Antes de iniciar, debo prevenir que esta es la entrada más fumada que escrito. Todas son conjeturas mías, aunque quizás tengan sentido una vez expuestos mis puntos.
El género cinematográfico del terror es de mis favoritos. Cuando una película de terror es realmente buena, perdura en mi mente mucho tiempo. En los últimos años me he maravillado con «Hereditary» (Toni Colette debió ser nominada ese año al Oscar de mejor actriz, es claro que no les gustan las de miedo a la Academia), «Midsommar», «The VVitch«, «Misántropo», «Bárbaro» y «Pearl». Dada la enorme brecha que hay entre la idea y la ejecución en el reino del horror, que no se rindan y sigan realizando joyitas como éstas, es reconfortante.

Revisando los grandes éxitos del pasado, veo que en los setenta, los principales filmes de terror fueron «El Exorcista», «El bebé de Rosemary» (ésta en realidad de 1968, muy vigente aún iniciando la década setentera) y «La profecía». Lo que se encontró como corriente de esta época era el concepto de que un bebé/menor pudiera ser el mismo demonio. En concurrencia, el clima político/social en Estados Unidos giraba en gran parte alrededor del tema de la planificación familiar y el aborto. Los derechos reproductivos tomaban los encabezados de los periódicos y el tema tomó fuerza en 1965 cuando la Suprema Corte resolvió que era inconstitucional que el gobierno prohibiera el uso de anticonceptivos a las parejas casadas. Sin embargo, en 1967, el activista Bill Baird fue arrestado por dar una espuma anticonceptiva y un condón a un estudiante soltero durante una conferencia sobre el control de la natalidad y el aborto en la Universidad de Boston. La apelación de Baird se prolongó hasta 1972, logrando que el derecho a usar métodos de control natal se extendiera a todos los estadounidenses, independientemente de su estatus marital. Mientras tanto, la máquina hollywoodense sembraba dudas en la población dándoles a pensar «¿y si tuviera al hijo de Satanás?», mejor pensarlo bien antes de concebir. El laudo en el caso Roe vs Wade de 1973 determinó que era legal abortar antes de concluir el primer trimestre de gestación. Para muchos norteamericanos, esta disposición fue lo más parecido al horror; tanto, que en plena década actual en varios estados de la Unión, han vuelto a sacar este esqueleto del clóset para dar marcha atrás a más de cincuenta años de avance en los derechos de la mujer y el control natal.



En los ochenta, la situación cambió desde cuidarse de no resultar embarazada a simplemente ya no tener sexo. Se reforzaba la idea en cada complejo de salas de cine todos los meses del año a través de la película del slasher. Nacieron Jason Voorhees, Michael Myers y Freddy Krueger. Nadie podía hacer una pijama party o salir de excursión a acampar en el bosque porque era casi seguro que encontrarían su fin. Por lo regular, el desenfreno juvenil culminaría en el sexo antes del matrimonio, y los primeros en entregarse a la caricia prohibida serían en consecuencia los primeros en terminar con un hacha atravesándoles la pelvis. Dos arquetipos del horror surgen de esta década: el slasher y la end girl, ésta última por lo general la chica solitaria, nerd y mojigata que se molestaba hasta de ver a su mejor amiga darle un beso al novio de fin de semana. Por ende, la que no entregaba la joya de la familia, era la que se salvaba. Mientras tanto, fuera de las pantallas, la pandemia del SIDA cobraba víctimas diariamente. Ronald Reagan se negó durante sus primeros cuatro años a siquiera mencionarla. La evidencia que ahora hay de un reportero haciendo mención en una conferencia de prensa frente al vocero de la Casa Blanca cuando aún no le ponían nombre al virus, muestra cómo su pregunta terminó en una mofa no solo por parte de los colegas, sino del mismo portavoz oficial del gobierno de los EUA. Parecía un mandato tácito que decía «no hables de ello y abstente» como fórmula para la salvación. El horror se trata de crear miedo entre las cosas cotidianas e inadvertidas, incluso las placenteras. Pues con el sexo no se midieron. Así como «Jaws» nos dejó el perenne miedo a las profundidades del mar, Viernes 13 nos dejó una fobia a los sleeping bags y las excursiones entre amigos. Ni hablemos de los infieles, también merecedores de castigo, como lo demostraron Glenn Close en «Atracción Fatal» y Michael Caine en «Vestida para matar» con sus victimarios personajes.
Durante la primera parte de los noventa, la pandemia del SIDA continuaba fuerte cobrando vidas y un diagnóstico era igual a una sentencia de muerte. No había cura, tampoco abstención. En este periodo salieron todas las secuelas imaginables de los tres slashers consentidos que hicieron del juego de la persecución de víctimas algo predecible y aburrido. No obstante, comenzaba a cocinarse una nueva modalidad de antagonista, una que mostraría por ahora un breve asomo y tomaría protagónico años después: el asesino en serie psicótico pero de apariencia afable e incauta. Hablo del Doctor Lecter del «Silencio de los inocentes», de John Doe de «Seven», de Annie Wilkes de «Misery». En la segunda mitad de la década, llegaron nuevas ideas de slashers a reavivar la llama del terror de sobresalto: «Sé lo que hicieron el verano pasado» y «Scream«. La diferencia novedosa es que en estos casos, los amigos no imaginaban que el asesino sería uno de ellos. Esto fue uno de los cambios que surgieron en este tiempo. El tejido social dio un giro y mientras que en los ochenta la gente se juntaba para pasársela bien y gozar de un buen momento de diversión, en los noventa los chavos se reunían para hablar mal de otras personas, por lo general los que no estaban presentes en la fiesta. Pronto el backstabbing se generalizó como un super poder y se crearon tribus y clanes que proyectaban una imagen más dura y sombría de lo que la adolescencia solía ser (la película «Cruel intentions» es claro ejemplo del nivel de cinismo al que se acercaba la juventud estadounidense). Otro nuevo protagonista que formaría parte en varios proyectos del siglo XXI, fue el internet y la viralidad que conlleva. Fue hasta 1999 en «The Blair Witch Project» que pudimos usar la red para sembrar la semilla del horror. Esta película tomó al mundo por sorpresa, tanto como el giro de tuerca de Shyamalan en «El sexto sentido», pero por distintas razones. La Bruja de Blair llegó a oidos de los primeros espectadores como un rumor de documental y los productores dejaron el pavimento preparado antes de lanzar la película. Se aseguraron de subir a la red un sitio con información «cuasiverídica» y evidencia «semiverdadera» encontrada que documentaba la desaparición de estos tres jóvenes que ingresaron al bosque para realizar su proyecto acerca de una leyenda fantasmagórica. Para cuando se metieron al cine a ver la película, la predisposición de la información anidada en el subconsciente ya había hecho su trabajo y las cosas se pondrían rudas con las imágenes grabadas con video cams amateur en movimiento. El verdadero horror para el que esta película nos estaba preparando, era el del poder que los «fake news» tomarían en la era del world wide web y la división que ocasionarían entre la gente modificando por completo el tejido social, que ahora cancela, fantasmea, juzga y acusa, con frecuencia sin más fundamento que un reel aleatorio de instagram o facebook. Interesante mencionar que en este periodo se hayan realizado dos secuelas de Alien, una franquicia que estuvo muy cerca de ser víctima del machete de los productores.



Se inicia un nuevo siglo y lo que predomina es la incertidumbre del fin del mundo. ¿Quién tendría la razón? ¿Los mayas y todo acabaría en 2012? ¿Las computadoras y todo colapsaría empezando el 2000? ¿Harold Camping y vendría el segundo diluvio en 2011? Todo el mundo especulando sobre cómo sería el final. Al parecer y de acuerdo a los estudios de cine, vendría en forma de apocalipsis zombi, vampírico o autoexterminio: «Dawn of the dead«, «Zombieland«, la trilogía «Blade«, «Cabin Fever«. En TV inició «The Walking Dead» el 31 de octubre de 2010 y duró once temporadas, no hace falta mencionar todas las series que salieron a partir del concepto zombi. ¿Iba a ser el atentado del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York la marca del inicio del fin? No fue necesariamente así, pero dejó a lo largo de la década una profunda huella de resentimiento reflejada en la escasez de tolerancia social, una efervescencia de racismo ahora extedida a razas de medio oriente y una proliferación de teorías de conspiración que podrían atemorizar a cualquier individuo poco informado. «30 días de oscuridad», «28 días después» y claro, «28 semanas después», eran reflejo de este irreversible temor hacia los demás. De pronto resultaba imposible determinar cuánto tiempo podría durar un rencor, incluso más allá de la tumba. Películas como «El Aro», «The Grudge«, «The skeleton key«, «El ojo» y «Los otros» expusieron la idea de la venganza y la culpa a través del tiempo, incluso en el plano sobrenatural. Se seguía cocinando el concepto del asesino serial que no oculta su rostro por ser insospechado, como «American psycho«, «Hostal I y II» y «La huérfana» a la par que las redes sociales hacían su debut en el mundo virtual donde parecía que todo extraño que enviaba un texto era por default una persona agradable con la única intención de hacer nuevos amigos.
En los 2010s la televisión se convierte en una fuerza para el género y las productoras trabajan duro para mantenernos pegados a la pantalla no por noventa minutos, sino por ocho a diez horas… cada año, de ser posible. Ese antagonista de terror poco probable cunde por todas las pantallas de cine o TV: «You«, «Split«, «Don’t breathe» y en especial, las películas de «Saw: El juego macabro» (Más tarde descubriríamos la historia detrás de Jeffrey Dahmer). La incertidumbre es la constante en Estados Unidos y algunos lugares del mundo. Cuando Trump es electo presidente, la tensión crece y en muchas minorías de la población, el miedo ocupa un espacio importante. La dimisión del Papa Benedicto no ayuda y el planeta manifiesta signos de regulación a través de tsunamis como el de Chile (2010), Bali (2010 y 2018) y Japón (2011), o terremotos como el de Haití del 2010. El fenómeno de masacres en masa por tiradores civiles en EUA ponía a cualquier persona en riesgo, daba igual si sucedía en escuelas, centros comerciales, áreas públicas, conciertos, clubes nocturnos o cines. A todos les podía suceder (lamentablemente, así fue y así continúa). En México el narco hacía estragos y los crímenes que cometían eran atroces, era increíble la nueva acepción de la palabra «pozolero». Proliferaron las series y películas relacionadas con el crimen organizado mexicano y, aunque la intención no fuera relacionarlas con el terror, causaban de todos modos alta ansiedad en el espectador. La realidad es que entre narcofosas, catástrofes, masacres, racismo y la proliferación de dictadores a cargo, la gente ya no podía ni confiar ni en la Iglesia. El terror recurrió nuevamente a lo inexplicable, no podía tratarse de otra cosa más que de lo sobrenatural haciendo de la suyas. «La noche del demonio», «El conjuro 1 y 2», «Siniestro», «Anabelle», «It follows» fueron los éxitos de la década. La familia fue otro lugar que solía dar confort y alivio, pero eso cambió también después de los escándalos dentro de la realeza inglesa y en las familias de los políticos como Biden con su hijo, Hunter, Trump y su sobrina Mary, y Peña Nieto con sus hijastras después del divorcio. Después de todo, «American Horror Story» inició su reinado de doce temporadas en 2011, con una trama acerca de familias oscuras y perversas. «Hereditary«, «Midsommar», «The VVitch«, «El cisne negro», retrataron un nuevo nivel de horror en el núcleo familiar que dictaba el mensaje de que solo te tienes a tí mismo. «El resplandor» de 1980 estuvo muy adelantado a su época en el tema del resquebrajo familiar como fuente del horror, por eso su taquilla fue decepcionante, no obstante que hoy se considere un clásico del género y de las mejores películas de Kubrick. Las películas «Get out«, «The Duplex» y «Us«, y más tarde en 2021 la serie «Them», se encargaron de mostrar las formas en que una amenaza demoniaca casera pierde fuerza al compararla contra la maldad que se enfrenta afuera en medio de una sociedad racista y violenta.



Regreso a mi disclaimer inicial, las aseveraciones aquí expuestas son de mi cosecha, aunque, bien a bien, siempre he pensado que a ratos el arte cinematográfico sigue a la sociedad; a veces, es justo al revés. Me gusta la idea de poder deshebrar por qué ciertas tramas o escenas dan más miedo que otras, muchas veces son un reflejo funesto del mundo en que vivimos. Las historias más potentes de los últimos tiempos son las que destapan la maldad en lo cotidiano, ya sea la escuela, los amigos, la búsqueda del amor o el mismo hogar. Los personajes contemporáneos victimizados proyectarán una convicción en común al sucumbir: «al menos mi deceso sucedió en mi intento por sobrevivir a la realidad que el autor me asignó.»
