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EP138: El fetiche grotesco.

«¡Wákala! / ¡Qué rico!»

«En las noches, Bella se sentaba cerca de la chimenea y cosía mientras la bestia le hacía compañía. Al principio, sentía miedo de la bestia, pero poco a poco empezó a agradarle.«

Es un hecho que las nuevas generaciones están más al tanto acerca del legado histórico de referencia sobre lo que la belleza debería ser. Hay un movimiento mayor de resistencia por parte del público a aceptar estas normas heredadas. Aunque el impulso por alejarse del estereotipo de belleza es algo que desde el Siglo XV se manifestaba, es en la época actual que ha cobrado efervescencia. Aquéllo que confronta la ambigüedad cultural y heterogénea donde lo cómico y lo doloroso, la ternura y el temor, la piedad y el desdén, la empatía y la mofa, convergen. Esa complejidad que rechaza y acepta a la vez lo que somos; que reta a lo familiar y a lo repudiado, que pone en problemas al arte y la estética, es lo grotesco.

Una vez entrados en el tema, llega inevitable la noción de que nada va a impedir caer en su abismo. Es adentrarse a las expresiones subterráneas de la vida. Una dimensión de formas y emociones intensas y exageradas. Con frecuencia incomprendido en sus propósitos, formas y simbolismos, lo grotesco es un término acuñado a partir de la burla más que del rechazo.

Sin olvidar que en sus tiempos, la obra de artistas como El Greco, Picasso, Van Gogh y prácticamente todos los impresionistas y expresionistas, fueron tildados como grotescos. Lo que tenían en común era la exageración y la distorsión de las formas y en varios casos, de las situaciones retratadas. Hay evidencia de lo grotesco en la literatura desde siglos atrás. Flaubert en 1841 notó: «Escribí cartas de amor por el propósito de la escritura, no porque esté enamorado. Sin embargo, me gustaría delirar de que sí: Estoy enamorado, creo, al escribir.» De hecho, desde 1839, en algunos ensayos, él pedía que las artes se distanciaran de la ideología burguesa y escribiría una obra de dramaturgia en la que un dios de lo grotesco disfrazado de mujer llamado Yuk revela su esencia: «Yo soy realidad, yo soy eternidad, soy el poder de lo ridículo, lo grotesco, lo feo; soy lo que fue, lo que es y lo que será… yo soy toda una eternidad en mí mismo.»

El Guernica de Picasso

Kant decía que la sociedades libres adquieren fuerza al cuestionar los dogmas y tradiciones en las que el falso sentido de protección y seguridad de lo conocido se basa. De esta manera, la tensión entre lo metafísicamente oscuro y lo subjetivamente claro, ha prevalecido a través de los siglos. Grupos de poder como la iglesia y/o los partidos políticos usaron esta pugna para sugestionar al público y mantener a la gente temerosa adherida al sistema y a la rebelde, oprimida y señalada.

Algo que es constantemente dinámico en el concepto del grotesco, es su descripción a través de los tiempos lo cual, ha hecho difícil encuadrarlo de forma objetiva y final. En fechas modernas, el público no sólo acepta, sino que busca lo grotesco como una forma de expresión personal que trascienda el gusto por alguna pintura de un artista controversial (e.g. Warhol, Basquiat, Koons, Munch, Schutz, Euler). El movimiento se extiende a otras formas más allá del cine, la literatura, la pintura o la escultura. Otras afirmaciones como el drag, los tatuajes, corrientes musicales, moda, reels e historias, entran en consideración.

Si la belleza, lo estético, siempre fue una construcción que buscaba lo sublime, lo inalcanzable, entonces, ¿cómo repercutía en la mayoría de los individuos en cuanto a su autoestima, su creatividad? Parecía que era un juego arreglado en el que no tenían oportunidad de ganar, una condición a la que sólo unos cuantos genios tendrían acceso, ya sea por privilegio económico o acceso a la nobleza. Pocos tenían la libertad financiera o los contactos para ser filósofos, artistas, escultores o literatos por su cuenta. En esta carrera creativa se descubrían ocasionalmente verdaderos genios cuyo trabajo sería apreciado por el clero o los estadistas que se convertirían en sus mecenas o protectores.

De esta forma, las referencias de belleza que se han transmitido un siglo tras otro, han sido adoptadas y luego modificadas a su época, pero siempre encontraremos esas reminiscencias de las vírgenes renacentistas, los héroes míticos romanos y griegos, o los dramas shakespearianos. En la modernidad del Siglo XXI, poco a poco el público se ha dado cuenta de que dicha genialidad y talento que «acercan a Dios» requieren de intensa disciplina, vocación y todo lo que constituye el amor al arte. De pronto, los cánones de la estética se han canjeado por un esfuerzo más pragmático que ofrece menos técnica y más significado, más conceptualidad que minuciosidad. A veces con fallas, amorfo, relajado, pero con mucho punch. Algo humano y próximo, algo íntimo y vívido para conectar con las emociones, a veces hiperbólicas, de los que han sido expuestos a ello. En otras palabras, lo grotesco.

Infinidad de críticos, eruditos revisionistas de las escuelas clásicas se han declarado en contra de las expresiones artísticas actuales tildándolas de insuficientes, viscerales, incluso violentas, o llanamente, de mal gusto. Los nuevos artistas persiguen una repercusión más profunda en el público, una que vaya desde la provocación sexual hasta la repugnancia. Un factor persistente es la aparición del cuerpo femenino en las manifestaciones del grotesque. El arte de Frida Kahlo, de Tamara Lempicka, la fotografía de Cindy Sherman, los personajes de Liliana Blum en «Pandora» o «El monstruo pentápodo», las imágenes en videos de Marilyn Manson, la expresión artística en el RuPaul’s drag race. La historiadora de arte Frances S. Conolly describe en su libro The Grotesque in Western Art and Culture (2012) a lo grotesco como «una creatura que circula rampante por los límites de lo convencional y lo familiar, una boca abierta que nos invita a descender hacia otros mundos.» Ella nota que lo más regulado en las culturas es el cuerpo humano y con mayor énfasis, el de la mujer. La autora propone que lo grotesco es inherente a lo femenino: corporal, terrenal, cambiante. Esta forma de pensamiento ha formado las descripciones del cuerpo femenino en todos sus niveles, incluyendo aquellos arquetipos de amenaza sexual, como prostitutas, femmes fatales y hechiceras. Esto origina un juego para el cual cada artista puede establecer sus propias reglas y a través de ellas distorsionar o expandir la realidad. Las lecciones de moralidad de la niñez son terreno fértil para que las perversiones echen raíz e inviten a la transgresión de lo grotesco.

«Made in Heaven» de Jeff Koons con Cicciolina, su ex. (1989)

Es una píldora difícil de tragar, pero el hallazgo de tantos datos y evidencias a flor de tierra me impulsaron a echar un clavado y tratar de salir con una explicación del por qué se ha popularizado tanto la afinidad por el grotesque. Supongo que en nuestra era lo terrenal procura gentrificación y acercamiento, mientras que la inalcanzable sublimidad nos alejará cuando se vuelva envidia, resentimiento o desmotivación. Es cierto que el miedo surge ante el desconocimiento y la ignorancia es el parque de recreo de los miedos. Ignoro si el futuro de la belleza será el dominio de lo grotesco, y eso, me aterra un poco. De pronto el kitsch se vuelve más suave y digerible, pero ese es otro tema.

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