, con nuevos puntos de enfoque. Los descubrimientos me dejaron con un costal de pensamientos e ideas sobre los intereses de los lectores actuales y por ende, a los escritores.
Puse especial atención a factores antes desapercibidos para mí en el público asistente. Vi el furor hacia los libros de Alice Oseman, la autora de “Heartstopper” y otros títulos más que tratan de amor gay entre chavos teens (ella se autodeclaró asexual en 2024, supongo debe contar con una base de muy buenos amigos y confidentes). Tampoco me pasó desapercibida la oleada de fan readers buscando escuchar a sus autores de predilección en mesas de discusión y presentaciones. Los salones dedicados estaban a reventar y las sesiones subsecuentes para firmas de libros eran interminables. Por otro lado, las cuentas en redes sociales de editoriales y autores registraban un movimiento inusual de actualizaciones, historias y reels; los likes fluían a torrentes. ¿Qué es este fenómeno que estamos presenciando?
El hábito de la lectura solía envolverse en un aura de soledad. Los lectores eran seres solitarios que veían en este hobby una forma de escape e incluso algún rasgo íntimo de su personalidad. Llevar un libro bajo el brazo era un código privado, la interacción con un autor no pasaba de ser un favoritismo secreto ajeno a él. Uno podía enviarles una carta de admiración con escasas probabilidades de correspondencia. Si la obra del autor era subida de tono, la discreción del lector aumentaba y más valía que la portada del libro no fuera sugestiva o habría de colocarse por debajo de una revista o periódico para ocultarlo. En fin, esta era a grandes rasgos la escena literaria hasta la década pasada. ¿Qué ha cambiado?
La pandemia abrió las puertas a un mundo nuevo, uno repleto de personas en búsqueda de nuevos horizontes culturales, nada más que esta vez lo harían de la mano de los demás. La aplicación Zoom cambió todo: la forma de reunimos, cómo aprendemos, enseñamos y participamos. De pronto, personas de diversas entidades podían entrar a un mismo espacio cibernético a compartir opiniones y escritos con video en tiempo real. Los foros incluían talleres de escritura amateur, clubes de lectura, cursos exprés de todo tipo, etc. Materias que antes solo se impartían a través de diplomados universitarios presenciales o en escuelas capitalinas, ahora podían tomarse sin desplazamientos, matrículas ni relocalizaciones. El panorama se veía prometedor. Las redes sociales (Instagram, Facebook, Reddit, WordPress, Tik Tok) permitieron una interacción cercana entre los usuarios y con frecuencia, nuevos autores se valieron de ellas para aparecer más accesibles ante sus seguidores. La estrategia resultó y esos clubes de lectura de todo el mundo comenzaron a utilizar sus textos para llenar las horas sesionadas, generando recomendaciones que llamábamos “de boca en boca” y hoy serían “de seguidor a seguidor”.
El ambiente publicista se llenó de nuevos esquemas libérrimos y desenganchados, la autopublicación proliferó y la autopromoción resultó más efectiva que los esfuerzos ofrecidos por una editorial. Escritores comenzaron a construirse una reputación a través de sus tribus urbanas, alias base de seguidores, y la cantidad de likes y vistas superó en relevancia a la calidad de los escritos publicados. Parecería que la fama asegura una cantidad mínima de ventas e importa más mantenerse vigente con obras de menor calidad aunque constantes, de preferencia al menos dos por año. Ciertos autores de renombre dependen mucho de estas vías de mercadeo, sus apariciones públicas reafirman la preferencia de un público que se aglomera para echar un vistazo a su nueva propuesta. Literatos como Mariana Enríquez, Guadalupe Loaeza, Mónica Ojeda, Liliana Blum, Juan Villoro, Fernanda Melchor, María de Alva Levy, Rosa Montero, Agustina Bazterrica cuentan con una base de lectores que, más allá de no sentirse solos en su predilección literaria, publican en redes el orgullo de tenerlos en su biblioteca personal.
Nuevas tecnologías están cambiando nuestros hábitos de lectura. Laptops, tablets, celulares nos están ayudando junto con sus plataformas y aplicaciones a fomentar la disponibilidad del conocimiento. Se trata ahora de analizar qué leemos, a quién y en qué formato, en dónde y con qué propósito. Las personas que alimentan estas variables exploran estrategias innovadoras para llegar al consumidor y esto tiene que ver con componentes que también definen nuestra personalidad y nos hacen únicos. El lector de kindle es distinto al del ejemplar físico. También hay una diferenciación entre quienes leen aprendiendo, o sea, anotando palabras desconocidas y su significado, subrayando textos relevantes y luego vaciarlos a un cuaderno especial, por ejemplo. Nuevos nichos atraen nuevos contenidos y canales de venta, estamos frente a una nueva realidad donde a todos se les dedica atención. Además, todas las plataformas de venta y comunidades de lectura electrónicas como amazon, goodreads, bookbub, barnes and noble, registran críticas y calificaciones al por mayor de todo tipo de público, mismas que son escrutinadas por las editoriales dado que representan emociones y sentires del status quo. Estas son las guías que marcan la megatendencia literaria, hacia qué géneros y en qué tesituras se buscarán las nuevas publicaciones: prosa poética, fantasía liminal, denuncia-true crime, literatura LGBT, ensayo literario, autobiográfico, realismo mágico contemporáneo, periodismo ficcionado, relato urbano moderno, aparecen de lo más en boga. Sin embargo, aún sigue por verse qué tan dinámicos serán los gustos literarios, quizás vayan a conservar una vertiginosidad paralela a la tecnología sobre las que se promueven, o a lo mejor resultarán más estáticos de lo que pensamos, en especial cuando se trate de tipos tradicionales como yo, que aprecian el gusto de tomarse un par de horas acompañados de un buen café y el ejemplar impreso del libro de la semana.
Tan solo puedo imaginar las reacciones de los clásicos Poe, Wilde, Hemingway o Virginia Wolfe, por ejemplo, si de pronto vieran la situación literaria actual. Me pregunto quiénes se convertirían en influencers, quiénes serían marketineros virtuales, quiénes preferirían abstenerse de la arena digital.
Nota: Acabo de instalar para la FIL de Monterrey mi cuenta de autor en Instagram, @rmrobledoautor. Le echo ganas sin volcarme de lleno en generar contenido cada dia. ¿Será una utopía enfocar mi energía hacia la escritura más que a la producción de reels?
